A máquina de Goldberg. Guión: Vanessa Barbara. Arte: Fido Nesti. Portada: Fido Nesti. 112 páginas en duotono. Companhia das Letras. ISBN: 978-85-359-2180-9. Brasil, octubre de 2012.
Reuben Garrett Lucius Goldberg (1883-1970), más conocido como Rube Goldberg, fue uno de los grandes genios que desarrollaron el incipiente arte industrial que hoy conocemos como historieta. Caricaturista, escritor, escultor e ingeniero, el estadounidense lo dibujó todo, desde la red de alcantarillas de su San Francisco natal hasta una amplia serie de tiras de prensa muy exitosas en su época y hoy injustamente invisibilizadas. Uno de los fundadores y presidentes de la National Cartoonist Society, cuyo prestigioso galardón anual lleva el nombre de Premio Reuben (¿adivinen por quién?), Goldberg pasó a la historia grande de la Cultura estadounidense por las estrafalarias invenciones que le hacía patentar al imaginario profesor Lucifer Gorgonzola Butts, el más logrado exponente que el noveno arte haya dedicado a la ingeniería del absurdo.
Una de las Máquinas Goldbeg más famosa de todas las creadas por Rube Goldberg: La servilleta automática
Conocidas (y reconocidas) popularmente como Máquinas Goldberg, esta sucesión enfermiza, extravagante y arquitectónicamente compleja de engranajes, poleas y roldanas, movilizadas por pura y simple reacción en cadena, han pasado a formar parte del inconsciente colectivo estadounidense y de la conciencia específica de todos aquellos que han hecho del cómic objeto de su pasión y sus costumbres lectoras recurrentes. Estas invenciones, deudoras del surrealismo y la patafísica, han poblado episodios de Los Tres Chiflados, X-Files y la factoría Disney, han sido vistas en infinidad de publicidades y videojuegos; y han disparado una competencia anual que, desde la Universidad de Berkeley (California) se ha ido derramando a lo largo y ancho del mundo.
Pero, ¿cuál es la característica básica de una Máquina Goldberg? ¿Qué la diferencia del resto de las invenciones tecnológicas? Principalmente, una sóla cosa: Hacer innecesariamente complicado lo fácil. ¿Qué de eso mismo se trata la adolescencia? Obvio. De allí que, quiero suponer, los brasileños Vanessa Barbara y Fido Nesti hayan hecho de esta A máquina de Goldberg una emotiva vuelta de tuerca sobre el complejo trance de crecer, a partir de una filosofía de vida que consiste en intentar resolver los conflictos (nimios e importantes) de la manera más rebuscada posible, eligiendo el camino más largo, doloroso e intrincado que podamos atravesar.
Fruto del cruce conceptual entre una joven novelista brasileña destacada y un joven dibujante brasileño destacado (por eso de asumir literalmente el término Novela Gráfica y ver qué sale), encarado por la editorial Companhia das Letras, A máquina de Goldberg va forjando los lazos de amistad posibles (e imposibles) entre edades enfrentadas y complementarias, sobre todo cuando deciden empezar a construir desde sus reconocibles carencias comunes de base. Y al abordar la adolescencia irresuelta, aborda también el bullying, el maltrato (físico, psicológico, emocional), la estigmatización de lo diferente, el atropello denigrante de quienes sólo saben escudarse tras las jerarquías, la incapacidad de sociabilizar con los pares y con el resto del mundo. La soledad y el autoaislamiento.
Mediante una estrucutura que recurre a los paralelismos musicales (desde las fugas de Bach al punk, según reconocen los autores), la historieta escenifica un par de lógicas que terminarán por desarmarse cuando los secretos ocultos salgan a la luz en el campamento estudiantil dónde se desarrolla la trama. Espacio abierto y cerrado, transición iniciática entre lo que fue y lo que será. Una forma de relacionarse con el exterior y nuestro interior. La superación personal como resultado de haberse animado a experimentar el poético placer de la venganza. Fin de la inocencia que, pareciera afirmar el cómic, hace del Hombre la más perfecta Máquina Goldberg jamás creada.
Fernando Ariel García
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