Buñuel en el laberinto de las
tortugas. Director: Salvador Simó. Protagonistas: Jorge Usón (Luis Buñuel), Fernando
Ramos (Ramón Acín), Luis Enrique de Tomás (Pierre Unik) y Cyril Corral (Eli
Lotar), entre otros. Guionistas: Eligio R. Montero y Salvador Simó, basado en
la homónima novela gráfica (2008) de Fermín Solís. Sygnatia / Glow / Hampa
Studio. España, 2018. Sin estreno comercial en la Argentina, proyectada dentro
de los ciclos XVII Encuentro de Cine Europeo (2020) y Espanoramas 2020.
Convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad
absoluta, una súper realidad. Según el escritor y teórico André Breton,
fundador y uno de los principales exponentes del surrealismo, ésta era la razón
de ser del movimiento artístico-filosófico que irradió su influencia mundial
desde el centro de la ciudad luz. Priorizando el fluir de la conciencia como
energía creativa capaz de generar imágenes desconcertantes y textos escindidos
de todo pensamiento lógico, los verdaderos surrealistas debían hacer lo suyo
evitando la mediación de la razón, concepto estético o precepto moral.
Estamos en 1930, en París, justo cuando Luis Buñuel (1900-1983) estrena
La edad de oro, film que escandalizó por igual a las autoridades francesas y a
la Iglesia católica. Las primeras decidieron prohibir la exhibición de la
película luego de que un grupo de ultraderecha destruyera el cine que la estaba
proyectando. Y la segunda impuso un fuerte voto de censura sobre el cineasta,
que vio aniquiladas sus futuras posibilidades laborales a ambos lados del
Atlántico.
Cuando arranca Buñuel en el laberinto de las tortugas (adaptación del
homónimo cómic de Fermín Solís), el director de cine se encuentra en la
encrucijada definitoria de su vida y de su arte. Con mucho para decir y sin
nada por hacer, salvo observar cómo su rol tutelar dentro del movimiento
surrealista se hunde bajo el peso específico de su ex amigo y colaborador
Salvador Dalí. La salida, como en todo laberinto, vendrá por arriba. La
filmación de un documental antropológico, financiado por su amigo Ramón Acín:
Las Hurdes, tierra sin pan, sobre esa carenciada región montañosa de Extremadura
(España), tan alejada de todo y tan abandonada por todos que sus habitantes no
conocían el pan.
Punto de inflexión en (y para) Buñuel, el mes de dificultoso rodaje lo
llevó a entender que no hay nada más surrealista que la realidad
invisibilizada. Y le permitió elevar al surrealismo al estado de una poética más
cruda, más visceral, más salvaje y más violenta. Capaz de romper los límites a
la hora de cuestionar los valores convencionales y derrocar las tradiciones
hegemónicas, desde el clero a la aristocracia, pasando por las normas de
conducta y de educación arraigadas en los cuerpos y las mentes de los
ciudadanos. Aunque en el camino tuviera que dejar de documentar los hechos y
empezara a provocarlos para poder tomar registro. Una puesta en escena brutal
(amoral, por momentos) que, además de cubrir las necesidades discursivas del
relato, exhibía la realidad de manera más real que la propia realidad. Como una
realidad absoluta, una súper realidad.
Además de traducir los preceptos surrealistas en secuencias animadas de
honda belleza, el film de Salvador Simó toma como propio el método de trabajo
de Buñuel y lo pone en valor. Así como Buñuel intervino la realidad que veía
para generar un artefacto narrativo que expandiera la comprensión del choque
cultural entre los espectadores y los habitantes de Las Hurdes, Fermín Solís
intervino la personalidad de Buñuel para generar una novela gráfica que
mostrara el proceso interno del cineasta como un camino lineal que lo llevó de
un punto a otro, exorcizando sus demonios interiores en el mientras tanto. Y
del mismo modo, Simó intervino el Buñuel de Solís para contarnos la
construcción del Buñuel ideal más parecido al de verdad. Aquel que en las
tierras olvidadas por el Señor y abandonadas por los hombres, entendió que el
surrealismo debía ser social. O no ser nada.
Fernando
Ariel García
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