lunes, 30 de diciembre de 2019

MARVEL STUDIOS ESTRENA "WHAT IF...?", SU PRIMERA SERIE ANIMADA, EN 2021

¿Qué pasaría si Marvel decidiera reinventar todas las películas que lleva estrenadas hasta el día de hoy? What If...?, la primera serie de dibujos animados del Universo Cinematográfico Marvel, dará todas las respuestas (via streaming) a partir del 2021. 




Si querés saber más, entrá a esta nota que me publicó La Nación y enterate de todo. Y de yapa, acá abajo, el primer trailer de la serie, exhibido durante la última convención D23 Expo.

sábado, 28 de diciembre de 2019

FROZEN 2: LIBRES SON

Frozen 2. Directores: Chris Buck y Jennifer Lee. Voces (en inglés): Kristen Bell (Anna), Idina Menzel (Elsa), Josh Gad (Olaf), Jonathan Groff (Kristoff y el reno Sven), Sterling K. Brown (Teniente Mattias), Evan Rachel Wood (Iduna, madre de Anna y Elsa), Hadley Gannaway (joven Iduna), Alfred Molina (Agnarr, padre de Anna y Elsa), Jackson Stein (joven Agnarr), Martha Plimpton (Yelena), Jason Ritter (Ryder) y Jeremy Sisto (Rey Runeard, abuelo de Anna y Elsa), entre otros. Participación especial de Aurora (La Voz). Voces (en castellano): Romina Marroquín Payró (Anna), Carmen Sarahí (Elsa), David Filio (Olaf), José Gilberto Vilchis (Kristoff), Salvador Reyes (Teniente Mattias), María Inés Guerra (Iduna, madre de Anna y Elsa), Regina Tiscareño (joven Iduna), Raúl Anaya (Agnarr, padre de Anna y Elsa), José Luis Pérez Piedra (joven Agnarr), Rebeca Patiño (Yelena), Arturo Castañeda Mendoza (Ryder) y Oscar Bonfiglio (Rey Runeard, abuelo de Anna y Elsa), entre otros. Guion: Jennifer Lee, Chris Buck, Marc E. Smith, Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez, basado en personajes y situaciones del cuento La Reina de las nieves, escrito por Hans Christian Andersen (1844). Canciones: Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez (letras); y Christophe Beck (músicas). Tema de cierre (en inglés): Into the Unknown, interpretado por la banda Panic! At the Disco. Tema de cierre (en castellano): Mucho más allá, interpretado por David Bisbal. Walt Disney Pictures. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 2 de enero de 2020. 


Varios años después del apabullante éxito de Frozen: Una aventura congelada (2013), la esperada secuela del moderno clásico disneyano enfrenta (dentro y fuera de la pantalla) su reto más importante: Estar a la altura de su predecesora, evitando repetir las fórmulas que la impusieron en el gusto popular de las preadolescentes del mundo entero. Una tarea titánica de la cual Anna y Elsa salen victoriosas, pero no tan enteras cómo le hubiera gustado al Tío Walt. 


La película se propone (y lo logra) reescribir la historia que conocíamos, echando luz sobre el pasado oscuro de Arendelle y su relación con el matrimonio real de Agnarr e Iduna, padres de Anna y Elsa. Algo que terminará produciendo un efecto dominó sobre los misterios que hoy parecen aquejar al reino: La Voz que viene del cercano bosque encantado, la verdadera naturaleza de los poderes de Elsa; y la forma en que el Reino elija expiar sus pecados. 


El camino (interno y externo) será largo y accidentado. Y en ese trayecto de arrobadora belleza visual, la película apuesta por lo seguro, se vuelve predecible y algo reiterativa. Lo justo y necesario, de acuerdo con la reacción de las hijas que acompañaron a los periodistas en la función de prensa. La aceptación de los tramos más forzados de la trama, la empatía con los momentos de ternura y las lágrimas por los infaltables golpes bajos, hacen de Frozen 2 un producto logrado y preciso, hecho por y para su público destinatario.


