Borg McEnroe - La película. Director: Janus Metz Pedersen. Protagonistas: Sverrir Gudnason (Björn Borg), Shia LaBeouf (John McEnroe) y Stellan Skarsgård (Lennart Bergelin), entre otros. Participación especial de Leo Borg (joven Björn Borg), Robert Emms (Vitas Gerulaitis), Tom Datnow (Jimmy Connors) y Val Jobara (Ille Nastase). Guionista: Ronnie Sandahl. SF Film Production / Tre Vänner Produktion AB. Suecia / Dinamarca / Finlandia, 2017. Estreno en la Argentina: 21 de septiembre de 2017.
No me gustan los deportes. No me gusta practicarlos, no me gusta mirarlos. No me gustan y punto. Por supuesto, conozco los nombres (y algunas hazañas) de aquellos deportistas que sobresalen de la media, los que la rompen en lo que hacen y llenan páginas y segundos de noticias y publicidades. Así que llegué al cine sabiendo quiénes fueron (y siguen siendo) Björn Borg y John McEnroe, pero completamente en ascuas sobre qué y cuándo los había enfrentado, cómo finalizó esa rivalidad devenida amistad (o civilizada enemistad, no me queda muy claro) y el resultado de ese partido clave para la historia del tenis (dicen los que saben), bajo el caliente sol de la final del Torneo de Wimbledon de 1980.
Mejor para mí. Porque quedé preso de la tensión que bien sabe construir y dosificar Janus Metz Pedersen a la hora de reconstruir aquello que pasó dentro y fuera de la cancha. Por supuesto (y por suerte), Borg McEnroe - La película (Borg McEnroe a secas en el original) es mucho más que la dramatización de esos puntos jugados (y ganados y perdidos) como si la vida misma les fuera en ello a ambos tenistas. Posiblemente porque la vida misma les iba en ello. O algo más trascendente, como la identidad.
Björn Borg, mejor tenista del mundo en ese momento, llegó a su cita con el destino cargando la responsabilidad de ganar su quinto Wimbledon consecutivo. John McEnroe, segundo mejor tenista del mundo en ese momento, con la posibilidad de ganar su primer Wimbledon, quebrando la aparentemente inquebrantable racha de su adversario. Borg, una maquinita sueca de efectividad comprobada, fuerte en el fondo de la cancha, una pegada potentísima y un volcán emocional siempre a punto de estallar, siempre controlado por la frialdad de un cerebro obsesionado con los detalles y las mecánicas funcionales de su deporte. McEnroe, el bardo yanqui hecho persona, cómodo en medio del caos que brotaba como maná del cielo de su cuerpo y su bocaza, rápido para hacerse fuerte frente a la red, siempre estallando, siempre descontrolado y en estado de rebeldía contra todo y contra todos, incluido él mismo. El hielo y el fuego, frente a frente en el que está considerado el mejor partido de la historia del tenis. No sé si será cierto, pero si la verdad se asemeja a la ficción de esta película, bien ganado tiene el mote.
Antes de salir al campo de juego, el filme reconstruye la vida de los jugadores como un camino predeterminado a cruzarse en ese momento, ni antes ni después. Y ya en la cancha, la película construye (y deconstruye) los tres estadíos más importantes del match: El deportivo, el humano y el mítico. Frente a nuestros ojos, punto a punto y set a set, el duelo tenístico se viste de western, las raquetas se convierten en armas y los protagonistas, literalmente, se pelotean a matar o morir. Hasta que el tenis queda de lado, la importancia del resultado pierde importancia y lo único que vemos son esas dos crisálidas en el exacto momento de la metamorfosis, rompiendo el cascarón y saliendo a la luz hasta opacar al sol con su brillo. La posibilidad concreta del Hombre alcanzando su máximo potencial, robando el fuego sagrado para entregarnos a nosotros, simples mortales, el sentido existencial de la Vida (así, con mayúsculas) en bandeja.
Un peliculón, magistralmente interpretado por las tres columnas que son Sverrir Gudnason, Shia LaBeouf y Stellan Skarsgård (respectivamente, Borg, McEnroe y Lennart Bergelin, entrenador de Borg), adornado con un par de guiños de esos que nos gusta remarcar: La participación de Leo Borg, hijo de Björn Borg como un joven Björn Borg; y la interpretación de Annika Ryberg Whittembury como Silvana Ruiz, una periodista argentina (del viejo ATC) que habla en argentino.
Fernando Ariel García
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