Mulán. Directora: Niki Caro. Protagonistas: Yifei Liu (Mulán), Donnie Yen (comandante Tung), Jason Scott Lee (Böri Khan), Yoson An (Chen Honghui), Gong Li (Xianniang), Jet Li (Emperador), Tzi Ma (Hua Zhou), Rosalind Chao (Hua Li), Xana Tang (Hua Xiu), Ron Yuan (sargento Qiang) y Jun Yu (Cricket), entre otros. Participación especial de Ming-Na Wen (voz original de Mulán en la versión animada). Guionistas: Rick Jaffa, Amanda Silver, Lauren Hynek y Elizabeth Martin, basado en la película animada Mulán (1998), inspirada en el relato folclórico chino La Balada de Mulán (siglo IV a. de C.). Temas musicales de cierre: Loyal Brave True / El mejor guerrero, interpretado en inglés y castellano por Christina Aguilera; y Reflection, interpretado en inglés por Christina Aguilera y en mandarín por Yifei Liu. Walt Disney Studios. EE.UU., 2020. Estreno en la Argentina: Disponible en Disney+ desde el 4 de diciembre de 2020.
Las voy viendo a medida que se van estrenando, y siempre termino haciéndome la misma pregunta. ¿Qué necesidad tiene Disney de volver a filmar sus clásicos animados bajo el “novedoso” formato de acción en vivo, con actores en lugar de dibujos? Me resisto a pensar que sólo por la plata baila el mono (el ratón, en este caso), porque la empresa del Tío Walt tiene muchísimos otros recursos para generarse las mismas (o mayores) ganancias. Quiero creer que hay una búsqueda creativa, alguna exigencia artística detrás de todo esto. Aunque la busque y no la encuentre por ningún lado.
Básicamente, esta Mulán (Mulan) cuenta la misma historia que el film animado de 1998, que adaptaba para el paladar masivo occidental las peripecias de Hua Mulán, heroína del milenario folclore chino. Una joven mujer que decidía hacerse pasar por un hombre, con la intención de ocupar el lugar de su padre ante un reclutamiento militar para la guerra. En esa época, una acción que, de descubrirse, sería considerada como un crimen de alta traición, castigado con la muerte inmediata para ella y el deshonor perpetuo para su familia.
Las principales diferencias entre ambas versiones Disney son, exclusivamente, formales. En el campo narrativo, abandonando el influjo estilístico de Akira Kurosawa, oriental balance entre el pathos shakespereano y la crítica social del neorrealismo italiano, para abrazar fervientemente el decálogo del moderno cine de acción firmado por Zhang Yimou, pródigo en coreografías que hacen de las artes marciales un efecto especial digno del mejor cine fantástico. O sea, un volantazo que va de los contenidos dramáticos hasta los continentes capaces de estimular los sentidos. Un poco se entiende, es cierto. Después de todo, Kurosawa era japonés y Yimou es chino. Y Mulán está demasiado pendiente del qué dirán.
Por eso el tratamiento de los puntos neurálgicos de la historia: el rol de la mujer y la identidad de género. En el tiempo real en que transcurre la acción, pero mirado desde el espacio simbólico que demanda la actual militancia globalizada. De ahí que todo se explicite hasta el hartazgo, que aquello expuesto por la casualidad ahora sea resultado de la decisión personal, que se hayan borrado de cuajo los recursos cómicos del film animado, basados en la explotación visual del travestismo y la tensión sexual entre dos personas del (aparente) mismo sexo. Y la constitución de Mulán como una heroína feminista del siglo XXI, implantada con fórceps en las dinastías chinas del siglo IV a.de C. Al extremo de eliminar su título de princesa Disney, entendiendo (y haciendo entender) que ninguna mujer necesita de un hombre al lado para abrazar el destino que cada una haya elegido para sí.
Todo bien. Todo más que bien. Ideológicamente, Mulán es un minucioso y logrado trabajo de equilibrio, adaptación y traslación conceptual. Pero cinematográficamente es de una chatura irremontable. Predecible y aburrida, carente de interés, poco convincente. Mujer empoderada mata princesa; y eso se aplaude. Pero la corrección política, al menos en este caso, mata al arte. Y eso se sufre.
Fernando Ariel García
Fernando Ariel García
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