“Sólo la verdad los hará libres”, asevera un famoso pasaje de La Biblia. Y más allá de cualquier profesión explícita de fe, Frozen 2 valida el peso de esas palabras al hacer que las hermanas protagonistas elijan sujetarse a los hechos reales antes que validar el relato repetido por boca de ganso. Aunque eso les implique dinamitar lo que daban por cierto sobre ellas mismas para poder cantar el estribillo más repetido de la saga. Ese que dice: Libre soy… Libre soy. 
Fernando Ariel García

EL ARO – CAPÍTULO FINAL: EL ANILLO SIN FIN

El aro – Capítulo final. Director: Hideo Nakata. Protagonistas: Eliza Ikeda, Himeka Himejima, Ren Kiriyama, Hiroya Shimizu, Rie Tomosaka y Takashi Tsukamoto, entre otros. Guion: Noriaki Sugihara y Kôji Suzuki, basado en personajes y situaciones creados por Kôji Suzuki para la novela Ringu (1991). Kadokawa. Japón, 2019. Estreno en la Argentina: 2 de enero de 2020. 

Hagamos algo de historia. Todo arranca en Japón en 1991. Kôji Suzuki publica la novela Ringu; y la idea de una maldición espectral impresa en la cinta de un videocasete, lo coloca en el número uno de los más vendidos y leídos de la isla. Siete años después llega la versión fílmica, que instala como icono del terror contemporáneo la famosa imagen de Sadako, esa chica descalza, en batón y con una larga melena negra que le cubre la cara. Ringu (la película) revienta todos los récords, dispara cinco secuelas y una precuela, una larga lista de mangas y hasta una serie de TV. Su máximo logro: Exportar al J-Horror al resto del mundo, logrando remakes en los EE.UU. y Corea del Sur. 


Aquí en la Argentina, a la saga de Ringu (El anillo) se la difundió bajo el título genérico de La llamada. ¿Por qué cambiarla ahora por El aro? No lo sé. ¿Y por qué agregarle capítulo final al título de una película que, claramente, termina con una secuencia más abierta a la continuidad que al cierre? Vaya uno a saber. Lo cierto es que El aro – Capítulo final (Sadako a secas, en el original) recupera al director inicial de la saga, Hideo Nakata, para insuflar nuevos aires a una franquicia que se viene cayendo a pedazos. 


Algo que, lamentablemente, no logra. Hay un principio muy prometedor, donde se instala una atmósfera de trágica incomodidad, de desamparo ante el avasallamiento del más allá, de entrega irredenta a los vaivenes de lo inexplicado y lo incomprensible. Un principio que aggiorna los disparadores narrativos con la incorporación del mundo de los youtubers, pero que al ir avanzando, cae en todos los clichés que no debería caer. 


El problema más grande, sin embargo, radica en la melenuda que sale del aljibe antes de salir de la pantalla. Si bien es la marca registrada de la licencia y, como tal, debe estar dentro de cada instancia, ya no causa sorpresa. Y, mucho menos, miedo. A esta altura, su presencia es tan natural y neutra como la del Hombre-Araña balanceándose entre los tejados de Manhattan. Tiene que aparecer, obvio, pero con un contenido alrededor que justifique su representación, que ponga en valor su peso identitario, que la vuelva relevante para el espectador. Y eso no está. 
Si se bancan la canción J-Pop de los títulos de cierre, verán una escena mínima que no agrega nada, pero si llegaron hasta ahí… 
Fernando Ariel García

jueves, 19 de diciembre de 2019

STAR WARS – EL ASCENSO DE SKYWALKER: FIN DE FIESTA

Star Wars - El ascenso de Skywalker. Director: J.J. Abrams. Protagonistas: Carrie Fisher (Leia Organa), Adam Driver (Ben Solo / Kylo Ren), Daisy Ridley (Rey), John Boyega (Finn), Oscar Isaac (Poe Dameron), Anthony Daniels (C-3PO), Joonas Suotamo (Chewbacca), Kelly Marie Tran (Rose Tico), Ian McDiarmid (Palpatine / Darth Sidious), Billy Dee Williams (Lando Calrissian), Brian Herring (titiritero de BB-8), Jimmy Vee (R2-D2), Naomi Ackie (Jannah), Domhnall Gleeson (General Hux), Lupita Nyong'o (Maz Kanata) y Keri Russell (Zorri Bliss), entre otros. Participación especial de Mark Hamill (Luke Skywalker). Guion: J. J. Abrams, Chris Terrio, Derek Connolly y Colin Trevorrow, basado en personajes y situaciones creadas por George Lucas. Música: John Williams. Lucasfilm Ltd. / Bad Robot Productions. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 19 de diciembre de 2019. 


