Ayer se cumplieron cien años del hundimiento del Titanic. Un siglo desde que el más grande transatlántico en servicio del mundo llenara sus entrañas de agua helada, tragándose a más de 1.500 personas, ahogando los sueños de llegar a Nueva York en su viaje inaugural. Grande, tonto y desalmado, el Titanic devino metáfora notable de un modelo que ahora mismo pareciera estar yéndose a pique. Una soberbia historia de la soberbia humana, perfumada con gotas de honor y gloria que el tiempo terminó marchitando. Momento ideal, entonces, para la relectura de Titanic, fenomenal recreación de época que Attilio Micheluzzi (1930-1990) firmó en 1988 para las páginas de la prestigiosa revista Comic Art. Una obra a color que la italiana Lizard Edizioni recopiló diez años después; y que la francesa Mosquito acaba de recuperar en glorioso blanco y negro, aprovechando la efemérides para potenciar la belleza de esos trazos moldeados bajo el canon del Arte Decorativo.
Nueve años antes que James Cameron, Micheluzzi se dio cuenta de que lo más notorio de la historia del Titanic era materia conocida y reconocida por el mundo todo, que los fantasmas del mastodóntico buque sólo cobrarían la importancia del sentido dramático si una trama atractiva y atrapante venía montada sobre su cubierta. Y a diferencia de Cameron, que optó por volcarse a una historia romántica de proporciones épicas, el historietista italiano dotó a la tragedia de contenidos sociales al afrontar la lucha de clases, haciendo del Titanic la síntesis de una concepción política, la representación de un interesado orden instaurado, la expresión andante de un mundo dividido en primera, segunda y tercera clase.
Recorriendo el camino que va del propietario al proletario, el Titanic de Micheluzzi habla de lo cierto y lo falso como un juego de espejos donde la impunidad del dinero opera como idea corporativa de inmunidad, la apariencia cobra valor moral, la extorsión se impone como moneda de cambio, el dinero devine enfermedad social al promover el sentido financiero de la existencia. La política aparece ocupando el centro de la escena, elevada a la categoría de articuladora de la gran farsa capitalista. Y en el extremo opuesto, apoyado en el voluntarismo surgido del compromiso ideológico, el anarquismo como último bastión de la dignidad humana, como referente de la lucha contra las injusticias del mundo, haciendo volar los símbolos del enemigo con bombas reales, con atentados terroristas que deben ser leídos como proclamas políticas.
Historia policial con desolados apuntes amorosos, el cómic sigue los pasos de varios tripulantes con diversos (y encontrados) intereses. Entre ellos, los de un anarquista sobreviviente de las huelgas y revueltas populares de la Semana Trágica catalana de 1909, que había dejado un saldo de 78 muertos, medio millar de heridos, la represión y detención arbitraria de (al menos) 2 mil personas, la clausura de los sindicatos y el cierre de las escuelas laicas. Pero lo más importante recae en los sentidos cargados sobre el Titanic, fruto de una innecesaria carrera empresarial que sólo cree en el valor de las posiciones dominantes, excéntrico símbolo de un prostituido progreso científico y tecnológico que privilegia los privilegios de clase por sobre la igualdad social, el precio del lujo cobrado en vidas humanas, las vidas que el modelo aún considera descartables.
En el fondo del mar, cien años después, la lucha continúa.
Fernando Ariel García
En el fondo del mar, cien años después, la lucha continúa.
Fernando Ariel García
Titanic. Autor: Attilio Micheluzzi. Portada: Attilio Micheluzzi. 80 páginas a todo color. Lizard Edizioni. ISBN: 88-86456-51-4. Italia, 1998.
Titanic. Autor: Attilio Micheluzzi. Portada: Attilio Micheluzzi. 84 páginas en blanco y negro. Mosquito. ISBN: 2-35283-076-1. Francia, abril de 2012.
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