miércoles, 16 de diciembre de 2020

BUÑUEL EN EL LABERINTO DE LAS TORTUGAS: NADA MÁS SURREALISTA QUE LA REALIDAD

Buñuel en el laberinto de las tortugas. Director: Salvador Simó. Protagonistas: Jorge Usón (Luis Buñuel), Fernando Ramos (Ramón Acín), Luis Enrique de Tomás (Pierre Unik) y Cyril Corral (Eli Lotar), entre otros. Guionistas: Eligio R. Montero y Salvador Simó, basado en la homónima novela gráfica (2008) de Fermín Solís. Sygnatia / Glow / Hampa Studio. España, 2018. Sin estreno comercial en la Argentina, proyectada dentro de los ciclos XVII Encuentro de Cine Europeo (2020) y Espanoramas 2020.


Convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una súper realidad. Según el escritor y teórico André Breton, fundador y uno de los principales exponentes del surrealismo, ésta era la razón de ser del movimiento artístico-filosófico que irradió su influencia mundial desde el centro de la ciudad luz. Priorizando el fluir de la conciencia como energía creativa capaz de generar imágenes desconcertantes y textos escindidos de todo pensamiento lógico, los verdaderos surrealistas debían hacer lo suyo evitando la mediación de la razón, concepto estético o precepto moral.


Estamos en 1930, en París, justo cuando Luis Buñuel (1900-1983) estrena La edad de oro, film que escandalizó por igual a las autoridades francesas y a la Iglesia católica. Las primeras decidieron prohibir la exhibición de la película luego de que un grupo de ultraderecha destruyera el cine que la estaba proyectando. Y la segunda impuso un fuerte voto de censura sobre el cineasta, que vio aniquiladas sus futuras posibilidades laborales a ambos lados del Atlántico.


Cuando arranca Buñuel en el laberinto de las tortugas (adaptación del homónimo cómic de Fermín Solís), el director de cine se encuentra en la encrucijada definitoria de su vida y de su arte. Con mucho para decir y sin nada por hacer, salvo observar cómo su rol tutelar dentro del movimiento surrealista se hunde bajo el peso específico de su ex amigo y colaborador Salvador Dalí. La salida, como en todo laberinto, vendrá por arriba. La filmación de un documental antropológico, financiado por su amigo Ramón Acín: Las Hurdes, tierra sin pan, sobre esa carenciada región montañosa de Extremadura (España), tan alejada de todo y tan abandonada por todos que sus habitantes no conocían el pan.


Punto de inflexión en (y para) Buñuel, el mes de dificultoso rodaje lo llevó a entender que no hay nada más surrealista que la realidad invisibilizada. Y le permitió elevar al surrealismo al estado de una poética más cruda, más visceral, más salvaje y más violenta. Capaz de romper los límites a la hora de cuestionar los valores convencionales y derrocar las tradiciones hegemónicas, desde el clero a la aristocracia, pasando por las normas de conducta y de educación arraigadas en los cuerpos y las mentes de los ciudadanos. Aunque en el camino tuviera que dejar de documentar los hechos y empezara a provocarlos para poder tomar registro. Una puesta en escena brutal (amoral, por momentos) que, además de cubrir las necesidades discursivas del relato, exhibía la realidad de manera más real que la propia realidad. Como una realidad absoluta, una súper realidad.


Además de traducir los preceptos surrealistas en secuencias animadas de honda belleza, el film de Salvador Simó toma como propio el método de trabajo de Buñuel y lo pone en valor. Así como Buñuel intervino la realidad que veía para generar un artefacto narrativo que expandiera la comprensión del choque cultural entre los espectadores y los habitantes de Las Hurdes, Fermín Solís intervino la personalidad de Buñuel para generar una novela gráfica que mostrara el proceso interno del cineasta como un camino lineal que lo llevó de un punto a otro, exorcizando sus demonios interiores en el mientras tanto. Y del mismo modo, Simó intervino el Buñuel de Solís para contarnos la construcción del Buñuel ideal más parecido al de verdad. Aquel que en las tierras olvidadas por el Señor y abandonadas por los hombres, entendió que el surrealismo debía ser social. O no ser nada.
Fernando Ariel García

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