Todo llega a su fin. Hasta esta saga familiar iniciada hace más de 40 años. Porque Star Wars - El ascenso de Skywalker (Star Wars - The Rise of Skywalker) está aquí para cerrar la historia del clan Skywalker, no para poner punto final a una de las franquicias más lucrativas de la industria del entretenimiento. Es cierto, no va a haber más trilogías, pero sí una película cada tanto. Y dibujos animados, series para Disney +, cómics y demás cuentas de este rosario de productos interconectados e interdependientes hasta el infinito. 


Lo importante pasa por saber si El ascenso de Skywalker está a la altura de las expectativas que generó. Y la respuesta, en realidad, son dos respuestas. A nivel cinematográfico, J.J. Abrams apela a la mística original pero no logra traducirla en personajes con carisma. Abusa de las subtramas y las vueltas de tuerca simplistas. Revela lo que tiene que revelar. Y entretiene a fuerza de adrenalina más que de inteligencia y creatividad argumentativa, sobrevalorando la carga épica de la misión final. 


A nivel emotivo es otra cosa. La película se toma su tiempo para recuperar y resignificar escenarios, relaciones, criaturas que han cimentado el fanatismo religioso de la saga. Están los homenajes esperados, los golpes bajos infaltables y un par de sorpresas que terminarán obnubilando cualquier atisbo de razón. J.J. Abrams responde a la pasión con más pasión. Y, ya sabemos, la pasión conoce razones que la razón desconoce o no entiende. 


Lejos de ser la película perfecta para un cierre redondo, Star Wars - El ascenso de Skywalker es la celebración que una ocasión así ameritaba. A sufrirla y a gozarla, que para eso está hecha. Fin de fiesta y gracias por los servicios prestados. 
Fernando Ariel García

LA BOTERA: CRUZAR EL RUBICÓN

La botera. Directora: Sabrina Blanco. Protagonistas: Nicole Rivadero, Alan Gómez, Sergio Prina y Gabriela Saidon, entre otros. Guion: Sabrina Blanco. Murillo Cine / Vulcana Cinema. Argentina / Brasil, 2019. Estreno en la Argentina: 19 de diciembre de 2019. 

El Rubicón es un corto río torrencial del norte de Italia. De color entre rojizo y amarronado, saltó a la fama gracias al derecho romano, ya que a partir del 59 a.C. quedó establecido como frontera infranqueable entre las provincias romanas y la Galia Cisalpina, buscando proteger a Roma de cualquier amenaza interna y externa. Hasta que un Julio César atormentado por las dudas, desoyó la prohibición de cruzar sus aguas y las cruzó, entrando a Italia con sus tropas. Sin saberlo, el político y militar que llegaría a encarnar la idea del poder absoluto, estaba forjando una frase popular destinada a definir la decisión íntima e irreversible de lanzarse a una empresa de arriesgadas e imprevisibles consecuencias.


Hagamos de cuenta, entonces, que la adolescente Tati es nuestra Julio César de baja intensidad; y que el Riachuelo es el Rubicón que deberá cruzar (en viaje de ida y vuelta) durante este íntimo e intenso relato de iniciación que es La botera, opera prima de Sabrina Blanco que, sin rodeos, llega para instalarse como uno de los grandes estrenos argentinos del año. Filmada y ambientada en la Isla Maciel, la película sigue el despertar sexual de Tati mientras Tati sigue con sus rutinas cotidianas, marcadas por un aislamiento naturalizado por el ambiente y una situación de vulnerabilidad social y económica que no la define pero sí le estipula márgenes de maniobra. 


