Éxodo - La última marea. Director: Tim Fehlbaum.
Protagonistas: Nora Arnezeder, Sarah-Sofie Boussnina, Iain Glen, Joel Basman,
Sebastian Roché, Bella Bading, Sope Dirisu y Cloé Albertine Heinrich. Guionistas: Tim Fehlbaum y Mariko Minoguchi. Productor: Roland Emmerich,
entre otros. BerghausWöbke Filmproduktion / Vega Film / Constantin Film. Alemania
/ Suiza, 2021. Estreno en la Argentina: 24 de marzo de 2022.
Qué diferencia hay (o yo encuentro) entre las
películas dirigidas por Roland Emmerich (la reciente Moonfall, por ejemplo) y
las películas producidas por Roland Emmerich (como esta Éxodo - La última
marea). Las dos tienen una factura impecable, aunque la segunda carezca de la
grandilocuencia desbocada de la primera. Y tal vez, por ese andar medido, contenido
hasta la exasperación, me haya resultado mucho más interesante que cualquier
catástrofe planetaria sostenida por la billetera antes que por las ideas.
Convengamos, por lo pronto, que las ideas
puestas a rodar por Éxodo (Tides, también comercializada en mercados
angloparlantes como The Colony) no son ni nuevas ni tan originales, pero las
cartas están muy bien repartidas y mejor jugadas. Con poco (y ya conocido),
Fehlbaum logra bastante, que es mucho decir. En un futuro más o menos mediato,
la Tierra ha quedado devastada por las razones tantas veces comentadas:
Guerras, hecatombes climáticas, pandemias. Como resultado, las élites
abandonaron nuestro planeta y se asentaron en una colonia extraterrestre. La
movida les trajo prosperidad y seguridad, pero los dejó completamente estériles.
Y ahora, tratando de evitar la extinción de la especie, deciden volver a la
Tierra a ver qué tal están las cosas por acá. Resumiendo, lo que van a
encontrar es un escenario post-apocalíptico que rememora (tal vez demasiado,
tal vez sin necesidad) al viejo Waterworld de Kevin Costner.
De a poquito, como quien no quiere la cosa, la
premisa netamente fantacientífica va dejando de lado el aspecto tecnológico
aventurero que uno asocia con La guerra de las galaxias y la ciencia-ficción
más pochoclera, para enredarse en profundas cuestiones filosóficas que,
lamentablemente, no logran plasmarse con la complejidad que demandaban y
requerían. No llega ni a la milmillonésima parte de lo que alcanza Orwell en
diez líneas de 1984, pero permítaseme inferir que el director quería encarar
para esos barrios calientes, marcados por la carga política y las causas sociales.
Aunque al final se haya quedado dando vueltas por periferias más tranquilas y
menos comprometidas.
El punto álgido pasa por la (aparente)
contradicción entre el discurso de un Gobierno abocado a garantizar el bien
común; y la instalación de un Estado totalitario y dictatorial, enfocado a la
preservación y reproducción de su propia supremacía racial. La propia trama se
encargará de revelar si el relato le gana la batalla a la realidad, aunque el
final se venga viendo venir desde el principio. Buenas intenciones que pueden
derivar en una buena película. O quedarse sólo en un digno intento.
Fernando Ariel García
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