Los años más bellos de una vida. Director: Claude
Lelouch. Protagonistas: Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, Antoine Sire, Marianne
Denicourt, Souad Amidou y Tess Lauvergne, entre otros. Participación especial
de Monica Bellucci. Guionista: Claude Lelouch. Les Films 13 / Davis Films /
France 2 Cinéma. Francia, 2019. Estreno en la Argentina: 23 de septiembre de
2021.
En la vida hay amores que nunca pueden
olvidarse. Y en el cine, también. En 1966, Claude Lelouch inmortalizó a la
pareja de Jean-Louis Duroc (Jean-Louis Trintignant) y Anne Gauthier (Anouk Aimée),
dos viudos que se animaron a intentarlo de nuevo, aunque la pasión y la felicidad
no estuvieran viniendo de la mano. Un hombre y una mujer fue un exitazo de
aquellos, lanzó a la fama internacional al director, los protagonistas y el
tema musical (Da da da da da, da da da da da) de Francis Lai. Y también consagró al
Citroën 2 CV y el bucólico pueblo normando de Deauville.
Con la magia intacta, todos los ingredientes
vuelven al ruedo en Los años más bellos de una vida (Les Plus Belles Années
d'une vie), pequeña obra maestra hecha de nostalgia cinéfila y optimismo
militante. Pero claro, dentro y fuera de la pantalla han transcurrido 53 años (y
una secuela, Un hombre y mujer - 20 años después, que esta tercera parte parece
ignorar de manera adrede) y el paso del tiempo (así como sus estragos sobre los
amantes) están en el corazón de la trama.
Jean-Louis es el más golpeado de los dos. Internado
en una residencia geriátrica, tiene problemas de movilidad y una memoria
intermitente que sólo recuerda nítida y claramente a la mujer que sacudió sus
estructuras hace medio siglo. A pedido del hijo de Jean-Louis, Anne accede a
re-encontrarse con el hombre que amó y por quién fue traicionada. ¿Qué saldrá
de este romántico experimento? Un viaje inolvidable que revisitará esa gran
historia de amor, habitada ahora por un sentimentalismo pragmático, una
emotividad sincera y honestamente brutal.
Película pequeña que se agiganta en la
actuación de Trintignant y Aimée, monstruos absolutos del séptimo arte, capaces
de sostener largos (y profundos diálogos) sin moverse de sus asientos,
capturando y exhibiendo un abanico gestual tan demoledor como conmovedor. Jugando
a proponer un futuro mínimo de paz y serenidad compartida, sedimento del fuego
que estuvo y las chispas que siguen estando a pesar de los dolores y las
pérdidas, un hombre y una mujer rinden homenaje a lo que supieron ser. No es un
testamento, sólo un otoñal poema de amor entregado al viento. Y a las volubles olas de
la memoria.
Fernando Ariel García