Alejada de la estética y la ideología comúnmente asociadas al romanticismo teenager, La botera camina los senderos de un realismo empático y crudo, veraz y honesto a la hora de poner en escena el tránsito de los personajes y plantear el empoderamiento posible de esa niña en particular. La pobreza, el bullying, la violencia de género, los problemas vinculares con las personas que conforman su microclima (casa, barrio, escuela, merendero) ocupan un lugar protagónico sin cargar el estigma con que suelen aparecer representados en el séptimo arte contemporáneo. En el mientras tanto, Tati buscará realizar su deseo de convertirse en botera, aprendiendo los secretos de ese oficio masculino y en peligro de extinción, como metáfora identitaria que le permita navegar entre las costas de la isla y el continente; y de la mano de su amigo infantil a los brazos de su interés amoroso. 


Lo mejor que tiene el film, para mí, es el alto compromiso político con las situaciones que aborda. Prescindiendo de pirotecnias partidarias, sabe ser sensible y ecuánime, comprensible y crítico con los mundos internos y externos que están en pugna. Es capaz de no juzgar a sus personajes, porque les ha entregado la confianza necesaria para dejarlos ser, hacer y elegir. Por eso, intuyo, huye de cualquier tentación discursiva para abrazar los recursos narrativos que cuentan mejor que mil palabras. Complejo y sutil maridaje entre la ficción y el documental, La botera cohesiona la síntesis de ambas orillas para amarrar en el puerto del cine con mayúsculas. Esa experiencia que nos acompaña por la vida, no sólo en la oscuridad de una sala. 
Fernando Ariel García

LA DOLCE VITA: EL ENCANTO DE LA DECADENCIA

La dolce vita. Director: Federico Fellini. Protagonistas: Marcello Mastroianni, Anita Ekberg, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Alain Cuny, Nadia Gray, Annibale Ninchi, Magali Noël, Lex Barker, Jacques Sernas e Ida Galli, entre otros. Participación especial de Adriano Celentano. Guion: Federico Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano, Brunello Rondi y Pier Paolo Pasolini (no acreditado). Música: Nino Rota. Riama Film / Pathé Consortium Cinéma / Gray Films. Italia, 1960. Estreno en la Argentina de la versión remasterizada: 19 de diciembre de 2019. 

Tres minutos dentro de la Fontana di Trevi le bastaron a La dolce vita para meterse en la historia grande del cine internacional. Pero la verdad es que, aun sin esa escena icónica, las casi tres horas de esta obra maestra de Fellini tienen méritos y espaldas suficientes para ganarse y bancarse el sitial de privilegio que ocupa porque le corresponde.


Rompiendo la estructura tradicional de la narrativa cinematográfica, el film en donde Fellini inoculó grandes dosis de simbolismo al neorrealismo italiano, sigue tan moderno, irreverente, contestatario y vigente como en aquel lejano 1960 que le granjeó prohibiciones y sambenitos de blasfemia y pornografía, entre otros epítetos. Sobre todo por atreverse a mostrar (mejor que nadie antes) el auténtico encanto de la decadencia aristocrática como motor aspiracional de una clase trabajadora anclada en la individualidad más autodestructiva y la hipnótica valoración de un exhibicionismo hueco. 


Desde su privilegiado palco en la mítica Via Veneto de Roma, el escritor de crónicas sociales Marcello Rubino (un enorme Marcello Mastroianni, agigantado todavía más por el paso del tiempo) y su fotógrafo Paparazzo (nombre que en su plural italiano pasaría a definir una profesión, la del paparazzi), cubren física y emocionalmente los vaivenes existenciales de una clase que ejercía el pecado como libre expresión de un nuevo contrato moral. El aburrimiento de quien lo tiene todo resuelto, devenido entretenimiento costumbrista del permanente necesitado, alimentado por el poder re-presentativo de la prensa sensacionalista. Otra forma de anestesiar el dolor que latía en las aún vigentes carencias de posguerra, gracias al ansiolítico insensible que servía en bandejas de plata el accionar de la burguesía acomodada. Producto que vendía y compraba el Marcello atrapado en una relación tóxica, signada por el amor y el espanto. 


