Treinta años atrás, yo era uno de los muchos que no festejaban el haber reconquistado las Islas Malvinas. No era ningún iluminado, pero me daba cuenta de que se trataba de una maniobra política de la última dictadura militar para intentar perpetuarse en el poder, echando mano a un tema que estaba impregnado en el adn simbólico de todo un pueblo; el pueblo que se agolpaba en Plaza de Mayo para llenar de loas a Galtieri y que una semana atrás había sido apaleado por los militares mientras reclamaba Pan y Trabajo en esa misma plaza. Además, el tener un hermano mayor con la edad justa para poder convertirse en uno de los tantos colimbas movilizados al escenario de los combates, me llevó a tomar una posición emocional enfrentada a la de muchos de mis propios compañeros de secundaria, inflados y enceguecidos por la manipulación patriótica del momento. Para quien esto escribe, la Guerra de Malvinas siempre fue un delirio de grandeza, un acto criminal que llevó a la muerte a demasiada gente inocente, durante y después, en las islas y fuera de las islas. Pero soy consciente de las dificultades que presenta el tema a la hora de abordarlo.
La reconquista de las islas
La única forma de intentar acercarse a la verdad más completa (la más compleja) es, me parece, no perder nunca de vista el contexto en que se desenvolvieron los acontecimientos. Las Malvinas son territorio argentino, eso está fuera de discusión. Y si los habitantes de las islas quieren ser ingleses que lo sean, están en todo su derecho; y tranquilamente pueden ser reconocidos como ciudadanos británicos que habitan y trabajan en el territorio argentino, al igual que los ingleses que viven, estudian y laboran en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por poner un ejemplo. El Gobierno que nos llevó a la guerra era un Gobierno de facto, carente de toda legitimidad. Que momentáneamente llevara adelante una causa justa no lo justifica ni lo expía de todos sus delitos de lesa humanidad. Y que la llevara adelante de manera tan injusta y poco profesional, aumenta sus culpas y responsabilidades.
Se exhibe el festejo en las calles, pero no se menciona (ni se muestra) a la dictadura militar en el Gobierno
Soy de los que creen que las principales víctimas de la guerra fueron los colimbas. No estaban preparados para hacer frente a una situación de esa envergadura. Y fueron violentados, abusados y torturados (física y psicológicamente) por las estructuras militares que deberían haberlos contenido y protegido. Y digo estructuras militares porque, expresamente, quiero dejar fuera de toda injusta categorización universal a los militares de carrera que no se comportaron a imagen y semejanza de un generalato que nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Está claro que entre los oficiales y suboficiales que fueron a las islas había seres humanos que no eran monstruos, que tuvieron gestos de inigualable coraje, actitudes llenas de humanidad para con sus subalternos. Sería fácil tildarlos de héroes, pero en realidad fueron Hombres, con mayúsculas.
El hundimiento del Belgrano
No tengo motivos para dudar de la veracidad de las historias contadas por Armando S. Fernández en los dos números de Malvinas. Un grito de soberanía, publicados el año pasado por Ediciones Argentinidad. Lo que me hace ruido es la falta de contexto. Exaltar el sacrificio y la idoneidad de los militares de carrera que fueron al frente, apelando a un tono triunfalista en cuanto a lo elevado y sagrado de los valores que representan las Fuerzas Armadas, termina siendo funcional al discurso pro-militarista que licúa las responsabilidades institucionales en el puñado de hombres al mando del rumbo político del país. Como si esos hombres se hubieran cortado solos, no habiendo puesto en práctica el pensamiento del cuerpo al que pertenecían.
De los diez números previstos, sólo se publicaron dos
Afirmar que todos los militares presentes en Malvinas fueron hombres probos e íntegros; y que la Guerra fue una gloriosa epopeya cimentada en la defensa de la soberanía nacional, es tan maniqueo e incompleto como afirmar que no lo fue. El problema que tengo con Malvinas. Un grito de soberanía (en realidad, con toda la obra historietística de Fernández sobre la guerra del Atlántico Sur) es que me cuenta sólo una parte de la verdad, la parte que a él más le interesa. Y decir parte de la verdad, se sabe, es la base estructural de toda estafa.
Fernando Ariel García
Fernando Ariel García
Malvinas. Un grito de soberanía Nº 1 y 2. Guiones: Armando S. Fernández. Dibujos: Miguel Castro Rodríguez y Néstor Olivera. Color: No acreditado. Portadas: Miguel Castro Rodríguez y Néstor Olivera. 16 páginas a todo color. Ediciones Argentinidad. ISSN: 1853-6476. Argentina, sin fecha (2011).
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