El Eternauta, además de la historieta más importante de la Argentina y una obra maestra del noveno arte mundial, es también una metáfora de los últimos sesenta años de la historia argentina. La ficción propuesta por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López utilizó las herramientas de la aventura y la ciencia-ficción como columna vertebral de un drama influido y modificado por los acontecimientos sociales y políticos que sacudían a la Argentina; así como por las vivencias personales de los autores en los años más oscuros de la última dictadura militar. La trayectoria ideológica personal de Oesterheld, además, es un claro ejemplo del recorrido escogido por algunos intelectuales argentinos de izquierda que, sin pertenecer originalmente al peronismo, terminaron encontrando en la militancia peronista de los ’70 el sentido de su vida, tanto en lo profesional como en lo personal. Por Fernando Ariel García (*)
Cuando con Hernán Ostuni empezamos a trabajar en el libro Memorie dell’Eternauta, nos hicimos una pregunta que para nosotros era clave y fundamental. ¿Puede una historieta, en este caso en particular El Eternauta, la historieta más importante de la Argentina, es cierto, pero historieta al fin, ocupar el espacio ético dejado vacante por las instituciones, supuestamente democráticas, que deben regir los destinos de una Nación? ¿Puede la población de un país soberano sentirse más y mejor representado por una obra de ficción que por las posibilidades brindadas por sus propios poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial? La respuesta que nos dimos en ese momento era que sí. Y seguimos sosteniendo y pensando lo mismo. Porque en la Argentina El Eternauta es más que una historieta; es un mito que ha terminado por constituirse como icono representativo de las luchas populares llevadas adelante por la población (o una parte importante de ella) en contra de la aplicación sistemática de un modelo concentrador de la riqueza y promotor de la inequidad.
Mural callejero, pintado por organizaciones sociales de trabajadores desocupados. En la imagen puede verse al Eternauta caminando junto con Darío Santillán (que viste la remera del Che Guevara), militante de izquierda asesinado por la Policía en una manifestación en junio de 2002
En la Argentina, pensar El Eternauta es poner en primer plano el debate conceptual sobre las prácticas políticas, sociales, económicas, financieras y culturales que dan entidad e identidad a un modelo de país. ¿Qué Argentina es la que se quiere construir? ¿Y qué tipo de administración se quiere para esa Argentina que se busca construir? En este sentido, Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López poblaron El Eternauta con una serie de consideraciones políticas, posicionamientos éticos y morales, una escala de valores y una fuerte impronta local a la hora de dedicarse a la construcción de sentidos críticos. Y los lectores supieron tomar como propias esas cualidades, identificándose con ellas. Este tipo de cualidades de las que estamos hablando están referidas, principalmente, a una construcción horizontal en donde se respete la plena vigencia de los derechos humanos, estableciendo la posibilidad de que los hijos crezcan en un mundo mejor del que hubieran tenido sus padres.
En este sentido, la historieta de El Eternauta ha ido creciendo en la percepción popular como un cruce de caminos entre los hechos históricos, las vicisitudes personales de los autores y las lecturas que los argentinos han venido haciendo del material. Todo ello influido por el devenir del curso histórico, cuya injerencia terminó modificando la esencia del material escrito con anterioridad. No en vano, la primera parte de El Eternauta es leída en la Argentina como una lúcida metáfora de la última dictadura militar. Dato curioso, si tenemos en cuenta que la historieta fue realizada entre 1957 y 1959; y la dictadura fue entre 1976 y 1983. Por eso decimos que El Eternauta es una especie de ejercicio premonitorio que estuvieron haciendo los autores; y que la Historia se encargó de ratificar después.
En este sentido, la historieta de El Eternauta ha ido creciendo en la percepción popular como un cruce de caminos entre los hechos históricos, las vicisitudes personales de los autores y las lecturas que los argentinos han venido haciendo del material. Todo ello influido por el devenir del curso histórico, cuya injerencia terminó modificando la esencia del material escrito con anterioridad. No en vano, la primera parte de El Eternauta es leída en la Argentina como una lúcida metáfora de la última dictadura militar. Dato curioso, si tenemos en cuenta que la historieta fue realizada entre 1957 y 1959; y la dictadura fue entre 1976 y 1983. Por eso decimos que El Eternauta es una especie de ejercicio premonitorio que estuvieron haciendo los autores; y que la Historia se encargó de ratificar después.
