(Artículo publicado originalmente en la revista Etnica Nº 1, de agosto de 2010) Muchas historietas argentinas hablan, de una u otra forma, de la última dictadura militar, la más sangrienta de todas, la de los 30 mil desaparecidos, la de los vuelos de la muerte, la de los bebés apropiados. Pocas historietas argentinas fueron un poco más allá, intentando echar algo de luz sobre el accionar actual de aquellas fuerzas, que no están tan a la vista ni gozan del usufructo explícito del poder, pero siguen vivitas y coleando, en menor escala, con las mismas ansias asesinas. Y ninguna historieta argentina, me animo a decir, logró articular estas dos instancias con la brutal efectividad con que lo hizo El síndrome Guastavino, obra maestra de Carlos Trillo (guión) y Lucas Varela (dibujos), serializada en la nueva Fierro y recopilada como se debe por Editorial Sudamericana en un tomo de belleza exultante. La única manera, tal vez, de lograr exorcizar tanta negrura, tanta impiedad, tanta herida incapaz de cicatrizar.
Para el campo médico, un síndrome es un conjunto sintomático que presenta algún tipo de enfermedad con significado e identidad propia, concurrentes en tiempo y forma. Una insuficiencia cardíaca es un síndrome. El fascismo inherente a cierta clase, por lo que demuestra esta historieta, también.
Detalladamente obsesiva, intolerable la más de las veces en la exhibición obscena de la miseria humana degradada, El síndrome Guastavino es un pasaje de ida al infierno, el descenso a la abyección más decadente. Y una maravilla formal que le permite al lector pasar por todo esto, tomando aire en los necesarios pasos de comedia que sirven para aliviar la mochila del viaje; y llegar a destino con un oscuro convencimiento: El pasado no está tan muerto como parece. En esta democracia que (se ve, está ahí, en el hambre y la pobreza que se mueve en los fondos de la urbe alienada que Guastavino camina todos los días) no supo-pudo-quiso cumplir con las altas expectativas generadas con sus promesas de campaña.
En un país sin justicia, ¿qué lugar ocupa la venganza? ¿Qué hacer con la herencia del dolor y la tortura, cuando uno es víctima y victimario por igual? ¿Sirve de algo manipular el pasado para construirse un presente a la medida de nuestras necesidades? No, por supuesto que no. Por eso el drama aparece servido en bandeja. Cerrando el círculo de baba y sangre, todo se resolverá entre los mismos protagonistas del hecho crucial de la trama, ocurrido treinta años atrás, en el mismo opresivo escenario de entonces.
El problema mayor con los síndromes, dicen los que saben, se da cuando son de raíz crónica. Y por una sencilla razón: No tienen cura.
En ese caso, entonces, aunque los Guastavinos pasen, el síndrome siempre quedará.
Fernando Ariel García
En ese caso, entonces, aunque los Guastavinos pasen, el síndrome siempre quedará.
Fernando Ariel García
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