viernes, 11 de enero de 2019

MÁQUINAS MORTALES: HAY QUE REÍRSE MÁS

Máquinas mortales. Director: Christian Rivers. Protagonistas: Hera Hilmar, Robert Sheehan, Hugo Weaving, Jihae, Ronan Raftery, Leila George y Stephen Lang, entre otros. Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson, basado en la novela Mortal Engines de Philip Reeve. Productor: Peter Jackson. Media Rights Capital / Scholastic Entertainment / Silvertongue Pictures / Universal Pictures / WingNut Films. EE.UU. / Nueva Zelanda, 2018. Estreno en la Argentina: 10 de enero de 2019. 

 Algo raro ocurrió en la privada de prensa de Máquinas mortales (Mortal Engines). Tan raro, que terminó cambiando por completo la percepción que venía teniendo del film. No es que la adaptación de la primera novela de la tetralogía steampunk post-apocalítica fuera un dechado de virtudes (aunque algunas tenía), pero había algo que no me terminaba de cerrar; y no estaba pudiendo descular qué era. 


Quedaba claro que entre la prepotencia visual y la sutileza de la trama, el director Christian Rivers había optado por la primera posición, eliminado la posibilidad de linkear la película con alguna lectura más profunda sobre las posiciones geopolíticas de ayer y de hoy. Dicho más claro: La pulsión colonialista británica, la obsesión de Donald Trump con los muros, la naturaleza depredadora del capitalismo salvaje. 


Abrazada al entretenimiento más simple y lineal, Máquinas mortales avanzaba como un brontosaurio dentro de un bazar. A lo bestia, sin dar respiro, abusando de las casualidades para justificar los giros melodramáticos de la trama, puliendo la cáscara para camuflarla de contenido brillante, obligando a los actores a defender su laburo a golpes de oficio. Todo mantenido siempre en movimiento por las pericias visuales alcanzadas al retratar este barroco mundo victoriano, poblado por ciudades móviles, tecnología ornamental retrofuturista y colores vivos. La puesta en escena de una puesta en escena. Como en el Batman de Adam West, donde la impostación alcanzó un rango artístico sublime. 


Y entonces sí, a tres minutos del final, algo raro ocurrió en la privada de prensa. El sonido de la película se murió. Y en lugar del silencio, lo que empezó a escucharse en la sala fueron los audios de las publicidades y las colas que suelen emitirse antes de que empiece la proyección de cualquier película. Uno en particular, el de la nueva propaganda de Coca-Cola montada con frases hechas del habla popular argentina, desnudó al rey delante de nuestros ojos. 


El maridaje casual entre esas partes nacidas para estar separadas conformó, ante la sorpresa de todos, un discurso sincronizado que abrió el material a lecturas menos importantes y trascendentes. Un hecho artístico espontáneo que completó a Máquinas mortales con aquello que siempre le sobró al Batman de Adam West: El humor. La capacidad de reírse sobre la impostura autoasumida. La herramienta necesaria para re-convertir la escenografía en escena, la gestualidad en actuación; la sucesión de fotogramas en cine. 
Que la sala haya estallado en aplausos, algo debe querer decir, no? 
Fernando Ariel García

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