martes, 26 de septiembre de 2017

NORMAN: EL PRECIO DE LA AMBICIÓN

Norman, el hombre que lo conseguía todo. Director: Joseph Cedar. Protagonistas: Richard Gere, Lior Ashkenazi, Michael Sheen, Steve Buscemi, Hank Azaria, Charlotte Gainsbourg, Dan Stevens, Jonathan Avigdori, Yehuda Almagor, Caitlin O'Connell, Harris Yulin, Miranda Bailey y Jay Patterson, entre otros. Guionista: Joseph Cedar. Blackbird / Cold Iron Pictures / Movie Plus / Oppenheimer Strategies / Tadmor. EE.UU. / Israel, 2016. Estreno en la Argentina: 2 de noviembre de 2017. 

Primero, las tres cosas que justifican el precio de la entrada: El laburo de Richard Gere, el protagonismo envolvente de una Nueva York bellísima y terrenal; y una banda de sonido deslumbrante, de agridulces notas jazzeras que llenan el alma, a cargo del compositor y trompetista japonés Jun Miyake. Capaz de hacernos sentir, por momentos, que estamos dentro de una película de Woody Allen. 



Pero no, Norman, el hombre que lo conseguía todo (Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer), no es una película de Woody Allen. Le falta complejidad y humor, trascendencia existencial y diálogos picantes. Más que personajes con carnadura, encontramos aquí arquetipos bastante huecos, resueltos con oficio y carisma. Gere está fantástico (ya lo dije), pero con eso sólo no hacemos una historia interesante. Y esta pequeña comedia dramática, casi intimista a pesar de las ramificaciones globales de su trama, está dominada por el formulismo discursivo más que por las prácticas narrativas. 


La propuesta es sumamente interesante. El encuentro de dos disímiles caracteres judíos, habitados por la ambición y dispuestos a pagar el precio de ser considerados alguien en un mundo que tiende a ningunear a los tibios. De un lado, el Norman Oppenheimer de Gere, un don nadie con ciertos conocidos, un busca que se muestra como un operador político con contactos. No es un arribista, sino un buen tipo con buenas intenciones pero pocas influencias. Y enfrente, el Micha Eshel de Lior Ashkenazi, un político israelí con ínfulas y un futuro acorde a esas ínfulas. Ningún estadista, sino un “vivillo” dispuesto a perdurarse en el ejercicio del poder y a disfrutar de las mieles que su privilegiada posición le pone al alcance de la mano. 


De ese primer contacto nada inocente, buscado y armado como apuesta a mediano plazo, devendrá el desenlace que anticipa el título original en inglés. Entre aquellos polvos y estos lodos, mientras tanto, la película se poblará con apuntes de color sobre las costumbres y los protocolos judíos, el peso de la tradición y la historia, sus intereses y contradicciones. Claro que entre una comunidad religiosa y la alta política israelí no todo puede ser un lecho de rosas, sobre todo cuando una entiende a la lealtad como una confianza inquebrantable y la otra como una conveniencia momentánea. 


Lástima que este choque entre el cuento de hadas y la cruda realidad se vea venir desde tan temprano. Sobre todo si ya sabemos qué pasa cuando un acoplado se lleva puesta una bicicleta. 
Fernando Ariel García

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