lunes, 29 de octubre de 2012

MEMORIE DELL’ETERNAUTA TOUR – CUARTA ESTACION: FLORENCIA

Los taxistas son iguales en todas partes del mundo. Lo sé porque mi padre fue taxista. Y la de los taxistas es una raza que suele cebarse con los turistas. Son expertos en lo que hace al tránsito y las leyes no escritas del fluido automotor por los cascos urbanos, dependiendo del día, la hora y las condiciones climático-emocionales de la ciudad y sus habitantes. Y ejercen su poder sobre los pasajeros sin que se les mueva una pestaña. Siempre van a llevar al turista a destino, pero el viaje incluirá unas vueltas de más, lo sepamos o no. En este sentido, nuestra experiencia taximetrera en Roma había sido algo abrumadora; y cansados de los paseos involuntarios, decidimos tomar el toro por las astas al arribar a la estación de trenes de Florencia.



“¿Estamos muy lejos de esta dirección?”, fue lo primero que le preguntamos al espigado carabinieri que contestó nuestro saludo. “No”, nos dijo antes de remitirnos a la parada oficial de taxis de la gloriosa Stazione Di Santa Maria Novella. “Es muy cerca”, nos confirmó el taxista apenas subimos al auto. Y así, orgullosos por haber torcido el brazo de la mafia del transporte urbano, desandamos los quince minutos de distancia que nos separaban del hotel donde estaríamos alojados. Ensoberbecidos por el justo final de nuestro acto de heroica resistencia, después de dejar las valijas en la habitación salimos a calmar el hambre que nos generaran las casi cinco horas de viaje que habíamos dejado atrás, al salir de Roma. Y cuán grande sería nuestra sorpresa al descubrir, a tres cuadras de nuestro alojamiento, la estructura de la estación de trenes en donde había comenzado nuestra aventura.



Stazione di Santa Maria Novella

Humillados y cabizbajos, decidimos no dejarnos vencer por las circunstancias y disfrutar del bellísimo capolavoro del racionalismo italiano, asentado en los años ’30 en pleno centro florentino como monumento a los postulados funcionales y prácticos de la depuración arquitectónica promovida por Le Corbusier. Una obra enfrentada al triunfalismo fascista impuesto por Mussolini, en donde Mario Monicelli ambientó parte de su Amici miei (1975), con Ugo Tognazzi y Philippe Noiret. Un largo bloque compacto, de identidad horizontal (para no competir con el verticalismo de la cercana iglesia de Santa Maria Novella) que resulta ser la primera imagen que la ciudad ofrece a los más de 160 mil pasajeros diarios que escupen los trenes de primera y segunda clase. Un largo bloque compacto, de identidad horizontal, que resultó ser la última imagen que la ciudad ofreció a los miles de ciudadanos arrestados y deportados a los campos de exterminio nazis el 8 de marzo de 1944.




Il Duomo

Con el estómago lleno, desandamos nuestros pasos a lo largo de la Via de’Cerretani, la calle que desemboca directamente en el Duomo di Firenze, primer nombre de la Basílica Catedral Metropolitana de Santa Maria del Fiore, consagrada el 25 de marzo de 1436. Inabarcable desde todo punto de vista, la monumentalidad de la obra fue cuna del calendario gregoriano, escenario de las lecturas públicas de la Divina Comedia y hogar del concilio de reunificación de la Iglesia latina con la bizantina, entre otros hechos históricos. Uno de los edificios más importantes de la cristiandad, se impone sobre el escenario florentino con la magnificencia de sus rasgos góticos y renacentistas, articulando la metafórica Santísima Trinidad de Iglesia, Campanario y Baptisterio, el edificio más antiguo de toda la ciudad que, de acuerdo con la leyenda echada a rodar por el Dante, habría sido un templo romano dedicado al dios Marte. Síntesis del cambio epocal entre el Medioevo y el Renacimiento, símbolo de la riqueza y el poder detentado por la ciudad capital de la Toscana entre los siglos XIII y XV.



Riqueza y poder que cristalizaron como nunca en las manos de la influyente familia Medici, banqueros, poetas, filósofos, aportantes de tres papas a la Iglesia católica, responsables por la construcción de la Galería degli Uffizi y el Palacio Medici; y mecenas de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Botticelli y Donatello, lo que equivale a decir que sus arcas fueron las responsables financieras de que el Renacimiento terminara siendo lo que fue. Un movimiento cultural que retomó y renovó las artes y las ciencias (naturales, políticas y humanas), priorizando la búsqueda intelectual del conocimiento y el progreso por sobre el mandato de los dogmas, apelando a la razón científica para explicar aquello que venía siendo atribuido a la voluntad mística de Dios. Un cambio de paradigmas a la hora de concebir al Hombre y el Mundo, sustituyendo al teocentrismo (Dios como centro del Universo) por el antropocentrismo (el Hombre como medida de las cosas; y la ética como mediador moral de la condición humana). El comienzo de la expansión global de la cultura europea tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.