Al compás de los excesos y los desbordes, los sueños y las frustraciones, las verdades y las mentiras, las realidades y las simulaciones, el placer y el sexo, las búsquedas particulares y colectivas, La dolce vita sigue escarbando en la naturaleza del vacío desencantado de una generación en estado de construcción. Incapaz de oír al otro en medio del ruido ambiente, porque sólo le interesa hacerse escuchar. 
Fernando Ariel García

jueves, 12 de diciembre de 2019

LA SABIDURÍA: VERDE PROFUNDO (VERO GIALLO PAMPEANO)

La Sabiduría. Director: Eduardo Pinto. Protagonistas: Sofía Gala Castiglione, Daniel Fanego, Analía Couceyro, Paloma Contreras, Lautaro Delgado Tymruk, Diego Cremonesi, Luis Ziembrowski, Pablo Pinto. Participación especial de Leonor Manso y Juan Palomino. Guion: Diego Andrés Fleischer, María Eugenia Marazzi y Eduardo Pinto. No Problem cine / Eusebia en la Higuera. Argentina, 2019. Estreno en la Argentina: 12 de diciembre de 2019. 

En la Italia de posguerra, una de las colecciones de literatura popular más consumida era Il Giallo Mondadori, dedicada exclusivamente a las novelas de enigma. Tan grande fue su penetración cultural que la sociedad pasó a denominar giallo (amarillo) al género policial. Con este antecedente, a partir de los años ‘60, el término sirvió para acuñar la identidad cinematográfica de todo thriller que supiera combinar el suspenso con el terror psicológico, los crímenes violentos, alguna dosis de explotación sexual y un toque de misterio sobrenatural. 


No sé si la intención de Eduardo Pinto fue la de hacer un giallo local, pero después de ver (y pensar y repensar) La Sabiduría, no encuentro otra forma mejor para definir el efecto intelectual y emotivo que me produjo la película. Visualmente impactante, dueña de una elegancia siniestra que incomoda desde el primer minuto, con una densidad envolvente que nos lleva de las narices hasta el último sótano de ese infierno personal, social e histórico que habita en la perdida soledad de la llanura pampeana. 


De manera formal y figurada, La Sabiduría aprovecha las riquezas que encuentra en el entramado fronterizo. Entre la ciudad y el campo, la tradición y la modernidad, el mundo blanco y la cosmovisión indígena que aparecen signados y contaminados por el mito del malón. Además, logra plantarse con firmeza en el terreno indefinido de la vigilia, esa zona que deambula entre lo concreto y lo inasible, lo real y lo onírico, ampliando nuestras capacidades de recepción cognoscitiva para percibir el abanico completo de sensaciones que cabe en las experiencias alucinadas de los protagonistas. 


Apoyada en soberbias actuaciones de Sofía Gala Castiglione, Daniel Fanego y Analía Couceyro, al frente de un elenco que se saca chispas, La Sabiduría aborda desde un costado ficcional muy poco transitado por nuestro cine, una de las transformaciones epocales que nos atraviesa con más fuerza: El feminismo. Y al hacerlo desde las entrañas de un género que naturalizaba ciertas expresiones de la violencia contra las mujeres, provoca el debate desde la misma resignificación simbólica. Lástima que para enarbolar este planteo haya caído en la cosificación malévola del hombre, pintando a todos los personajes masculinos como seres oscuros, abyectos e irredimibles. Una película tan bella e inteligente no necesitaba echar amarras en ese lugar común. 
Fernando Ariel García

JUGANDO CON FUEGO: MI PEQUEÑO PANCUTAN

Jugando con fuego. Director: Andy Fickman. Protagonistas: John Cena, Keegan-Michael Key, John Leguizamo, Brianna Hildebrand, Dennis Haysbert, Judy Greer, Christian Convery, Finley Rose Slater y Tyler Mane, entre otros. Guion: Dan Ewen, Matt Lieberman. Paramount Players / Nickelodeon Movies / Walden Media / Broken Road Productions. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 12 de diciembre de 2019. 

