(Información de prensa) ¿Enfermedad, locura u otra cosa? Vigilia en agosto (Argentina, 2019) se estrena el 1º de agosto.
Escrita y dirigida por Luis María Mercado, la película está protagonizada por Rita Pauls, María Fiorentino, Eva Bianco, Michel Noher, Fanny Cittadini, Maximiliano Bini, Adriana De la Vega Viale y Cokó Albarracín.
Pequeña ciudad de provincia. Comienza agosto. Frío, viento seco y tierra. A días de su ansiado casamiento, Magda es testigo de una sucesión de hechos que sufren personas cercanas y que involucran a su novio. Hace silencio y lo niega. Pero aquellos hechos la obsesionan.
Los días siguientes su salud comienza a deteriorarse sin motivo. Las elucubraciones hablan de una extraña enfermedad, de locura o posesión de un mal. Pero nada ni nadie deberán impedir su anhelada boda.
Palabras del director
Nací y crecí en una pequeña ciudad de provincia, un entorno donde la actividad agrícola es la base y condicionante del orden social, cultural y económico. Una región semiárida pero fértil denominada “Pampa Gringa”, debido a la fuerte inmigración italiana del siglo pasado. Allí los inviernos son secos y ventosos. Agosto en particular.
Es natural que la gente enferme a consecuencia del clima. “Es el mes de las pestes”, “Hay que pasar agosto”; replican cotidianamente los vecinos. Lo que no es natural son los padecimientos derivados de la desidia, de la negación o la complicidad.
De niño padecí varias enfermedades que me llevaron a pasar incontables horas en cama y en casa. Recuerdo largos períodos de fiebre, erupciones en el cuerpo y revisaciones médicas. Aquellos momentos de soledad en mi habitación, en silencio, mirando el techo, me impregnaron de una especial percepción de mi entorno.
Mientras aguardaba la recuperación de mi organismo, prestaba atención a las conversaciones hechas de rumores, susurros, secretos o gritos que se producían entre mi madre y las vecinas, familiares y amigos. Los sonidos de la casa cambiaban radicalmente. Aquello que pasaba por alto cuando gozaba de buena salud, cobraba otra dimensión cuando enfermaba. Nadie parecía distinguirlo excepto yo. Ese particular estado de mi cuerpo me permitía percibir mi entorno de manera diferente. Esto sucede a menudo en otras circunstancias. Por ejemplo cuando tenemos una conmoción por un fuerte golpe, o ingerimos una sustancia tóxica, o vivenciamos la muerte o el nacimiento de un ser muy querido.
En ese extraordinario estado de sensibilidad, habitamos aquello que el devenir cotidiano oculta. Es esa pequeña revelación de la que puede emerger algo monstruoso que nos muestre el revés de la trama. No es algo abstracto y lejano. En general, la bestia tiene la cara de la rutina y el cuerpo de la bonhomía de nuestro ecosistema social más próximo y del que, claro está, somos juez y parte. ¿Qué sucede luego de esta mínima pero contundente iluminación? ¿Qué actitud asumimos? La línea que separa a la víctima del cómplice puede ser tan imperceptible como la que separa al sueño de la vigilia. Está en nosotros despertar.
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