Escritor. Guionista de cómics. Profesor. Crítico de cine, historietas y literatura de ciencia-ficción. Coordinador editorial. Desarrolló su obra en publicaciones propias y ajenas, en fanzines especializados y publicaciones de alcance masivo. Cultor de la palabra inteligente y elegante, combinación sabia de las culturas “alta” y “popular”, el gaditano Rafa Marín (Rafael Marín Trechera) se sentó a dialogar, largo y tendido, con nuestro amigo Javier Mora. Y nosotros nos damos el gustazo de publicarlo.
Foto tomada del sitio web ¡A los libros!
¿Cómo nace tu pasión por la lectura y la escritura? ¿Cuál es tu primer referente: el cómic o la literatura?
Soy hijo de los sesenta, de la imagen, del acceso de la clase obrera a la cultura popular. Los cómics, claro. La tele. El cine. Y los libros. Todos conformaron mi infancia. Y supongo que todo eso se me quedó grabado.
Eres un autor polifacético: novelista, guionista, investigador, traductor, docente… ¿En que faceta te sientes más cómodo?
No lo sé, para mí todo es lo mismo. Facetas que componen mi vida, que tengo compartimentada. Profe de día, escritor o traductor por la tarde, guionista a saltos... Quizá dedicarse a una sola cosa sería aburrido.
En 1977 creas el colectivo literario Jaramago y un año después fundas el fanzine McClure. ¿Se configura tu estilo en estas obras primerizas? ¿Qué le diría el Rafa Marín actual a su homólogo de esos años?
Uf. Ahora uno mira cuarenta años atrás y le da un poco de repelús. Por lo osados que éramos, por lo malos que éramos. Pero supongo que ya ahí estaba el germen investigador, la mezcla de “alta” cultura y cultura “popular” que me caracteriza. No sé qué me diría a mí mismo. Quizá que tendría que haber sido más valiente.
En el mundillo del cómic tus primeros trabajos como guionista son con Ángel Olivera, Pequeña historia de Andalucía en comic y Fermín Salvochea, ambas obras editadas por la Fundación Cultural del Ayuntamiento de Cádiz. Curiosamente desde 2009, con Fritz a la dirección editorial, y un amplio grupo de dibujantes, desarrollas el ambicioso proyecto 12 del doce. ¿Qué te aporta Cádiz? ¿Te sientes partícipe de la amplia lista de autores literarios que la han utilizado como tema literario? ¿Te has planteado algún proyecto de relato histórico que toque la Cádiz contemporánea más allá de una fiel ambientación como en Detective sin licencia?
Quise huir del provincialismo y el catetismo. En la mezcla que soy, eso de ser de pueblo no estaba bien visto. Pero nunca pude quitarme Cádiz de encima: lo que soy, soy. Y soy de Cádiz. Así que acabé aceptando que se pueden y se deben hacer historias en Cádiz: los primeros trabajos con Angel Olivera; la aparición de Cádiz como escenario en Iberia Inc y Triada Vértice, los doce números de la serie 12 del Doce, dedicados a plasmar la Constitución de los liberales de 1812. Y, naturalmente, Cadiz estuvo siempre en mis relatos no de ciencia-ficción: Cenicienta de asfalto, Cuando el ámbar asomaba, Cuerpo de ola. Luego me dio por hacer ficción en Cádiz y en gaditano: las tres novelas de Torre: Detective sin Licencia, Los espejos turbios y Lona de Tinieblas. Mis dos novelas de memorias: El anillo en el agua y El niño de Samarcanda. Y la novela de terror situada en carnaval, La ciudad enmascarada. Cádiz está ahí siempre.
Empecemos por desgranar tu obra literaria... Desde 1979 colaboras en revistas como Nueva Dimensión, Nova o Kamanda. ¿Te consideras autor de ciencia-ficción o un autor que ha utilizado la ciencia-ficción?
Me molesta mucho que me encasillen en la ciencia-ficción. No empecé en la ciencia-ficción; empecé en la poesía y el teatro. Luego escribí relatos de ciencia-ficción. Como se publicaban, seguí en el género. Escribí muchos relatos de CF (odio que digan ci-fi) y un par de novelas, Lágrimas de luz y Mundo de dioses. Pero he escrito en todos los géneros: fantasía, terror, policiaco, histórico...
En Lágrimas de luz y posteriormente en Juglar recreas la Edad Media. En la primera a través de la CF; en la segunda, por medio de la fantasía y la magia. ¿Hasta qué punto has seguido hechos históricos reales para tu recreación? ¿Qué te fascina tanto del mester de juglaría y del cantar de gesta? ¿Te consideras un juglar moderno?
