Desearás al hombre de tu hermana Director: Diego Kaplan. Protagonistas: Carolina Pampita Ardohain, Mónica Antonópulos, Guilherme Winter, Juan Sorini y Andrea Frigerio, entre otros. Guionista: Erika Halvorsen, basado en la novela de su autoría Desearás, sobre una idea original de Alex Kahanoff. Aleph Media / Corbelli Producciones / Visual Problem. Argentina, 2017. Estreno: 5 de octubre de 2017.
Si la idea era mostrarnos lo buenas que están Pampita, Mónica Antonópulos y Andrea Frigerio, alcanzaba con un cortometraje hecho con las escenas hot del filme y cualquiera de las secuencias que las tiene desbordando belleza, cuerpos de ensueño, labios voluptuosos y curvas muy peligrosas, de esas que dan ganas de agarrar a toda velocidad y/o bien despacito, dependiendo del momento, el lugar y la ocasión. Lo mismo, por supuesto, vale para los pectorales de Juan Sorini y la pancita de Guilherme Winter, los unos trabajados en el gimnasio y la otra en la parrillita de la esquina de casa. En Desearás al hombre de tu hermana hay para todos los gustos, eso hay que remarcarlo.
Para ser un thriller psicológico con fuerte carga erótica, a la película de Diego Kaplan le faltan un par de fichas, me parece. Sobre todo, le falta misterio, personajes complejos y mucho, mucho erotismo. Sexo hay un montón, eso sí. Se coge más de lo que se habla; y eso que se habla de sexo hasta el cansancio. Pero en todas las revolcadas (en la cama, en el piso, en el baño, en la pileta de natación) el deseo está ausente. Quizá no alcanzó el presupuesto (que se hace notar bastante abultado); quizá los actores lo olvidaron fuera del set (de hecho, pareciera que algunos actores no se presentaron a la filmación y tuvieron que ser reemplazados -de apuro- por unos muñequitos playmobil); quizá la cámara sólo registró la mecánica del acto sexual, evitando mostrarla en primer plano para no desbarrancar del cine arte al cine porno.
Pasiones desbordadas hasta la infidelidad entre hermanas; paleta de colores fuertes y contrastados; cuidada impronta kitsch en el manejo de los símbolos setentistas (los decorados, la moda y la banda sonora. Nada de política, a no confundirse); notoria apuesta por el grotesco; un pendular constante entre lo cómico y lo ridículo; la ominosa presencia de lo trágico sobre el telón básico del melodrama; el insondable accionar de una madre disfuncional y amorosamente dañina; canto y baile; costumbrismo naturalmente surrealista; y podría seguir.
Con esta apabullante batería de condimentos; y el abordaje del deseo femenino como premisa argumental, la película prometía otra cosa. O yo esperaba otra cosa. Algo más cercano a los desbordes barrocos de Armando Bó y el primer Almodóvar. Eso que sólo encontré, con fugaces raptos de genial bizarría, en Andrea Frigerio y Guilherme Winter, los únicos que supieron alcanzar y mantener el tono necesario para volver atractiva la distante superficialidad de un frío filme que la quiere jugar de caliente.
Fernando Ariel García
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