En el cómic de 1959, el ejército de la resistencia pasa frente a las puertas de la ESMA (primera viñeta de la última tira), icono del terrorismo de Estado que implementó la dictadura militar entre 1976 y 1983
¿Cómo? Resignificando instancias puntualmente conceptuales de la aventura. El más brutal, por la implicancia simbólica de lugares y personajes, se verifica en el paso del ejército de la resistencia frente a las instalaciones de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada), un dato de color que terminó por tomar un cariz dramático al convertirse la ESMA en el principal Centro Clandestino de Detención en donde la dictadura militar torturó y asesinó a cientos de militantes de izquierda. De la misma manera, la glándula del terror que los Ellos implantaron en los Manos corporizó con poética contundencia a la “cultura del miedo” con la cual los militares lograron desmovilizar políticamente a gran parte de la sociedad. Y la falsa zona de seguridad que los invasores montaron sobre el final del relato, a las “áreas liberadas” que las dependencias policiales otorgaban a los Grupos de Tareas durante los operativos en los que secuestraban a la gente.
La invasión como metáfora política. En El Eternauta, la base central de los invasores está instalada en el Congreso de la Nación (arriba); y en La guerra de los Antartes, en la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo (abajo)
La resignificación de estas prácticas concretas del gobierno de facto, sumado a la nevada mortal como metáfora de la aplicación marcial del modelo neoliberal, permite que la saga del Eternauta sea percibida como la crónica del proceso de desindustrialización paulatina y permanente de la Argentina, durante el cual se fue dejando de lado el modelo productivo para abrazar con fe ciega la renta financiera, entregando el país a los grupos económicos, principalmente extranjeros, en instancias temporales que incluyen a la última dictadura militar pero también al gobierno democrático de la década de los años ’90, adherido a las corrientes neoliberales en boga que terminaron llevando al país a la crisis institucional, política, económica y social de 2001.
Una de las últimas fotos de Héctor Germán Oesterheld, su imagen más difundida
El destino de la familia Oesterheld también hace que la lectura del Eternauta no pueda escapar del contexto aniquilador de la última dictadura. Como si buscaran hacer de ellos un ejemplo simbólico que sirviera de testimonio contra tanta barbarie y horror, los militares secuestraron, torturaron y asesinaron a Héctor Germán Oesterheld, cuyos restos mortales siguen desaparecidos. Secuestraron, torturaron y asesinaron a las cuatro hijas del matrimonio entre Oesterheld y Elsa Sánchez, dos de ellas embarazadas al momento de su detención clandestina, por lo cual se presupone que, de estar vivos, esos dos nietos fueron robados y desconocen actualmente su verdadera identidad. Secuestraron, torturaron y asesinaron a dos de los yernos del matrimonio Oesterheld-Sánchez. Y secuestraron a dos nietos que luego fueron reintegrados a las familias sanguíneas.
Si bien la tragedia personal no llegó al nivel de los Oesterheld, la familia de Solano López tampoco la sacó barata. Su hijo Gabriel fue secuestrado por su filiación con Montoneros y pasado a detención legal, por lo cual pudo evitar el recorrido clandestino hacia la muerte de los Desaparecidos, pero tuvieron que abandonar el país y exiliarse en España.
Si bien la tragedia personal no llegó al nivel de los Oesterheld, la familia de Solano López tampoco la sacó barata. Su hijo Gabriel fue secuestrado por su filiación con Montoneros y pasado a detención legal, por lo cual pudo evitar el recorrido clandestino hacia la muerte de los Desaparecidos, pero tuvieron que abandonar el país y exiliarse en España.
“No más llanto en los ojos. Ahora es el llanto por dentro. Y así será mientras viva. No me quejo. Fue ella quien decidió luchar hasta vencer. Lo consiguió”. En la ficción, con estas palabras, Oesterheld se despide de María, muerta en el enfrentamiento con los invasores. En la vida real, Oesterheld se despedía de una de sus hijas, secuestrada y asesinada por la dictadura
Por todo esto es que la imagen de El Eternuata instalada en el inconsciente colectivo del hombre y la mujer de a pie, más allá del lector aficionado a las historietas o del seguidor de Oesterheld en particular, sea la del militante de izquierdas enfrentado a cualquier tipo de autoritarismos. En realidad, se trata de una fusión de distintas características con que los autores vistieron a Juan Salvo en las dos historietas que hicieron juntos: La primera parte (1957-1959) y la segunda parte (1976-1978). Y esta figura es la que representa el humanismo de la primera parte, ese respeto a toda forma de vida y la idea de que es posible generar una sociedad equitativa e igualitaria con las mismas posibilidades de progreso y desarrollo para todos, construyendo a partir de las diferencias; y el compromiso militante partidario con el campo nacional y popular de la segunda entrega, entendido como una sublimación de la existencia a la causa política. En este caso, la de llegar al poder para cambiar su relación con el pueblo.