De jovencito me gustaba mucho la Edad Media (hoy diría que el Renacimiento, aunque cualquier época es fascinante). Trasponer el mester de juglaría a la ciencia-ficción fue la causa de que no pudiera escribir, como quería, la vida del juglar que escribió Mío Cid... cosa que arreglé, a su modo, treinta años después cuando hice Juglar. Quizá todo tenga que ver porque quise ser periodista y los juglares eran, entre otras cosas, los periodistas de su época, los que transmitían las noticias y creaban una sensación de unidad.
Para muchos Lágrimas de luz está considerada como la mejor obra de ciencia-ficción en castellano. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación? ¿Te sorprende la repercusión que ha tenido esta obra?
No sé si es la mejor novela de ciencia-ficción en castellano. Sí es, posiblemente, la que mejor trasciende las fronteras del género, porque habla de otras cosas que se pueden entender sin ser experto en el tema. Creo que el personaje, Hamlet Evans, engancha y consigue que el lector se identifique con él: de ahí su “éxito” moderado.
Si en Lágrimas de luz existe una fuerte carga antimilitarista, en tu triología La leyenda del navegante vemos una crítica a los fanatismos religiosos. ¿Hasta que punto la reflexión social se erige como artífice de la historia? ¿Cómo conjugar esta capacidad con el carácter lúdico?
Hijo de mi tiempo, una vez más. Uno piensa como piensa; y los extremos le preocupan. Quizá soy un escritor “social”. Lo cual no quiere decir, claro, que esté por sistema en contra de los militares ni de los curas. Hay individuos admirables e individuos despreciables en todos los campos. Tampoco creo en los ovnis y mira, escritor de ciencia-ficción.
El muchacho inca es tu incursión en la literatura juvenil. ¿Variaste sustancialmente tu estilo para acercarte a este tipo de público?
Es una de mis novelas juveniles, la primera que se publicó. Creo que no se me da bien: no doy con la tecla. No consigo simplificar mi estilo, y eso que en algún caso, como en Mobtel, creo que queda un libro muy juvenil y muy divertido.
En Elemental querido Chaplin y en Detective sin licencia retomas respectivamente la figura clásica del detective y la del antihéroe de la serie negra. ¿Qué te agrada más de una y de otra? ¿Cuál es más cercana a ti? ¿Responde su uso en distintos momentos a voluntad de estilo o a distintos estados de ánimo?
Siempre me han gustado más los antihéroes que los héroes. Sobre todo los perdedores. La carga simbólica, la identificación con el lector, la crítica social se consigue mejor con un antihéroe.
Has escrito también numerosos cuentos recopilados en cuatro antologías: Unicornios sin cabeza, Ozymandias, La sed de las panteras y El centauro de piedra. Como autor qué prefieres: ¿la intensidad del relato corto o poder desplegar toda tu imaginación en una trama sin restricciones?
Son más antologías. Te olvidas de Piel de fantasma (que es mi mejor libro de relatos) y Son de piedra y otros relatos. Dentro de unos meses saldrá una antología nueva. Me gusta escribir relatos entre novelón y novelón. O los escribo cuando veo que hay salida y me motiva verlos publicados. Mis relatos primeros tuvieron la acogida de Nueva Dimensión y Kandama. Y creo que lo mejor de mi producción se debió a la excelente Artifex. Como ahora no hay revistas, me prodigo menos. Quizá, es posible, haya perdido la necesidad de contar historias cortas.
En Mundo de dioses hay un claro guiño a otra de tus pasiones: el mundo de los superhéroes. ¿Por qué empleas un trasfondo literario en este caso? ¿Para revalorizar el cómic de superhéroes o para hermanarlo con la antigua épica?
Por la dificultad. Mundo de dioses fue un reto. Escribir como novela lo que estamos acostumbrados a ver en imágenes. Fue muy difícil y a la vez muy divertido. Me resulta gracioso que digan que fue un guión de cómic, cuando en realidad, de guión sólo hubo cuatro páginas que vendrán a ser las dos primeras páginas del relato, que tiene unas quinientas.
Nos gustaría saber cómo nace en ti esta fascinación por el género superheróico. ¿Qué autores y obras te han marcado sobremanera?
No más fascinación que por otros géneros. Lo que sucede es que las buenas historias de superhéroes son como el western: se puede contar de todo. Lo importante es el personaje, y la esquizofrenia típica del superhombre posmoderno (ese que se crea con Marvel en los sesenta) da para juegos escénicos muy interesantes.
Ha sido incluso el tema de tu tesis de licenciatura en filología inglesa por la Universidad de Cádiz, que posteriormente fue publicada como Los cómics Marvel. ¿Qué aspectos te interesaba analizar?
La manera en que los cómics Marvel reflejaban la realidad, los avances sociales, el cambio. La incorporación de la mujer. La superación del racismo. Los temas tabú como la muerte o el suicidio. Ese tipo de cosas en las que Marvel fue pionera y que no se habían tratado antes en otros cómics. Treinta años más tarde he reescrito y ampliado ese libro, casi triplicando su extensión. Se llama Marvel: Crónica de una época. Creo que así se entiende mejor que es una época del mundo. Y mi época como lector.
