lunes, 30 de enero de 2012

LA DAMA DE NEGRO: AQUÍ VIVE EL HORROR

Desde el primer fotograma, La dama de negro (The Woman in Black, 2012) deja bien en claro que el nudo gordiano de la existencia pasa por cómo podemos lidiar con las ausencias, cuando aquello que nos falta es lo más doloroso e inhumano de sobrellevar. La muerte de los hijos, el más cruel ejercicio de poder que la existencia pueda ejercer sobre cualquier mortal. Y, un escalón más abajo, la desaparición física del amor escogido para toda la vida, una vida larga, próspera y feliz, segada por el hachazo homicida del futuro que no será. El amor, como elemento fundante del ser humano, está desde siempre en el centro del género romántico. Pero a este romanticismo idealizado, el gótico victoriano le inoculó el virus de la melancolía, profana perversión que nos ata irremediablemente a lo ya perdido, abriendo las puertas de la locura, sembrando las flores del sufrimiento.



Como género literario, el gótico victoriano británico guarda similitudes con los sustentos teóricos de la arquitectura gótica. De ahí que las casas encantadas hayan logrado erigirse en el máximo símbolo icónico de un movimiento que popularizó el horror, haciéndolo llegar a las clases trabajadoras en dosis de sofisticado sensacionalismo, a caballo de un creciente oscurantismo que concibió al fantasma como la manifestación física de un dolor irredento y menospreciado. Siguiendo los lineamientos básicos de la novela homónima de Susan Hill, el filme de James Watkins actualiza esta premisa sin desvirtuarla; y hace del fantasma una figura ambivalente y contradictoria, atravesada por el odio y la crueldad, incapaz (¿incapaz?) de reconocer la diferencia entre el hambre de Justicia y la sed de Venganza.


Una casa embrujada. Un pequeño pueblo inglés, aislado del avance tecnológico que trajo la Revolución Industrial, atado todavía a las viejas suposiciones y supercherías sobre el hombre, las ciencias, la religión y la filosofía. Un joven abogado, Arthur Kipps (protagonizado por Daniel Harry Potter Radcliffe), que debe tramitar sus ausencias personales si quiere encontrar su lugar en este y el otro mundo, recién llegado a este paraje atascado en el tiempo, con el tiempo justo para quedar atrapado por el secreto a voces (o medias voces) que todos los habitantes callan, intentan negar y padecen con estoica devoción. Un material ideal para los míticos estudios Hammer, popularmente conocido como la Casa del Horror, principal responsable por el rejuvenecimiento setentista del cine de terror con las modernas (y clásicas) sagas de Drácula y Frankenstein protagonizadas por Christopher Lee y Peter Cushing. Una sensibilidad visceral y esteticista que puede percibirse en el último trabajo de Pedro Almodóvar, La piel que habito; y que resurge majestuosamente en esta hipnótica dama de negro.


La película saca provecho de otra de las claves del gótico, brindándole especial significado al efecto de la luz sobre la percepción de las cosas. Y en este sentido, salvo durante unos innecesarios segundos hollywoodenses, La dama de negro hace cine no sólo por el delicado balance de lo que muestra, sino por la perturbadora presencia de aquello que oculta. El terror, como la belleza femenina, seduce por la capacidad de fabulación que despierta en las mentes de los hombres, haciendo del corazón el habitáculo definitivo del miedo ante lo desconocido. Y esa sensación recorre todo el metraje de esta obra provocadora e inteligente.


Edgar Allan Poe, uno de los mayores renovadores del gótico, dijo que el terror no venía de Alemania, sino del alma humana. En esa casa encantada es donde reina La dama de negro.
Fernando Ariel García


La dama de negro. Director: James Watkins. Protagonistas: Daniel Radcliffe (Arthur Kipps), Ciarán Hinds, Liz White, Janet McTeer y Roger Allam, entre otros. Guionista: Jame Goldman, basado en la novela homónima de Susan Hill. Hammer Films. Reino Unido / Canadá, 2012.

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