(Información de prensa) 7 Salamancas, película de Marcos Pastor, se estrena en la Argentina el 5 de noviembre, con funciones en el cine Gaumont.
En el norte argentino dicen que “La Salamanca” es un lugar sagrado. Dicen que es una cueva, un claro en el monte o una vuelta del río, donde se escuchan voces, sonidos, sones de guitarra que atraen irresistiblemente al que pasa por allí. En “La Salamanca”, quién tenga el coraje necesario, puede invocar al Diablo –El “Zupay”- para proponerle un pacto: Su alma a cambio de un don. Cumplidos los 7 siete pasos de iniciación, el Diablo en persona, le enseñará “el arte” y así podrá convertirse en el mejor en lo que quiera: Músico, bailarín, curandero o hechicera. El primer paso es renunciar a la fe cristiana besando al sapo en la puerta de la caverna.
El acervo cultural del centro y norte argentinos fusiona elementos del cristianismo europeo y de la religión indígena, dando como resultado una nueva matriz religiosa y cultural producto de esta mixtura. Resulta evidente que el nacimiento de esta cultura mestiza no se ha producido sin dolor y sin desgarramientos. De ello dan buena cuenta las historias de “cazas de brujas” en aquella zona durante la época colonial, que oscuramente profetizan otros momentos trágicos de la historia argentina del siglo XX.
La zona de Santiago del Estero es el territorio natural de las “Salamancas”. Tomada como un espacio de iniciación, se encuentra en el umbral entre la civilización y lo salvaje, entre la vigilia y el sueño: es una encrucijada cultural única donde se funden las leyendas y los ritos ancestrales de los aborígenes americanos con los mitos y dogmas del cristianismo europeo.
Para el antropólogo Luis Amaya, especialista en el tema de “La Salamanca”, ésta se configura como “la puerta de entrada a otra realidad, es el nexo entre el espacio de lo profano y el espacio de lo sagrado. Existen por lo tanto ámbitos seguros y ámbitos de “lo Otro”, temidos y potencialmente negativos para el hombre. Entre ellos figuran las “Salamancas”, trechos de ríos donde se escuchan –entre otras cosas- voces de mujeres, lo que nos remite al ámbito de la brujería, y lugares habitados por espíritus o malas fuerzas que se dejan oír especialmente de noche o a la hora de la siesta.
Son sitios de difícil acceso, ocultos a los ojos de la comunidad. Cerca de ellos hay un río o curso de agua, purificadores que separan espacialmente el mal del bien. Las cuevas son espacios calificados, se distinguen puesto que allí se realizan pactos con el diablo, pactos en los que el hombre obtiene poder pero en los que también debe ceder algo a cambio.” Estos comportamientos nos remiten al mito universal faústico, a mitos europeos y americanos donde el descenso a las cuevas recuerdan el descenso a los infiernos.
Dos cuestiones se destacan particularmente en las “Salamancas” de Santiago del Estero: la perduración de la creencia por mas de cuatrocientos años y su configuración mestiza. En la particular idiosincrasia del norte argentino, “La Salamanca” es un espacio de libertad que implica una re-elaboración de las enseñanzas del catolicismo oficial desde perspectivas diversas, en primer lugar porque no se habla de posesión y anulación de la voluntad del individuo, y en segundo término, porque el demonio no es malignidad pura, sino más bien una entidad ambivalente de la que se puede sacar cierto provecho, porque la relación entablada en las Salamancas no es remitida a la esfera del pecado sino mas bien conceptualizada como una elección de vida que trae beneficio inmediato a cambio de una dudosa suerte eterna.
El Salamanquero acude a la “Salamanca” en busca de un conocimiento. Quiere ser el mejor bailarín, el mejor guitarrero, saber amansar caballos mágicamente, tener poder sexual con las mujeres más lindas de la zona o acrecentar bienes materiales con la ayuda del “Familiar”.
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