martes, 19 de marzo de 2024

LOS AÑOS CUBANOS DE JAN

En 2009, el cierre de SONASTE MANECO dejó una serie de artículos realizados y sin publicar. Uno de ellos fue este perfil de la etapa cubana del español Jan (Juan López Fernández), que El Delga (José Delgado) había escrito en exclusiva para la sección Las historietas abiertas de América Latina. Quince años después de haberse perdido en una computadora infestada, el artículo reapareció en un pendrive que había traspapelado. Pidiendo las disculpas pertinentes por el (enorme) atraso, aquí va este vistazo a la obra menos conocida del enorme creador de Superlópez.


Antes de consagrarse como Jan, el español Juan López Fernández tuvo una activa vida profesional en Cuba. Entre 1959 y 1969, el futuro creador de Superlópez desarrolló su carrera como historietista, humorista gráfico y animador, bajo el seudónimo de Juan José. Colaboró con (y contribuyó en la formación de) Juan Padrón, el autor más importante del noveno arte cubano; y de un aprendiz de caricaturista que, con el correr de los años, se convertiría en una de las voces principales de la Nueva Trova: Silvio Rodríguez.


Pero empecemos por el principio. Acompañando a su familia, el veinteañero Juan López Fernández llegó a Cuba en 1959, con la Revolución triunfante y en el poder. Por su experiencia profesional previa en Barcelona, logró insertarse en el mercado del dibujo publicitario, descollando como animador principal de la agencia Siboney. En poco tiempo, pasó a formar parte del recién creado Departamento de Animación Especial del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, donde realizó diversas animaciones para Enciclopedia Popular (La historia del alfabeto, entre otras), notas para el Noticiero ICAIC, cortos didácticos y créditos de películas, entre otros trabajos.


En 1963 ascendió a Director de Animación de los Estudios Fílmicos de la televisión cubana. También inició sus colaboraciones con el periódico Hoy y el semanario Mella, firmando sus colaboraciones como Juan José. Un año después ya formaba parte de la plantilla del tabloide, que entre sus principales atractivos contaba con materiales para jóvenes lectores e historietas. En ese entonces, Cuba había dejado de recibir los cómics provenientes de los EE.UU., razón por la cual el noveno arte cubano renació, con mucha fuerza, en la isla. Guiando las manos de los jóvenes creadores estaba el magisterio de Juan José y de Virgilio Martínez, talento local que, durante la época clandestina de la publicación (la dictadura de Fulgencio Batista), había utilizado el seudónimo de Laura.


Impreso en rotograbado, Mella incluía un suplemento con algunas páginas impresas a cuatro colores. Y justamente aquí, Juan José comenzó a darse a conocer como historietista. Su primer trabajo fue Lucas y Silvio, historia de ciencia-ficción protagonizada por el viejo y el niño del título. El pequeño Silvio, con sus espejuelos y todo, estaba inspirado en quien llegaría a ser uno de los cantautores más importantes de la Nueva Trova, Silvio Rodríguez, por entonces un aprendiz de caricaturista que venía trabajando con Virgilio.


Con el correr de los números, a Juan José le nació un personaje llamado Chaparrito, pequeño campesino mexicano con sombrero de charro, que cumplía misiones para Zapata y Pancho Villa. En sus aventuras, además, solían decir presente bandidos típicos del oeste norteamericano y otros malvados escapados del circo romano y los castillos medievales. En esta etapa de Mella hace su aparición uno de los personajes más importantes de la historieta cubana, Supertiñosa, obra de Marcos Behemaras (guion) y Virgilio (dibujos). Parodia de Superman, las hazañas de este paladín al que nunca le salían bien las cosas, fue continuado gráficamente por diversos dibujantes. Entre ellos, el propio Juan José. En lo personal, me gusta pensar que Superlópez, su creación más famosa e internacional, pueda haber tenido su génesis aquí.


Más allá de mis elucubraciones, una de los hechos trascendentes del momento fue la creación de El Hueco, página de humor gráfico realizada por Juan José, Silvio Rodríguez y un debutante Juan Padrón (creador de Elpidio Valdés y Vampiros en La Habana), que firmaba como Padroncitto. En 1964, los dos últimos debieron cumplir con el servicio militar, razón por la cual durante los próximos tres años Padroncitto colaboró con la sección desde su unidad castrense, reflejando la vida de un joven recluta en la marina de guerra. Para suerte de nuestra poesía y música, Silvio Rodríguez intimó tanto con su guitarra en esos días de soldado, que al volver a la vida civil abandonó el mundo de la historieta.


Pero Juan Padrón sí regresó y, a partir de 1967, empezó a incursionar con Juan José en el humor negro que no se reía de las desgracias humanas, poblando sus chistes de verdugos y vampiros. Las colaboraciones entre los dos autores saltarían de la página impresa al dibujo animado, llegando a realizar una serie de obras para los Estudios de la Televisión Cubana entre 1967 y 1968.


Con el surgimiento del diario Juventud Rebelde, se discontinuó la revista Mella y su colectivo de autores fue incorporado al nuevo periódico. Su llegada coincidió con el arribo de los profesionales de la desaparecida Pionero, reconvertida ahora en tabloide semanal a dos colores. Ambos equipos terminaron dando forma a un seleccionado de creadores gráficos nunca antes visto en Cuba, fundadores del suplemento humorístico La Chicharra, antecedente de El Sable y el DDT.


Con guiones del escritor cubano Froilán Escobar, Juan José inició en Pionero las fábulas del Duendecillo cuenta; y se prodigó ilustrando textos y adaptando cuentos clásicos al lenguaje de la historieta. Además, incursionó en el afiche político y colaboró con la revista Din Don, de Ediciones en Colores. Finalmente, Juan José abandonó la isla en 1969, pero nos dejó una obra de gran valor artístico y cultural, además de su influencia en la formación profesional de muchos de nuestros historietistas y animadores.

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