Una de las ciudades más bellas del planeta, Florencia exhibe su linaje cultural en museos y calles, en palacios y plazas, en fuentes y monumentos. Caminar por Florencia es adentrarse en el Renacimiento, descubrir en el trazado urbano los siete círculos del Infierno, sentir en el cuerpo los efectos prácticos de la teoría política a la hora de concebir el ejercicio del poder. No en vano es la ciudad que formó (y exiló) al Dante y a Maquiavelo, dos de los pocos hombres que han visto sus nombres volverse calificativos capaces de definir y expresar algunas de las cualidades humanas más bajas (o más altas, según cómo se lo mire). Lo único que Florencia exige de sus visitantes es que abandonen el prejuicio (nunca la esperanza) a la hora de aprehender. Y a la hora de aprehender, nada mejor que dejarse llevar por los meandros de El Príncipe ante un almuerzo ligero en el Caffè Le Giubbe Rosse, fundado en 1897, en una de las mesas que supo cobijar el nacimiento de todas las vanguardias literarias, incluidas el Futurismo de Marinetti y el Hermetismo de Quasimodo y Ungaretti. O apurando un aperitivo en la sofisticada atmósfera del Caffè Astra al Duomo, mientras se intenta descifrar las alegorías y el simbolismo oculto en la poesía épica de la Divina Comedia.



Iglesia de Santa Maria Maggiore

Suficiente movimiento para el primero de los cuatro días (tres noches) que íbamos a pasar en Florencia. Volvimos sobre nuestros pasos, por la otra acera de la Via de’Cerretani que tan gentilmente nos llevara hasta el Duomo, con la intención de llegar al hotel. Intención que se vio demorada por la aparición de la Iglesia de Santa Maria Maggiore, una de las más antiguas de la ciudad y una de las primeras dedicadas a la  Madonna (la Virgen María, no la reina del pop), apropiación católica de una antiquísima iglesia pagana lombarda del siglo VIII.



Los techos de Florencia, desde una de nuestras ventanas

Nos tocó en suerte la posibilidad de dormir en una auténtica joya del centro histórico, un hotel boutique ubicado dentro de dos palacios renacentistas: El Palazzo Venturi y el Palazzo Mondragone. Enclavado en plena Via de’Banchi, una serpenteante calle abierta en 1324 que debe su nombre a la instalación en el lugar de los primeros bancos y entidades financieras de la ciudad, el hotel es una sucesión laberíntica de habitaciones manieristas con techos altos y poca luz, que albergaron a José y Elisa Bonaparte, hermanos de Napoleón; y supieron encender el fuego de la pasión secreta (a voces) entre el Gran Duque de la Toscana (y notorio alquimista y maestro esotérico), Francesco I de Medici, y quien terminaría siendo su segunda esposa, la hermosa noble veneciana Bianca Cappello. Según la leyenda, tras el asesinato por envenenamiento de Francesco y Bianca, el fantasma de la pálida dama de blanco suele aparecérsele a los habitantes transitorios de los distintos cuartos, en las noches sin luz de pegajoso silencio. Nosotros no tuvimos esa suerte, tal vez porque el resplandor del Duomo se colaba por nuestra ventana, tal vez porque el olor a humedad era, a veces, realmente insoportable.


El segundo día amaneció con un descubrimiento que cortó mi respiración y cambió mi concepción sobre el universo del libro impreso, de la vida misma. Babele. Más que una librería, más que una galería de arte, más que un centro cultural, Babele (http://www.babelefirenze.com) es un espacio que adoptaría como casa sin dudarlo un segundo. De obtener el permiso de sus dueños, claro, mañana mismo me estaría mudando a ese territorio de placer delimitado por la belleza del arte de la edición. Fundada en 1978 como librería, a partir de la década del ’90 comenzó la metamorfosis que la llevaría a especializarse en ediciones limitadas, copias originales realizadas por los propios autores, facsímiles, cuadros, esculturas, bocetos, objetos únicos, rarezas de todo tipo, color y lugar. Con un sólo norte reconocido: El exquisito refinamiento de la experiencia sensorial más sublime. Sacar a la luz el valor artesanal tras la emoción de descubrir que el universo puede caber entre las manos. Federico Fellini, Jacques de Loustal, Hugo Pratt, Lorenzo Mattotti, Moebius, José Muñoz y Lou Reed son sólo algunas de las firmas que escogieron estas paredes para dejar volar sus obras más exclusivas y cuidadas. Y con buena música y mejor atención.



