miércoles, 18 de abril de 2012

CABO POR SIEMPRE: VIVIENDO EN LA FRONTERA

Hice la colimba en 1984, como uno más de los conscriptos de la primera camada de la recién retornada democracia. Por esas cosas del sorteo, me tocó Fuerza Aérea. Y después de tres meses de instrucción en la base aérea de Morón, mi destino final quedó afincado en la zona porteña del Bajo, muy cerquita de la Casa Rosada, en el Estado Mayor Conjunto, único organismo (al menos, en ese momento) con representación de las tres armas: Ejército, Marina y Aeronáutica. Inútil para toda tarea, caí en el equipo de Guardia, rotando cada dos horas (un día sí, otro no) por los puestos específicos que hacían a la seguridad del edificio: La garita de la puerta, el tanque de agua del techo y la puerta de los baños del personal civil.


Ilustración de Quique Alcatena (izquierda) y un recorrido gráfico por la historia del Cabo Savino (derecha)

Tanto en la instrucción como en el destino, la mayor parte de las horas las pasábamos en compañía de cabos, el grado más bajo que reconozca la jerarquía militar. No sé cómo será ahora, pero en ese entonces, en el reducido grupo en el cual me tocó moverme, el encono existente entre oficiales y suboficiales era notorio y público. La diferencia no sólo era jerárquica, sino que era (sobre todo) de clase. La mayoría de los oficiales eran descendientes de familias tradicionales y hasta patricias. La mayoría de los suboficiales no, por lo general se trataba de hijos de familias pobres y numerosas, que habían encontrado en la milicia una cama y un par de comidas diarias que aliviaran los gastos de la casa. Los cabos eran, por supuesto, suboficiales; y por ello, supongo, los oficiales solían tratarlos peor que a nosotros, basureándolos cada vez que tenían la ocasión, dejando en claro que valían menos que la mierda que pisaban sus borcegos.


En la historieta de Masaroli (izquierda), Savino se cruza con el Corto Maltés y Butch Cassidy; en la de Chelo Candia (derecha), con su destino

Será por eso que los cabos nos caían bien. Porque una vez perdido el miedo inicial al cuco del servicio militar, inmersos ya en el ritmo cotidiano de las tareas, los cabos se nos hacían uno más, nos volvíamos compinches y hasta confidentes. Muchas tardes muertas las pasábamos tomando mate, contándonos viejas historias familiares que hablaban de amores, de pérdidas, de ilusiones, de sueños postergados, de esperanzas por alcanzar, de opciones en la vida y de una vida de imposiciones.


En el libro, Savino se cruza con diversos personajes de la historieta argentina: Paja Brava, Nekrodamus, Lindor Covas, Capitán Camacho, El Huinca, Fabián Leyes, Martín Toro, Inodoro Pereyra y Pehuén Curá, entre otros

Estas experiencias me ayudaron a descubrir (y disfrutar) de los distintos niveles de lectura que presenta El Cabo Savino, creación de Carlos Casalla que era el principal referente de la historieta gauchesco-militar de la Editorial Columba (El Tony, D’artagnan, Fantasía, Intervalo, Nippur Magnum). Más allá de la diferencia que marcaba el trazo de Casalla, Savino era distinto al resto también por una cuestión ideológica. El indio no era el malo a derrotar. Podía ser un antagonista, en el peor de los casos, pero nunca una criatura inhumana que mereciera ser aplastada. De hecho, más de una vez, Savino no tenía muy en claro de qué lado estaba parado. O lo tenía demasiado claro; y por eso iba de un lado al otro de la frontera. No era veleta, defendía sus convicciones con el cuero antes que con la espada.


Cabo por siempre también incluye una semblanza de su creador; y un episodio inédito de la tira diaria Cabo Savino que Casalla viene realizando desde 1992 para el diario Río Negro

Y esta idea de frontera como zona gris, como punto de unión en dónde se disuelven las diferencias, está permanentemente presente en Cabo por siempre, el libro homenaje al Cabo Savino y a Casalla que, en realidad, es un número especial de La Duendes. Gran número, dicho sea de paso, que recupera ese complejo entramado de sentidos que supo tejer Casalla, solo o acompañado por otros guionistas. Todo lo que cuentan las historias incluidas, además de las variaciones del relato propiamente dicho, van construyendo un discurso metalinguístico que refiere al personaje icónico del noveno arte argentino, al autor mítico y al género gauchesco en el que se inscribe gran parte de su obra. Y lo hace, además, con una poderosa visión territorial patagónica, región en dónde transcurren las aventuras, terruño en donde vive y habita Casalla; y hogar de la mayor parte de los autores que componen el colectivo de La Duendes, acompañados aquí por el propio Casalla, luminarias de la talla de Domingo Mandrafina, Quique Alcatena, Horacio Lalia, Alfredo Grondona White y Osvaldo Laino; y referentes savineros como Jorge Morhain y Ray Collins.


Realidad y ficción: El encuentro con Savino llevará al escritor Eduardo Gutiérrez a encarar su obra más famosa, Juan Moreira

Las historietas y las ilustraciones entablan diálogos entre la realidad y la ficción, lo épico y lo cotidiano, lo artístico y lo industrial, lo elitista y lo popular, la tradición y la modernidad. Se revisita la gauchesca desde el humor, el horror, el drama, el misterio. Al cerrar el libro, el lector habrá transitado un proceso de revalorización cualitativa que, prácticamente, despega al Cabo Savino de la impronta industrial asociada a Columba hasta incorporarlo al canon artístico de la producción cultural. El ascenso que el personaje nunca vivió en el papel, hecho realidad en el plano simbólico.
Y está bien. Después de todo, la dignidad nunca fue cuestión de charreteras.
Fernando Ariel García


Cabo por siempre (La Duendes Nº 11). Autores: Fer Gris, Fernando Damián Bravo, Osvaldo Laino, Héctor Reinna, Camilo Triana, Guillermo Ortiz, Toto, Alfredo Grondona White, Oenlao, Kewois, Daniel Varela, Alejandro Aguado, Carlos Martínez, Santiago K, Nehuen Defossé, Taro Defossé, Gaspar, Germán Cáceres, Marcelo Pont, Edmundo, Pablo Barbieri, Henry Díaz, Serafín, Jorge Morhain, Omar Hirsig, Mariano Antonelli, Ray Collins, Sergio Castro, Horacio Lalia, Felipe Ricardo Avila, José Masaroli, Chelo Candia, Matías Santillán, Daniel Mendoza, William Gezzio, Pablo Barbieri, NRG, Quique Alcatena, Taro, Mandrafina y Carlos Casalla. Portada: Serafín. Editor: Alejandro Aguado. 106 páginas en blanco y negro. La Duendes. ISSN: 1851-0639. Argentina, febrero de 2012.

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