Después de más de seis años de trabajo, exhibiciones en distintos festivales internacionales y hasta un Premio Goya 2011 a la mejor película de animación, hoy llega a los cines españoles Chico y Rita, desbordante tour de force filmado por Fernando Trueba y Javier Mariscal. Una historia de amor, ambientada entre La Habana y la Nueva York de los años ’40, homenaje al cine clásico norteamericano, a la música cubana, al jazz y a todo lo mejor que este mundo tiene para ofrecernos: La vida.
Hoy se estrena comercialmente en los cines españoles; pero ya ganó el Premio Goya 2011 al mejor largometraje de animación. Y es que Chico y Rita tiene algo (mucho, en verdad) para ser considerada uno de los acontecimientos fílmicos más importantes del año, a nivel internacional. Por un lado, Fernando Trueba, el director de Belle Epoque, Two Much, Calle 54 y El baile de la victoria, todos éxitos del cine. Y por el otro, Javier Mariscal, artista multimedia, cabeza del estudio de diseño que lleva su apellido como nombre, el hombre cuyas manos empezaron forjando historietas y pasaron después a dibujar ciudades, mobiliarios de belleza y confort todoterreno, la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, hoteles que son obras de arte y obras de arte que van a parar a los museos más importantes del mundo.
Juntos, desde hace algo más de seis años, Trueba y Mariscal vienen dando a luz esta apabullante historia de amor, homenaje al cine clásico norteamericano (específicamente el de la Warner), la música cubana y el jazz, ambientada a caballo entre La Habana y la Nueva York de los años ’40. “Es la historia de una canción -contó Trueba al diario El País- y Xavi Mariscal y yo quisimos que la película tuviera una estructura de bolero, con el amor, el desgarro, los reencuentros, las rupturas, el sufrimiento”.
En este universo sentimental y emocional se mueven Chico y Rita. El primero, un pianista cubano que busca descollar en el mundo del jazz. La segunda, una cantante de cuerpo fascinante y voz desgarradoramente hipnótica. Yendo del Malecón al Hudson, Mariscal logra, otra vez y como siempre, lo imposible. Que la realidad se empeñe en copiar su trazo. En este caso de ambientación histórica, intentando apropiarse retroactivamente de carreteras, cabarets, bares de mala muerte (los mejores, qué duda cabe), marquesinas luminosas que venden sueños iridiscentes, el mítico Tropicana, mucho alcohol, todo el humo y el sexo que entren en una vida. La Pasión, en una palabra.
“Esta película es una historia de amor, vale -aseguró Mariscal a El País Semanal-, pero detrás de ella hay un montón de cosas más si se quiere buscar; la película pretende contar cómo era Cuba en los años cuarenta y cincuenta, qué dice Alejo Carpentier de Cuba, qué dice Cabrera Infante, cómo eran las películas de entonces, cómo sonaban aquellas orquestas”. Y Chico y Rita suena. Y cómo. Con ritmo de bolero, mambo, los sones de Mario Bauzá, Dizzy Gillespie, Machito, Tito Puente, Nat King Cole, Charlie Parker. Y el pianista, compositor y arreglador Bebo Valdés, algo así como Dios si hablamos de la música popular cubana de los ’50. Para Trueba, el joven pianista enamorado es “un homenaje a todos aquellos músicos cubanos de los ’40 y los ’50. Es una mezcla de historias de músicos, a los que conoces y a los que no”. No es Bebo Valdés. Pero lo es. Si hasta suena como él. O como suena el piano acariciado por sus dedos, porque el piano que toca Chico en la película lo grabó Valdés en la vida real.
Chico y Rita se estrena hoy en España. Ya paseó su gracia sensual por Holanda, Canadá, Francia, Abu Dabi, Inglaterra, Irlanda y Cuba. ¿Llegará a la Argentina? Ojalá que sí. Que llegue. Pero a las salas cinematográficas. Porque Chico y Rita recupera el sentido único y trascendente del cine. La magia. La capacidad de asombro ante la belleza. Y eso es algo que se aprecia sólo en la oscuridad de la gran pantalla. No se descarga de internet ni se compra en copias truchas.
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