En 1992 guionizaste para Marvel UK, Remix y Death´s Head/Sabertooth. ¿Cómo accedes a esta editorial? ¿Por qué no tuvo continuidad tu obra?
Está contado en ese libro. Llamaron a Carlos Pacheco. Carlos nos abrió la puerta a mí y a otros dibujantes. Hicimos un par de proyectos, pero la editorial cerró y no vieron la luz. Y como los cómics lo que venden son imagen y no texto, me quedé en tierra cuando todos volaron a USA.
Junto a Rafa Fonteríz y Jesús Merino realizaste entre 1997 y 1998, Iberia Inc y Triada Vértice respectivamente. Tras esta experiencia, ¿crees que es posible adaptar “de forma seria y creíble” los arquetipos del superhéroe a la cultura patria española o es un producto de fantasía exclusivo del mundo anglosajón? ¿Por qué crees que esta línea de cómics no tuvo mayor repercusión?
Que es posible tienes la prueba en esas dos series. Nunca fueron parodia. Fue trasponer los tipos del cómic español y aunarlos con los tipos del cómic norteamericano. Y hacerlo en serio. Con rigor y diversión. La aventura no tuvo continuidad por una simple razón monetaria: pagaban muy poco, aunque las dos series se vendieron muy bien, y los dibujantes emigraron a otros sitios.
En el 2000 co-guionizas junto a Carlos Pacheco, las series para Marvel Comics Inhumans (con dibujos de José Ladronn) y Fantastic Four (con dibujos de Pachecho). ¿Se cumplía un sueño de tu infancia al poder contar las historias de estos personajes clásicos? ¿Qué otros personajes desearías guionizar?
No se cumplió ningún sueño de infancia porque escribir para Marvel en mi adolescencia ni siquiera se contemplaba. El mundo, desde entonces se ha hecho muy pequeño y ahora parece fácil lo que siempre fue imposible. Tampoco es fácil ahora, claro. No me gustaría volver a guionizar como lo hice entonces: ahora, además, sería imposible. ¿Personajes? Spider-Man, claro. Pero si algo he aprendido es que, cuanto menos importante sea el personaje, más libertad creativa pueden darte.
¿Cómo se concretaba el trabajo para Marvel? ¿Existieron restricciones creativas de algún tipo por parte de la editorial?
Carlos y yo discutíamos las historias. Yo las escribía. Se mandaban a Marvel. Marvel ponía pegas a cosas peregrinas. Se reescribían. Carlos dibujaba. Y luego salían las historias que a veces no eran como nosotros pensábamos: finales cambiados, dibujantes fill-in. Nos impusieron un dialoguista que no se leía los guiones... Era un sistema un poco tonto.
Me interesa el estudio de la historieta. Y me interesan los cómics con contenido. De siempre se le ha prestado mucha atención al dibujante y muy poca, o nula, al guionista. Quizá por ser guionista yo mismo, al coordinar aquellos seis números (a los que el establishment de la historieta en este país ignoró olímpicamente, por cierto) me centré en los guionistas y en su obra.
En dos de sus cuatro números encontramos dos especiales a guionistas clásicos del medio como son Charlier y Oesterheld. ¿Tratabas de reivindicar la figura del oficio de guionista? ¿Qué crees que aportaron ambos al mundo de la historieta? ¿Qué otros guionistas o autores de cómics consideras que son tus principales influencias?
La falta de conocimiento o de perspectiva histórica de los lectores de cómics (¿de ahora?) nos lleva a repetir el meme de que Alan Moore es el mejor guionista de todos los tiempos. Y, siéndolo o no, no podemos olvidar a gente como Hal Foster, como Jules Pfeiffer, Jean Michel Charlier, Stan Lee o Lee Falk. Todos han ido sumando a la historia y nadie que quiera ser guionista o dibujante debería ignorar sus aportaciones. A nivel personal me ha influido mucho, como guionista y como novelista, Robin Wood.
Para finalizar, ¿en qué proyectos estás inmerso en la actualidad?
Estoy a la espera de que salga mi nueva novela Don Juan, una novela histórica de mil páginas donde cuento la historia del Tenorio como personaje de su tiempo, espía y capitán de los Tercios al servicio de Carlos V. Ando liado con la coordinación de la línea Sin Fronteras de Dolmen, donde pretendemos recuperar en ediciones dignas los clásicos de prensa (Johnny Hazard, Flash Gordon, Príncipe Valiente). Y tras la maratón de cinco años que me ha supuesto Don Juan, intento descansar y ver a cuál de los otros proyectos que tengo siempre en la recámara me dedico.
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