Animales fantásticos: Los crímenes de
Grindelwald. Director: David Yates. Protagonistas: Eddie Redmayne (Newt
Scamander), Katherine Waterston (Tina Goldstein), Dan Fogler (Jacob Kowalski),
Alison Sudol (Queenie Goldstein), Ezra Miller (Credence Barebone), Zoë Kravitz
(Leta Lestrange), Callum Turner (Theseus Scamander), Claudia Kim (Nagini),
William Nadylam (Yusuf Kama), Kevin Guthrie (Abernathy), Jude Law (Albus
Dumbledore), Johnny Depp (Gellert Grindelwald), Carmen Ejogo (Seraphina
Picquery), Poppy Corby-Tuech (Vinda Rosier), Victoria Yeates (Bunty) y
Jessica Williams (Lally Hicks), entre otros. Participación especial de Fiona Glascott (Minerva McGonagall). Guionista: J.K.
Rowling. Warner Bros. Pictures Pictures / Heyday Films. EE.UU., 2018. Estreno
en la Argentina: 14 de noviembre de 2018.
Los últimos serán los primeros. Era obvio
que la explotación zoológica de Animales fantásticos y dónde encontrarlos no tenía
la espalda argumental para bancar cinco películas, por más carismáticos que
resulten los bichos acumulados en una valija. Así que se hizo lo que había que
hacer para garantizar la supervivencia de una franquicia que, a priori, parecería
inmortal. Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (Fantastic Beasts:
The Crimes of Grindelwald), será la segunda entrega de la serie, pero funciona mejor
como punto de partida de esta larga travesía.
Dejando de lado la comedia (sin olvidarse
de lo necesaria que es para distender y/o preparar climas más densos), todo en
esta película de David Yates y J.K. Rowling se vuelve más oscuro y ominoso, con
pretensiones de trascendencia dramática y mucha pose de seriedad, que busca
disimular la chatura argumental y la ausencia de originales vueltas de tuerca. La rendición
incondicional aparece firmada con su sujeción (tan inevitable como innecesaria)
a la saga madre, la que dio origen al Mundo Mágico y la que sigue siendo motor
y ancla de sus ficciones derivadas. Si Harry Potter es el Batman de este
universo mágico, a Animales fantásticos se le acaba de cercenar la posibilidad
de llegar a ser el Superman que vuele a su lado, sólo se le permitirá volverse
el Robin que crezca a la sombra del Hombre Murciélago.
Por esa razón, el nudo argumental se
planta en hechos pasados, ya declamados en la saga literaria y cinematográfica
de Harry. La campaña supremacista de Grindelwald y su deseo de imponer un nuevo
orden mundial donde él sea rey, los hechiceros fundamentalistas hagan cumplir
sus deseos; y los humanos ejecuten sus órdenes. Un menú xenófobo y dictatorial
que necesitará ser detenido a tiempo. Y aquí entra en escena Albus Dumbledore,
futuro mentor de Harry Potter, para ordenar el ejército de magos buenos que
deberá presentar batalla; y obturar definitivamente cualquier intento independentista
que pueda soñar el magizoólogo Newt Scamander, que seguirá detentando el título
protagónico, pero ha perdido el poder de decisión.
Per se, este giro de ciento ochenta grados
no es ni bueno ni malo. Y todo dependerá de las elecciones creativas que se
tomen sobre este nuevo tablero de operaciones. A mí, personalmente, las movidas
que se jugaron en esta instancia de la partida, me parecieron bastante obvias y
previsibles, carentes de riesgo y netamente preparatorias para el avance de
Dumbledore sobre el interior de la narración, enfocado ahora hacia el horizonte
de la Guerra Global de Magos y el encontronazo definitorio entre Dumbledore y
Grindelwald. Lo cual plantea un problema argumental de peso, porque Harry
Potter ya se encargó de contar cuándo y cómo termina dicha escaramuza. Habrá
que ver qué conejo sacan de la galera para que el aburrimiento no mate a los
animalitos de la valija.
Fernando Ariel García
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