A esta altura, el de los rudos, insensibles e hipermusculosos machotes devenidos cariñosos y abocados niñeros de ocasión, podría ser considerado como un subgénero más de la clásica comedia blanca familiar. Y de eso se trata Jugando con fuego (Playing with Fire), donde el bombero John Cena juega el juego que ya jugaron Schwarzenegger y Vin Diesel, por poner dos ejemplos. 

Completamente predecible y nada graciosa, hace gala de un sentimentalismo barato y de un prejuicio tan arcaico como estúpido. Es un notable ejemplo del cine industrial surgido de la sobreexplotación de fórmulas probadas, aprobadas y reprobadas. Realizada de manera correcta y profesional, tiene todo en el lugar en el que debe estar, salvo la creatividad, que se había ido a trabajar a otra película. 


Pensada, armada y dirigida a los más chicos, Jugando con fuego se tiene tan poca fe que recurre, forzosa y obsesivamente, al atractivo que pueda generar en el público infantil el universo lúdico de Mi pequeño Pony. Como si la famosa franquicia de entretenimiento de Hasbro fuera el bálsamo necesario para calmar el dolor de tantas quemaduras. 
Fernando Ariel García

LA LUZ DEL FIN DEL MUNDO: APRENDER A SOLTAR

La luz del fin del mundo. Director: Casey Affleck. Protagonistas: Casey Affleck, Anna Pniowsky, Elisabeth Moss y Tom Bower, entre otros. Guion: Casey Affleck. Black Bear Pictures / Company A.EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 12 de diciembre de 2019. 

Podríamos decir que estamos frente a una película de ciencia-ficción y no faltaríamos a la verdad. Porque el escenario minimalista en donde se desenvuelve La luz del fin del mundo (horrible retitulado para el poético, certero y original Luz de mi vida) es el de una oscura sociedad post-apocalíptica cercana en el tiempo, en donde una parte importante de la población ha caído muerta a raíz de un contagio del que poco se especifica, principalmente porque no hace falta para quedar atrapado en el nudo dramático que escribe, cuenta y protagoniza Casey Affleck. 

Pero si decimos que La luz del fin del mundo (Light of My Life) es sólo una película de ciencia-ficción, me parece que la estamos pifiando. Tan morosa como preciosista y tan salvaje como entrañable, la intimista fábula del hermano de Ben es una obra maestra sobre la naturaleza y los alcances de la relación filial entre un padre y su hija, en el preciso instante en que la hija está empezando a ser una adolescente sin dejar de ser una niña. Y en un ambiente en que esa condición se torna tan peligrosa como el pueblo azotado por el crudo y desalmado invierno que muestra la pantalla. 


Durante gran parte del metraje, el anónimo personaje de Affleck (al que sólo conoceremos como Papá, porque eso es lo que lo define y le da identidad) hace lo que cualquier padre haría en una situación de constante y continua amenaza: Todo lo imaginable e inimaginable, ya que no existen límites éticos ni sociales a la hora de proteger la vida y garantizar la supervivencia de su hija. Pero lo mejor que tiene la película es que, en determinado momento y en una específica circunstancia, obliga al personaje de Affleck a tomar conciencia de qué es lo que realmente debe hacer si es que de verdad quiere proteger la vida y garantizar la supervivencia de su hija. 


Empoderar a una hija (o a un hijo, es lo mismo) es aprender a soltarlo, a dejarlo ser, estar y moverse en el entorno físico, concreto y simbólico que, en suerte o desgracia, le haya tocado habitar. Sabiendo que va a estar expuesta a lo bueno y lo malo que el mundo y las personas tengan para ofrecerle. Confiando en que le hayamos otorgado las herramientas y los recursos necesarios para superar las adversidades que se le crucen en el camino. Aprendiendo a convivir con el miedo de saber que no siempre vamos a estar ahí, caminando a su lado o poniendo nuestro cuerpo adelante. 


En ese sentido, podríamos decir que La luz del fin del mundo también es una película de terror emocional. Lo cual resulta tan cierto como limitado. Porque el fresco que supo pintar Affleck es mucho más rico y complejo. Tan rico y complejo como una simple historia de amor y crecimiento mutuo. La hermosa, irrepetible y siempre sorprendente historia de un padre viendo brillar a la luz de su vida. 
Fernando Ariel García