La imagen iconica de El Eternauta, caminando bajo la nevada mortal, verdadero símbolo de la resistencia
La estructura argumental, el disparador escogido por Oesterheld y Solano López, fue la de una obra costumbrista ensamblada dentro del marco de la ciencia-ficción, ambientada en un escenario urbano reconocible y en el que nunca antes habían transcurrido situaciones de esta envergadura. Estamos hablando de una invasión alienígena que tenía lugar en la ciudad de Buenos Aires, al igual que en otras ciudades importantes del mundo. Esta escenificación bonaerense es muy importante, porque ponía en igualdad de condiciones a la Argentina con las potencias en cuyas geografías el imaginario colectivo ubicaba casi instantáneamente este tipo de aventuras: El Primer Mundo, los EE.UU. y los principales países europeos, Inglaterra, Francia, Italia.
La invasión en sí puede y debe ser leída de la manera más clásica y hasta predecible, la de la metáfora de la opresión dirigida y digitada por los poderes de turno, un acto de conquista desalmada y expoliadora de los que más tienen en su búsqueda de garantizar el mantenimiento de los privilegios adquiridos a costa del sufrimiento y la explotación de los más débiles. La ambientación argentina es la novedad impensada hasta la época, por dos motivos. Primero, porque la Argentina era un país acostumbrado a asumirse como pasivo testigo, más o menos privilegiado, de las grandes hazañas de la humanidad, de aquellas situaciones trascendentes y definitorias por las que había atravesado. En El Eternauta, por vez primera, al país le tocaba ser protagonista activo. Y estar a la altura de esta situación habla de una revalorización de las capacidades locales; y hasta de una reformulación de la importancia geopolítica que podía llegar a detentar la Nación. Puertas adentro y puertas afuera. Y segundo, porque el accionar de los invasores desnudaba simbólicamente la situación de la Argentina entregada al imperialismo; y graficaba de manera directa la proscripción y persecución de la militancia peronista. El enfrentamiento era entre terrícolas y extraterrestres, pero también (y sobre todo) entre trabajadores y oligarquía dominante. Algo que quedará mucho más claro (y expuesto) en la segunda versión de la primera aventura, que Oesterheld vuelve a guionar en 1969 para los dibujos de Alberto Breccia. En esta actualización de las premisas, la invasión extraterrestre ha sido consensuada entre los alienígenas y las grandes potencias que, después de la experiencia revolucionaria en Cuba, deciden entregan al invasor los territorios de la América Latina y parte del Tercer Mundo.
La invasión en sí puede y debe ser leída de la manera más clásica y hasta predecible, la de la metáfora de la opresión dirigida y digitada por los poderes de turno, un acto de conquista desalmada y expoliadora de los que más tienen en su búsqueda de garantizar el mantenimiento de los privilegios adquiridos a costa del sufrimiento y la explotación de los más débiles. La ambientación argentina es la novedad impensada hasta la época, por dos motivos. Primero, porque la Argentina era un país acostumbrado a asumirse como pasivo testigo, más o menos privilegiado, de las grandes hazañas de la humanidad, de aquellas situaciones trascendentes y definitorias por las que había atravesado. En El Eternauta, por vez primera, al país le tocaba ser protagonista activo. Y estar a la altura de esta situación habla de una revalorización de las capacidades locales; y hasta de una reformulación de la importancia geopolítica que podía llegar a detentar la Nación. Puertas adentro y puertas afuera. Y segundo, porque el accionar de los invasores desnudaba simbólicamente la situación de la Argentina entregada al imperialismo; y graficaba de manera directa la proscripción y persecución de la militancia peronista. El enfrentamiento era entre terrícolas y extraterrestres, pero también (y sobre todo) entre trabajadores y oligarquía dominante. Algo que quedará mucho más claro (y expuesto) en la segunda versión de la primera aventura, que Oesterheld vuelve a guionar en 1969 para los dibujos de Alberto Breccia. En esta actualización de las premisas, la invasión extraterrestre ha sido consensuada entre los alienígenas y las grandes potencias que, después de la experiencia revolucionaria en Cuba, deciden entregan al invasor los territorios de la América Latina y parte del Tercer Mundo.
