lunes, 18 de abril de 2011

EL GUSTO DEL CLORO: LA GRAN NADA

Una de las cosas que más me gusta hacer en esta vida es pasar el tiempo en los cafés, acodado en una mesa estratégicamente ubicada junto a las ventanas. Allí, dejar ir el tiempo es un verdadero placer. Con un obligado capuchino italiano entre las manos, sin diarios, revistas ni libros que distraigan mi atención. Sin hacer nada, salvo mirar hacia fuera. Deteniéndome en el detalle de algún rostro que pasa, en las facetas que va dibujando la luz sobre las formas de las gentes y las cosas. Intentando aprehender un mínimo hilo de conversación para dejarlo ir tal como vino, sin intención alguna de descifrarlo. Inventando algún motivo que justifique esa actitud alegre, esa condición desesperada que mi mirada carga sobre los transeúntes inocentes. Llegar a reconocer la parte de un todo momentáneo que se cruza delante de mis retinas, por un corto tiempo, como si fuera un suspiro intelectual. Puede tratarse de un onanista ejercicio de voyeurismo, es cierto, pero me gusta.




El amor y el deseo, cuestiones de perspectiva


Tal vez, por ese inasible motivo, también me haya gustado (y cómo) El gusto del cloro (Le goût du chlore), realizado en el 2008 por un entonces principiante Bastien Vivès, que tanto me habían recomendado y que tanto había esquivado hasta ahora. Porque si hay un relato que glorifique hasta el extremo el arte de la contemplación gratuita, es este. Sin dudas. Son 144 hipnóticas páginas durante las cuales no pasa nada. O pasa de todo, dependiendo de cómo se mire. Porque ese es el mérito (el logro) de esta historieta marcada por la intrascendencia como una de las bellas artes. La mirada como eje narrativo. El punto de vista como centro del universo en el que nos movemos. La forma por sobre el contenido, porque la forma ha logrado metamorfosearse en contenido.




Los que se buscan no se encuentran


Poema minimalista de enorme belleza visual, El gusto del cloro es una anécdota que encuentra en la trascendencia de lo intrascendente su leitmotiv. Maravilla técnica de narración, trabaja casi permanentemente sobre el choque de los opuestos que se encuentran a destiempo, por estar incapacitados para comunicarse cara a cara en esta época de hipercomunicación mediada por la tecnología. De ahí la importancia de las miradas, de los tiempos muertos, de la morosidad tomada a la hora de detallar el detalle, del lenguaje gestual, de los sentimientos traducidos en movimientos corporales. En una obra prácticamente muda, lo que se dice es lo que se calla; y lo que se calla es lo que se intuye, se infiere. Como lo hacen los personajes; y como lo hace el lector, llenando los espacios vacíos de información con los productos y subproductos de su imaginación, con la experiencia de primera mano que la vida le ha ido dejando marcada en el cuerpo, en la memoria.




¿Qué le pasa a esta mujer? Nadie lo sabe, todos lo intuímos


Vivès juega permanentemente con ese límite liviano, leve, lánguido, en perpetuo movimiento que simboliza la superficie del agua. Con cómo cambian las cosas segundo a segundo; y dependiendo del ángulo desde donde se las mire. Porque lo que está arriba y lo que queda debajo es también la metáfora perfecta de esos dos enamorados cuyo amor está destinado a no realizarse. Nunca. Por la poca experiencia que parecen cargar sobre sus hombros. Por el peso de las normas que rigen el único entorno en donde han elegido encontrarse. O porque dos soledades podrán llegar a ser una compañía, pero nunca una pareja.




El que espera, desespera


Todos hemos sido, en algún momento y en diferentes circunstancias, ese joven con escoliosis que se ve obligado a ir a una pileta pública a practicar natación. Al menos, yo puedo reconocerme sin problemas en ese viaje iniciático hacia las relaciones con el sexo opuesto, que se le aparece de repente, con las formas de una mujer irresistible mientras estaba pendiente de otras cosas. Las curvas que encienden el primer deseo, la seducción torpe e inocente que logra un encuentro que después, paso a paso, brazada a brazada, irá naturalizándose hasta el punto de forjar el momento decisivo en donde no se toma la decisión que debería haberse tomado.




El momento decisivo, pasando de largo


Cálida y dulcemente humana, El gusto del cloro se toma su tiempo para celebrar la alegoría del tránsito entre estadíos difíciles y, a veces, dolorosos. Particularmente, el que va del último minuto de la niñez al primer segundo de la vida adulta.


Fernando Ariel García




El gusto del cloro. Autor: Bastien Vivès. Traducción: Diego Alvarez Alvarez. 144 páginas a todo color. Diábolo Ediciones. ISBN: 9788493676483. España, septiembre de 2009.

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