Afiche de una muestra de José Muñoz en Babele

Con el alma repleta, la necesidad de llenar el estómago pasó a primer plano. Y qué mejor, entonces, que saciarse en uno de los lugares más característicos de la Plaza del Mercado Central, cultores de los sabores típicos y característicos de la Toscana: La Trattoria ZàZà. Enclavada desde 1977 en las instalaciones de una histórica taberna que se encontraba (¡cuándo no!) en el interior de un vero palazzo fiorentino, el amplio restaurante combina salones en distintos niveles, todos ellos vestidos con rústica elegancia y cálido ambiente de hogar. Paredes de ladrillo, techos con vigas, muebles antiguos y grandes mesas de madera, en espacios internos y externos que combinan cierta (ruidosa) intimidad con una distendida mirada panorámica al mundanal movimiento de la Plaza y sus artesanos del cuero, el metal, el papel y los mosaicos. Como alimentarse frugalmente en un sofisticado mercado de pulgas, pero sin las pulgas.



Trattoria Zà Zà

Gucci. Salvatore Ferragamo. Dos nombres-marcas asociados al mundo de la moda y, por consiguiente, unidos casi indisolublemente a la imagen icónica de Milán, capital italiana (y mundial) del fashion style más elitista. Sin embargo, ambas tienen sus raíces en la ciudad de Florencia. Gucci fue fundada aquí en 1921 por Guccio Gucci (1881-1953) y, desde sus modestos inicios manufacturando artículos de cuero llegó a transformarse en la marca de lujo más importante (a nivel ventas) de toda Italia. Orfebre zapatero desde sus precoces nueve años, Salvatore Ferragamo (1898-1960) revolucionó la industria del calzado mientras trabajaba en Hollywood; y a la hora de radicarse en Italia, eligió Florencia en 1927. Dos años después inauguró su taller en la Via Mannelli, desde donde salieron las obras de arte que vistieron los pies de Marilyn Monroe y Eva Perón, entre otros iconos femeninos que dieron forma al inconsciente colectivo del siglo XX.



Piazza Santa Trinita, lugar en donde se encuentra el Palazzo Spini-Ferroni, sede del Museo Salvatore Ferragamo

Y si el mundo de la moda guarda tan estrecha relación con Florencia es porque desde esta ciudad se irradió al mundo el canon de belleza femenina renacentista, centrada en la armonía estética y la proporción que Botticelli definió en El nacimiento de Venus. Piel blanca, mejillas sonrojadas, senos firmes y bien torneados, cadera redondeada, hombros y cintura estrecha, manos y pies delgados y pequeños, abundante cabellera rubia, frente libre, cuello alargado, ojos grandes, dientes blancos, labios rojos y bien delineados. Una sutil fusión de elegancia y delicadeza, vestida con la piel del deseo y desvestida con la promesa del placer prohibido. El prototipo de mujer que Milo Manara viene dibujando desde que es Milo Manara y dio rienda suelta al sensual grafismo deudor de su admirado Renacimiento.


Fachada de Sisley en Florencia (Via Roma y Via Dei Tosinghi)



Dibujo realizado especialmente por Milo Manara para Sisley

Por ese motivo a nadie sorprendió que Sisley, una de las marcas del grupo Benetton volcada a la ropa informal con detalles de alta costura, lanzara la colección Desiderio. Sisley by Milo Manara para la primavera-verano del 2011. Apuntalando la imagen de un ligero erotismo prêt-à-porter que asume al hombre y la mujer como sujeto consciente del deseo, Desiderio juega con los restos del imaginario transgresor que porta la línea Manara, imprimiendo sus clásicas imágenes (y un nuevo diseño “censurado”, dibujado expresamente para la colección) en miles de remeras, musculosas, shorts, minivestidos y zapatillas que las vidrieras de Sisley reprodujeron hasta el agotamiento por toda Italia, pero con especial énfasis en sus locales florentinos.



