jueves, 19 de abril de 2012

BOB MARLEY. NO REGGAE, NO CRY: LEVÁNTATE, PONTE DE PIE

La primera vez que escuché a Bob Marley fue en octubre de 1988, mientras presenciaba el concierto por los derechos humanos de Amnesty International en Buenos Aires. En la apertura y el cierre del megarecital, Peter Gabriel, Sting, Bruce Springsteen, Youssou N’Dour, Tracy Chapman y los locales Charly García y León Gieco, entonaron, a coro, su Get Up, Stand Up como himno. Y remarco lo de la primera vez porque, si bien con anterioridad había oído algunas de sus canciones más exitosas, nunca antes les había prestado la debida atención, detenido en las formas del rockstar comercializado, hueco y frívolo exponente del “paz y amor” mercantilizado (las palmeras de la playa, el sol saliendo o poniéndose sobre las olas del mar, un ritmo pegadizo que invitaba a mover el cuerpo en el paraíso de la marihuana libre) quedando fuera del alcance de su esencia revolucionaria (una militancia activa en favor de la libertad y los derechos humanos; y la lucha que hay que dar para ganarlos). Esa noche, saltando en el césped de la cancha de River, conmovido y consustanciado con el clima de época, entendí de qué hablaba Marley.



Al encarar este No Reggae, No Cry (tercera entrega de la colección Tragedias del Rock), Diego Agrimbau y Dante Ginevra escogieron, acertadamente, la lectura politizada, la única valida para retratar una figura como la de Bob Marley. Y lo hicieron articulando el discurso del artista con los alcances simbólicos de sus acciones, yendo de las ideas panafricanas de una Etiopía capaz de galvanizar a todo el continente negro en una unidad religiosa, política y social.; hasta un estadío en donde el fin de los prejuicios y la opresión, de la segregación y la intolerancia, configuren una instancia superadora del color de piel de cada cual.



Particularmente, me atraen las biografías que, contando la vida del protagonista, logran articular hechos y circunstancias personales con la cosmovisión ideológica del tiempo y los espacios que a ese personaje le tocaron habitar, conformar y/o modificar. Que echen algo de luz sobre el feedback entre el Hombre y la Historia. La vida de Bob Marley, en ese sentido, pareciera ser ejemplar. Hijo de una relación interracial donde y cuando algo así era un sacrilegio. Descendiente de una raza esclavizada que conoció la ilusión de la libertad y el colonialismo como una continuidad difícil de romper. Miembro de una fe, la rastafari, que al conquistar el centro desde las periferias entronó al reggae como una experiencia filosófica antes que un fenómeno musical, una visión existencialista antes que un ritmo de moda. Hombre que cargó con la representación de las masas oprimidas, que hizo suya la lucha independentista, que le puso música a las palabras de los sin voz, abriendo las puertas de la percepción al perseguir nuevos niveles de sabiduría, buscando quebrar las cadenas físicas y espirituales que cercenan la libertad del cuerpo y la libertad del espíritu.


Por momentos específicos, cuando va desgranando los datos duros de la biografía, esta historieta se me hizo demasiado discursiva, limitada por el distanciamiento frío contagiado desde una visión enciclopedista. Por el contrario, al abordar los valores puestos a rodar por Marley, el cómic alcanza su máximo potencial, despliega sus alas y levanta vuelo. Traspasa el discurso, pone en evidencia aquello que resulta trascendente. El misticismo redentor, los lazos sociales y políticos que hermanan geografías alejadas, momentos distantes, rostros y esperanzas que hablan distintos idiomas pero expresan una misma voluntad. La de cambiar al mundo, paso a paso, canción por canción. Sin importar el peso o el tamaño del enemigo.
Sólo hace falta levantarse, ponerse en pie. Y nunca abandonar la lucha.
Fernando Ariel García


Bob Marley: No Reggae, No Cry (Colección Tragedias del Rock Vol. 3). Guión: Diego Agrimbau. Dibujos: Dante Ginevra. Portada: Dante Ginevra. Idea y producción editorial: Depeapá Contenidos Editoriales. 64 páginas a todo color. V&R Editoras. ISBN: 978-987-612-382-2. Argentina, marzo de 2012.

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