Voy a aclararlo de entrada. Soy
fanático del Batman de Adam West. Generacionalmente, pertenezco al ejército de
pibes que ocuparon las tardes de su niñez frente al televisor en blanco y
negro, detenido en la señal del viejo Canal 9 para ver las aventuras del Hombre
Murciélago antes y después de Música en Libertad, o algún programa parecido.
Aún hoy, después de Tim Burton y Chris Nolan, sigo pensando que el Batman de
Adam West es el mejor Batman fílmico y/o televisivo de todos. Y por ello,
cualquier cosa que toque (de lleno o tangencialmente) aquella serie televisiva,
mi percepción de aquella serie televisiva, me gusta. Mucho.
En Carlitos, novela gráfica de Sebastián
A. Rizzo y Sergio Monjes (más una participación especial de Omar Nicosia), el
Batman de Adam West forma parte del ADN emocional del personaje principal,
veterano molido a palos por la vida y arrojado en este rincón del mundo que es
Buenos Aires, tan ajena y cruel como puede serlo cualquier gran ciudad del
mundo. El inocente (o no tanto) Batman de Adam West pareciera representar todo
aquello que Carlitos ya no tiene, principalmente felicidad y algún tipo de
sentido que dé sentido a esa mecánica costumbre de levantarse todos los días.
Carlitos tiene una familia y un trabajo (de mierda, es cierto), pero está
desconectado de todo ello porque, principalmente, está desconectado de sí
mismo.
Habitado por la depresión,
aislado de afectos y defectos a causa de la desesperación que sigue tras el
vacío que deja la muerte del ser amado, está en el punto de llegada de una
sumatoria de decisiones erradas, de una seguidilla de malos días que terminaron
haciéndose malos años. Vaya uno a saber. La verdad es que no importa tanto ese
pasado para conocer (y re-conocer) el presente patético de este hombre
abrumado, atropellado y abandonado por sus circunstancias. Existencialmente
fracasado, incapaz de sacarse el traje de perdedor que lleva con pena y sin
gloria, ha renunciado al respeto (el propio y el ajeno) y viene pagando con los
pocos jirones de dignidad humana que le quedan su derecho a encerrarse en el
mundo idílico de los superhéroes en general y de Batman en particular.
La casualidad o el azar (según
Paul Auster no son lo mismo, aunque sean parientes), que abundan en estas
páginas de pocos blancos y densos negros, terminarán dándole la oportunidad
(¿la última?) de levantar cabeza y encontrarse con aquel Carlitos que fue, o
que supo o quiso ser, en algún momento iluminado por la alegría de las simples
cosas. Acometiendo heroicidades de poca monta, sí, que vienen a ser las únicas
que un héroe posible podría llevar a cabo en este mundo de pretensiones
realistas. Renacer como el Ave Fénix, dejando atrás el patetismo de un tránsito gris, parecería estar permitido. Siempre y cuando aceptemos que la redención es un paso previo (e ineludible) para alcanzar la
felicidad, aunque sea sólo por un momento.
Fernando Ariel García
Gracias por la genial critica maestro!
ResponderEliminarGracias por la genial critica maestro!
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