lunes, 16 de enero de 2012

EL CONDENADO: VIVIR PARA CONTARLA

Leí Papillon cuando tenía cerca de diez años. La novela autobiográfica del francés Henri Charrière estaba en casa, supongo, a raíz del estreno de la adaptación cinematográfica con Steve McQueen a principios-mediados de los ’70. Hoy, creo entender la prohibición que mi padre había puesto sobre ese libro como encubierto incentivo a su lectura. Papillon siempre estuvo a mano, en el modular-biblioteca o en la mesa de luz, así que no me costó mucho esfuerzo ir alternando sus páginas con las del Sandokán de la Biblioteca Robin Hood, si mal no recuerdo. Y lo que sí recuerdo (y bien) es esa sensación de asco-miedo-asombro ante la descripción de la vida de los presos en la famosa Isla del Diablo, si es que algo así podía (puede) ser considerado vida.


La misma fascinación-rechazo me produjo El condenado, hipnótica historieta que Guillermo Saccomanno y Domingo Mandrafina serializaron en la Skorpio de esos años (para continuarla después en Italia y Francia, dónde aún hoy se sigue publicando como Cayenne -Cayena-, nombre de la capital de la Guayana francesa en dónde está la Isla del Diablo), obligándome a seguir los pasos de Marcel Clouzot, inocente que caía en la cárcel de Cayena falsamente acusado de haber asesinado a su esposa, como El fugitivo televisivo de David Janssen (faltaban años, muchos, para que Harrison Ford le pusiera el cuerpo en el cine). ¿La vida cómo metáfora de la cárcel? ¿La cárcel cómo metáfora de la vida? Algo entremedio, tal vez, como la búsqueda sintomática de la Libertad.


Por suerte, no hace falta volver a leer aquellos viejos episodios para entender (y disfrutar) de este tomo con novela gráfica estreno, el primero de la serie que se edita en la Argentina, aunque parezca chiste. No hace falta, en parte, porque todo lo que hay que saber está puesto en el prólogo de Claudio Díaz. Y no hace falta, también, porque las historias no lo necesitan, aunque la mirada hacia el pasado sea parte sustancial de la obra. El peso del pasado, mejor dicho, porque en esta ficción post-colonial sumamente crítica para con los poderes hegemónicos, los personajes principales parecen estar buscando algún tipo de acuerdo con sus pasados. Ni olvido ni ajuste de cuentas, más bien la acordada de una tregua. Poder bajar la pesada mochila de la espalda, desprenderse aunque sea momentáneamente de ese lastre, para tomar un poco de aire, para intentar arrancar con algo parecido a un presente.


Los protagonistas de El condenado son, en realidad, los condenados. De por vida. Por la vida. Los luchadores que pierden, los perdedores que luchan. Los que se quedaron al borde del camino, en las banquinas de la existencia, en los arrabales del ser. Por elección propia. O no. Teniéndolo todo perdido por perdido, ¿sólo les queda ganar? Novela negra, relato iniciático de aventuras, El condenado es todo eso, una radiografía de la naturaleza humana articulada mediante pequeñas historias interconectadas, redondas por donde se las mire. Metáforas de la vida como un salto al vacío, como un melancólico vaso de hiel bebido de un trago. Momentos de definiciones que forjan relaciones e identidades. Historias de juicios morales que siempre terminan siendo parecidos a las derrotas. Un dejo de tristeza que evidencia las piezas emocionales que faltan en este rompecabezas que arranca cada 24 horas. Las carencias que nos emparentan a todos, en algún momento y en algún lugar. Alcohol, tabaco, disparos, sexo, amor, deseo, engaño, muerte. Cuentos que la Vida misma podría escribir si supiera tipear las teclas correctas de una añosa máquina de escribir, nunca este moderno teclado de computadora que estoy aporreando.


La aventura de este tomo en particular tiene aires de Conduciendo a Miss Daisy (que aquí vendría a ser la puta Carol), en un largo camino que va perfilando las facetas que median entre lo público y lo privado, entre lo que elegimos mostrar y lo que no. Pero las influencias-referencias cinéfilas y literarias de la saga en su conjunto también dicen presente, con situaciones y personajes que abrevan en las atmósferas oprimidas y sórdidas del director francés Henri-Georges Clouzot, en la sistematización de los recursos narrativos de David Wark Griffith y sus personajes de ambivalente moralidad, en la tragicómica macrovisión del Finnegans Wake de Joyce; y en la necesidad de encontrarse a uno mismo poniéndose a prueba frente a la Aventura, como lo hicieran las nobles criaturas de Conrad y Stevenson, lo suficientemente valerosas como para mirarse al espejo y asumir como propia esa máscara que visten.
Porque uno, al final, parece, termina siendo la máscara que elige portar ante uno mismo. En el caso de Clouzot, la del sobreviviente, la del escritor de cuentos capaz de perderse (¿o encontrarse?) dentro de un relato en primera persona, gambeteando la soledad, con la compañía de un amigo, una copa y un blues agridulce sonando al filo del precipicio. O de la medianoche, que a veces es lo mismo.
Fernando Ariel García


El condenado (Colección Biblioteca MP de Novela Gráfica Nº 9). Guión: Guillermo Saccomanno. Dibujos: Domingo Mandrafina. Portada: Domingo Mandrafina. 126 páginas en blanco y negro. Doedytores. ISBN: 978-987-9085-53-0. Argentina, septiembre de 2011.

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