Al caer la tarde, empezamos a orientar nuestros pasos hacia la Biblioteca delle Oblate, centro cultural a orillas del Duomo en donde presentaríamos Memorie dell’Eternauta, en una velada organizada por 001 Edizioni y la Scuola Internazionale di Comics. Complejo de alto valor histórico y arquitectónico, sus claustros, patios y terrazas sirven hoy como sede a un museo histórico de Florencia, al Instituto de Paleontología, la Academia La Colombraria, el Instituto del Resurgimiento y la Biblioteca Central de Florencia, centro de divulgación formativo e informativo, de cultura y conocimiento, que garantiza el acceso público a todo tipo de material impreso y multimedia. Construido entre principios del siglo XIV y mediados del XV, el edificio albergó originariamente a la Congregación de las Oblatas del Hospital de Santa Maria Nuova, orden laica fundada a fines del siglo XIII por el banquero Folco Portinari (padre de Beatrice, gran amor y musa inspiradora del Dante) para cobijar a las piadosas mujeres que decidieran ofrecer su vida a la asistencia y cuidado de los enfermos internados en el hospital más antiguo de la ciudad. Recién en 1936, cuando las enfermeras fueron transferidas a un nuevo nosocomio, toda la estructura pasó a manos de la Comuna de Florencia, su actual propietario.


A las 21:00 horas, arropado por el esplendor de una noche con luna llena, acompañado por Grazia Asta y su gentil equipo de colaboradores, tomé asiento frente al auditorio para hablarles en un lento castellano sobre los significados metafóricos de El Eternauta, las vivencias personales de sus autores y sus familias, los mensajes que semejante epopeya podría legar al mundo y los hombres de hoy en día, si es que algo así puede llegar a desprenderse de la lectura de una historieta. Parecería ser que sí, por las permanentes preguntas y contribuciones que surgieron del público, atando las vivencias de Juan Salvo y los suyos a las experiencias históricas y presentes del italiano medio, tan invadido por los Ellos como los argentinos. Una velada inolvidable que culminó con una visita guiada por algunas instalaciones de la Biblioteca y una gélida cerveza en el bar de la terraza, música ambiente en vivo y privilegiada vista al Duomo incluida.



Firmando autógrafos después de la charla

Nuestro último día completo en Florencia debería haber sido, también, nuestro único día en Bolonia, uno de los ejes culturales más importantes de Italia, sede de uno de los movimientos editoriales más innovadores de los últimos tiempos, si todo aquello que aseveran resulta cierto. Allí, entre las calles por donde los partisanos ofrecieron la mayor resistencia contra los fascistas durante la Segunda Guerra mundial, debería haberme encontrado con Paolo Parisi, autor del monumental Coltrane (ver http://labitacorademaneco.blogspot.com.ar/2012/07/bienvenidos-al-tren.html), que está trabajando en una biografía historietizada de Oesterheld, para presentar juntos Memorie dell’Eternauta. Pero no pudo ser. Por un evitable malentendido con mails que salieron pero no llegaron a tiempo, no viajamos a Bolonia, nos quedamos en Florencia. Mala suerte, porque ahora que conozco a Paolo añoro más que antes esa tarde que no fue. Pero Florencia nos trató con amable delicadeza durante esa jornada, guiando nuestros pasos por ambas orillas del río Arno, que baja desde los Apeninos para morir en Pisa, cortando a la ciudad con el mismo refinamiento que utilizaban los conspiradores reales al abrir los cuellos de sus opositores.



Florencia a orillas del Arno

De todos los puentes medievales sobre el Arno, el Ponte Vecchio es el más famoso, el más hermoso y el más mágico de todos. Puente de madera construido en el 996 por los romanos, destruido en 1117 por una inundación y reconstruido en piedra en 1345. Es el puente de piedra más antiguo de Europa; y cruzarlo sigue siendo una aventura casi imposible. Ineludible punto comercial y turístico de la ciudad, no hay hora en la cual no esté superpoblado por gente que lo recorre de una punta a la otra, admirando las joyas y las piezas de oro que se allí se venden; y por millones de parejas que encadenan sus candados por las rejas del puente, tirando las llaves al fondo del Arno para que su amor dure para siempre. O al menos logre ser eterno mientras dure.



