Para mí, el placer de escuchar música es una
comunión emocional con los acordes que llenan de sentido el momento; y una
relación física con el objeto que la contiene, sea disco o cd (nunca pen drive
ni teléfono ni nada de esas cosas modernas y deshumanizadas). Hay un rito por
cumplimentar, que pasa por sentir el peso del disco entre las manos, admirar su
arte de tapa, dejándome atrapar por las estrategias que el diseño puso en
movimiento para hacer de ese pedazo de cartón y plástico una obra de arte,
capaz de entablar una relación afectiva con mi subjetividad. Y ese rito
necesita, inevitablemente, de una Iglesia en donde cumplimentarse. De ahí mi
adhesión al festejo del Día de las Disquerías, versión local del anglo Record
Store Day que en los EE.UU. se celebra en abril y que en la Argentina,
principalmente por razones climáticas, se lleva a cabo en octubre.
La versión 2012 del Día de las Disquerías fue
ayer. Y mi cuerpito fue uno entre los tantos que desandaron el circuito
especializado de la calle Corientes y los arrabales palermitanos, levantando
las banderas del disco físico, escuchando bandas en vivo y aprovechando los
descuentos para hacerme con una caja con ocho discos de Cannonball Adderley y
los recién editados conciertos del quinteto de Miles Davis en el Olympia de
París (dos cd’s dobles muy parecidos a la gloria). Y como Corrientes es,
también, territorio de librerías, sumé a mi colección la edición española del
Jukebox de Charles Berberian, publicado orignialmente en Francia el año pasado.
Berberian, francés nacido en Bagdad, tal vez sea
más conocido por su consustanciación artística con Philipe Dupuy, pero aquí se
las arregla solito para repasar sus gustos musicales con un popurrí de cortas
historias realizadas para la revista Fluide Glacial, que en realidad viene a ser algo así
como un estudio comparativo entre nuestras etapas de desarrollo y el proceso de
auge y caída de las grandes (y no tanto) bandas de rock. Que termina siendo,
claro, una profunda reflexión sobre la cultura del éxito que hoy impera en las
sociedades. Por cuestiones etareas, la banda de sonido que acompañó la vida de
Berberian coincide con los referentes internacionales que fui (y sigo)
escuchando en esos momentos en que me tocó descubrir el amor, la decepción, los
primeros conciertos, los excesos que buscaban compensar las represiones
internas y externas, el descontento con todo lo establecido que acompaña los
cambios hormonales de la adolescencia.
Mediante viajes mentales a través del tiempo, el
Berberian actual revisita momentos fundamentales de la historia del rock a
través de pequeñas anécdotas que giran, de una u otra manera, sobre la
irrupción del star system y la invencible capacidad del capitalismo para
cooptar y transformar en negocio todo aquello que desafíe su canibalística
naturaleza comercial: El pacifismo sesentero, la ultraizquierda setentista, la
movida humanitaria del rock en los ’80, las luchas por las libertades
individuales, los cambios constantes. Los Beatles, los Rolling Stones, Phil Collins,
el Live Aid, Michael Jackson, el David Bowie de Ziggy Stardust, Leonard Cohen,
la movida glam, el folk contestario, Duran Duran, Elton John, Iggy Pop, los
fenómenos noruegos o suecos de un sólo disco, todos ladrillos en la pared de
una industria que fue avanzada cultural y política. El fin de fiesta que hizo
de los músicos un negocio, cimentando su éxito comercial en una debacle
artística que hoy reverdece comercializada como nostalgia. La pérdida general
del rumbo, entre fines de los ’80 y mediados de los ’90, en donde después de
transitar el camino de las revoluciones sólo llegamos al cómodo aburguesamiento
de nuestras identidades.
Jukebox. Una hermosa forma de asomarnos al
pasado que nos trajo hasta aquí, este momento histórico en que la Industria
reina y manda sobre nuestras decisiones, nuestros gustos, nuestras costumbres,
nuestros pequeños ritos cotidianos. Una oportunidad única para recuperar
aquellos sonidos de la adolescencia y descubrir que también se puede ir
creciendo con dignidad. Y cómo suena. Igual que en los ’80, cuando la
imaginación, la efervescencia del escuchador reemplazaba cualquier tipo de
carencia tecnológica. Cuando lo único que importaba era la música.
Fernando Ariel García
Jukebox. Autor: Charles
Berberian. Color: Charles Berberian y Robin Doo. Traducción: Raúl Martínez.
Portada: Charles Berberian. 120 páginas a color. Ediciones La Cúpula. ISBN:
978-84-7833-946-4. España, 2011.
Magnífico “Charles Berberian”, me encanta todo lo que se ha publicado suyo, y este tendre que comprarlo.
ResponderEliminarSaludos