El caso Collini. Director: Marco Kreuzpaintner.
Protagonistas: Elyas M'Barek, Alexandra Maria Lara, Franco Nero, Heiner
Lauterbach, Stefano Cassetti, Manfred Zapatka, Jannis Niewöhner y Rainer Bock, entre
otros. Guionistas: Robert Gold, Jens-Frederik Otto y Christian Zübert, basado
en la novela homónima (2011) de Ferdinand von Schirach. Constantin Film /
SevenPictures Film / Mythos Film / Rolize GmbH & Co. Alemania, 2019.
Estreno en la Argentina: 28 de octubre de 2021.
Empieza la película y al toque uno ya sabe para
dónde va a rumbear. El asesinato de un emblemático hombre de negocios alemán, a
manos del silencioso italiano de apellido Collini (un Franco Nero que se los
come a todos a fuerza de miradas y gestos tan ásperos como contenidos), viene
gritando a los cuatro vientos que el oculto motivo tiene que estar emparentado
con el momento más oscuro, aberrante y condenado de la historia germana
contemporánea: El nazismo, los crímenes de guerra y la reinserción de los jerarcas
nazis menos conocidos en las distintas capas de la moderna sociedad alemana.
Demorarse cerca de medio metraje para llegar a
este punto es el mayor pecado de El caso Collini (Der Fall Collini), film de Marco
Kreuzpaintner que adapta el homónimo best-seller del escritor y jurista Ferdinand
von Schirach. Es cierto que necesita presentar a los personajes principales
para hacernos empatizar con sus historias, sus causas y sus decisiones, sobre
todo porque los lazos que los unen (y separan) son los que conforman el nudo
emocional que evita que la película sea sólo la lectura de uno (o varios)
expedientes procesales.
Porque El caso Collini es, principalmente, la
puesta en escena de un drama judicial resuelto, como corresponde, en las salas
de un tribunal de Justicia. Ámbito burocrático dónde se llevará a cabo el
duelo, real y simbólico, entre un joven abogado principiante, idealista y preocupado
por dictar Justicia; y un leguleyo veterano, ya hecho y derecho en los negocios
afines a los acuerdos extrajudiciales, ocupado en hacer cumplir la Ley. En el
medio, el asesinato que hecha a rodar la imparable bola revisionista y todos los
giros administrativos que uno pueda imaginarse.
Lo más interesante de El caso Collini es que,
en el momento en que todo corre riesgo de quedarse anclado en la previsibilidad
del thriller legal narrado de manera clásica, sólida y muy convincente, el quid
de la cuestión salta de la responsabilidad personal a la colectiva. Y ahí hace
estallar una serie de planteos éticos y morales que contienen y sobrepasan los
alcances puntuales del caso en cuestión. ¿Cuál es el límite entre la culpa y la
responsabilidad? Y, en consecuencia, ¿cómo se castiga a una generación de
culpables cuándo esa misma generación de culpables es la responsable por el
dictado de las leyes que deben garantizar la Justicia a las víctimas y sus
deudos?
Aceptando la culpabilidad de Collini, pero
haciendo valer el derecho a su legítima defensa y al sanador valor absoluto de
la Verdad, del careo entre estas dos monstruosidades incomparables entre sí,
debería salir a la luz una sentencia reparadora para las víctimas del nazismo,
aunque su condición de víctima nunca justifique su metamorfosis hacia la figura
de victimario. Pero, ¿qué pasaría si esa transición fuera el resultado no
deseado de un proceso espúreo de desnazificación de las estructuras del Estado?
¿Es posible que la propia Justicia haya garantizado la impunidad del nazismo
remanente en Alemania? ¿Será ese el huevo de la serpiente de las nuevas ultraderechas
europeas? El caso Collini se anima a responder esas preguntas. Lástima que
tarde tanto en asumir su condición de gran película.
Fernando Ariel García
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