Ponte Vecchio

Ya habíamos paseado por la Galería de la Academia, parada obligada para caer rendidos ante una de las obras maestras absolutas del Renacimiento, el David de Miguel Ángel al que (realmente) sólo le falta hablar. También habíamos recorrido la Piazza della Signoria (emplazamiento original del David) y los interiores del Palazzo Vecchio. Demasiado para nuestra hija, que quería corretear por las calles y no caminar los pasillos de los muesos. Por eso nos quedamos sin entrar a la imponente Galleria degli Uffizi, resignando para otro momento la vista de los Botticelli, Da Vinci, Giotto, Miguel Ángel, Rafael, Caravaggio, Rembrandt, Della Francesca y Durero que, más de una vez, admiramos en libros y catálogos. Eso sí, nos trajimos de recuerdo el Pinocho de peluche más feo de toda Italia, cuya belleza interior sólo pudo ser descubierta por una pequeña de tres años.



No hace falta aclarar que se trata del David, no?

Caminando, nos dimos de bruces con la Iglesia de Santa Margherita de’Cerchi, estancia de culto a donde peregrinan los seguidores del Dante por ser el lugar en donde contrajo matrimonio con Gemma Donati; y por ser el espacio sombrío en donde reposan los restos de Beatrice Portinari, amor platónico y musa eterna del Poeta Supremo. Recinto fuera del tiempo que corre para los humanos, su claustrofóbico silencio aún concentra las oleadas de su deseo nacido para no ser consumado, del desgarro espiritual que lo unió a una relación incondicional y secreta, idealizada y sin esperanzas, inmensa e inmortal, vencedora de los finitos límites terrenales.



Sepulcro de Beatrice Portinari

Con las sombras pisándonos los talones y el estómago reclamando su ración nocturna, enfilamos al Centro Histórico. Ya habíamos cenado allí antes; y nos pareció el lugar adecuado para despedirnos culinariamente de Florencia, a lo grande. Trattoria Marione. Via delle Spade 27. Nada de invenciones gourmet ni falsos nombres que pregonen una alcurnia fingida y hueca. Aquí las cosas son como son. Al pan pan y al vino vino. Platos simples, abundantes y habitados por los colores, sabores y olores naturales de la cucina toscana. Ambiente familiar en donde todos, cocineros, mozos y clientes, saben celebrar el rito arcaico de sentarse a la buena mesa. Ruido de platos, voces altas, vasos que se entrechocan, risas, felicidad y alegría, los condimentos básicos por los cuales vale la pena esperar lo que haya que esperar para conseguir un apretado lugar, haciendo cola en la puerta, entre bicicletas estacionadas y flores abiertas a los aromas de la bohemia artística que siempre dice presente. Y un ventanal-portón a las delicias de este mundo: Jamones crudos, quesos, aceitunas, aceites de oliva, pastas frescas, embutidos de cualquier naturaleza. ¿El Paraíso? Sí, o al menos un Paraíso sobre la Tierra.



De allí caminamos hasta la Piazza della Repubblica, la plaza más grande de Florencia, situada en una de sus zonas más antiguas e importantes. Nacida como sede del Foro Romano; expandida, remodelada y rodeada por bulevares circulares durante el Renacimiento, la plaza está dominada por el imponente Arco del Triunfo terminado en 1895 sobre su cara oeste, erigido en honor de la ciudad que fuera capital del Reino de Italia (antes de Roma) entre 1865 y 1871. Sobre una de sus alas, la plaza conserva en actividad a la antigua calesita (o carrusel o tiovivo) de la familia Picci, cuatro generaciones de artesanos que mantienen viva una tradición que el mundo civilizado está condenando, torpemente, a la extinción. Una maravilla de luces y colores, acunada con música clásica, en donde veinte caballos y un par de dorados carruajes reales siguen dando vueltas, transportando a chicos y grandes a la dorada edad de la inocencia. El sitio ideal, soñado y añorado por nuestra hija, que sólo aceptó descender al escuchar la angelical voz de Natalia Lopushankaya a un costado de la plaza. Dueña de un registro de insondable beatitud, que acompaña el melancólico acordeón de Anatloiy Grischuk, la interpretación de Lopushankaya traspasa la frontera de la emoción al entonar intimistas versiones de canciones populares, viejas canzonetas y famosas arias de ópera, como la inmortal Nessun Dorma de Puccini.



La calesita de la familia Picci y, al fondo, el Arco del Triunfo

Mañana deberemos dejar la ciudad. Ir (caminando) hasta la estación de trenes. Pero aquí y ahora el instante es (y seguirá siendo) permanente. Todavía es posible creer en la belleza y la felicidad, respirar su aire y sus misterios, embriagarse con un trago de vino capaz de sembrar poesía (Dante dixit). Que nadie duerma, Florencia está soñando.
Y nosotros somos la materia de sus sueños.

Próxima parada: Turín, campo de batalla final entre la Luz y la Oscuridad.
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