En la remake de 1969, los invasores pactan con los EE.UU. y la URRS, la entrega de América Latina. Uno de los personajes dice: “En verdad los grandes países nos tuvieron siempre atados de pies y manos… El invasor eran antes los países explotadores, los grandes consorcios… Sus nevadas mortales eran la miseria, el atraso, nuestros propios pequeños egoísmos manejados desde afuera”
De ahí la importancia conceptual de la premisa que aparecerá ya avanzada la primera parte de la historieta, que es la resistencia. Porque hay que aclarar aquí que la invasión sufrida por la Argentina es en una escala tal que a los protagonistas les será fácticamente imposible el poder derrotarla. Ante un ataque de ese tipo, con tan notable y notoria disparidad de medios, herramientas y fuerzas a disposición de los bandos a la hora de presentar batalla, que el invasor se imponga es una cuestión de tiempo. Y ante esas circunstancias, lo único que puede hacerse, sostienen Oesterheld y Solano López, es resistir. Resistir, porque la dignidad es el único capital no negociable que debe mantenerse a cualquier precio. Y porque, en la segunda parte, la resistencia armada parecería ser el único camino para llegar al poder.
Emblema de Montoneros, organización político-militar de la izquierda peronista
Ante los ojos argentinos, la saga del Eternauta exhibe la capacidad de reflejar la tensión política y social que han hecho de la Argentina de los últimos sesenta años algo parecido a un país en estado de construcción perpetua, alternando distintas instancias de avance y retroceso. O de nacionalismos y colonialismos. O de políticas populares y políticas neoliberales. O, más simplemente, de tendencias emancipatorias y dependientes. Por este motivo es que nos animamos a definir a El Eternauta como una road movie a paso de hombre, construida a medida que se iba avanzando o retrocediendo, en el tiempo y en el camino. Camino que emprende Juan Salvo para encontrarse con su destino, que es transformarse en El Eternauta, ese viajero del tiempo y el espacio que está siempre tratando de regresar a su hogar. Camino que también emprendió Oesterheld, avanzando desde un origen no peronista de apoyo a las políticas desarrollistas de los años ’60 (cuando todavía se creía posible una alianza de clases que incluyera al peronismo y a un sector de las Fuerzas Armadas del mismo lado) hasta arribar al compromiso político con la Juventud Peronista de los ’70 y su participación en la organización político-militar Montoneros.
Cientos de personajes en busca de su autor
En este camino, que es el que va de El Eternauta 1 a El Eternauta 2, pasando por la relectura dibujada por Alberto Breccia y la vasta producción historietística de base política firmada por Oesterheld entre fines de los ’60 y mediados de los ’70 (las biografías del Che Guevara y Eva Perón, la saga de Guerra a los Antartes y otras más), la historieta colisionó con la Historia, modificando todos los parámetros de lectura y la historia personal del guionista. Y mientras Juan Salvo pasó de ser ese humanista racional a esta deshumanizada máquina militante, Oesterheld pasó de ser el autor de sus historietas al compañero de sus aventuras y su misión. Compañero de camino hacia una utopía realizable que todavía no está realizada.
Por eso al Eternauta siempre se lo ve caminando bajo la nevada.
(*) Texto que sirvió de base a la ponencia expuesta en Un ambiente fatto a strisce, ciclo de encuentros dedicado al estudio de la novela gráfica como medio de comunicación, organizado por la Universidad de Estudios de Nápoles “L’Orientale” en la isla de Procida, entre el 3 y el 7 de mayo de 2011.
Por eso al Eternauta siempre se lo ve caminando bajo la nevada.
(*) Texto que sirvió de base a la ponencia expuesta en Un ambiente fatto a strisce, ciclo de encuentros dedicado al estudio de la novela gráfica como medio de comunicación, organizado por la Universidad de Estudios de Nápoles “L’Orientale” en la isla de Procida, entre el 3 y el 7 de mayo de 2011.
Muy bueno, de lo mejor que leí al respecto. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario.
ResponderEliminarPor si alguno no lo sabe, José Luis Cancio es el director de Hora Cero, un excelente documental sobre Héctor Germán Oesterheld (ver http://labitacorademaneco.blogspot.com/2010/05/la-mirada-de-los-otros.html) que hace muy poquito fue editado por el diario Miradas al Sur. Vale la pena (y mucho) el esforzarse por conseguirlo.