Que la fuerza me perdone, pero nunca me enganché con La guerra de las galaxias. Y eso que soy de la generación que la vio en pantalla grande en 1978, mucho antes de que la película se transformara en la primera parte de una trilogía que después sería la segunda trilogía de una trilogía de trilogías que, parece, ahora que está en manos de Disney, verá filmada la tercera trilogía de la trilogía, para beneplácito de los miles de millones de fanáticos que esta saga de capa y espada fantacientífica nuclea a lo ancho y largo del planeta.
Que la fuerza me perdone, pero no soy uno de esos fanáticos. La verdad sea dicha, todo ese universo (chico y expandido, o cómo quieran denominar a las innumerables y obscenas ramificaciones germinadas en cómics, dibujos animados, novelas, muñequitos y cualquier otra cosa capaz de ser consumida a mares) me pareció siempre bastante boludón (dicho con todo respeto), aún para los 13 años que tenía cuando entré al cine a ver esa promesa de fracaso con un par de efectos especiales y una historia tan trillada como transitada en cualquier terreno de la narrativa popular.
Que la fuerza me perdone, pero este desapego emocional que guardo para con el puñado de personajes que hoy son iconos de la cultura de masas globalizada, sea tal vez la causa del aburrimiento que me produjo este Star Wars Nº 1, nueva revista de Dark Horse que (de acuerdo con las promociones oficiales) hace del recupero de aquellas criaturas y premisas originales su atractivo más importante. Intelectualmente, entiendo lo que han de sentir los lectores imbuidos de la mística jedi, sensación que han declarado compartir los autores de esta entrega, primera parte de una trilogía que… Mejor dejémoslo ahí. Yo también sentí algo parecido, alguna vez, al abrir entre mis manos una nueva aventura del Sandokán de Emilio Salgari en ediciones de Robin Hood o la Biblioteca Billiken. El placer de volver a transitar lo ya conocido, sabiendo qué es lo que va a pasar aún antes de que pase. Y gratificándome al comprobar que la sorpresa de siempre no se generaba mediante sorpresas nuevas.
Que la fuerza me perdone, pero esta aventura ambientada a exactos dos días de la explosión de la Estrella de la Muerte al fin de la primera película (que ahora es la cuarta), no aporta nada nuevo ni interesante, a menos que consideremos nuevo e interesante a un Luke Skywalker con mentalidad de granjero y no de Caballero Jedi; a un Darth Vader que guarda para sí el terrible secreto de ser el papá de Luke; a una princesa Leia que parece destinada a casarse con Luke (al menos, hasta que se enteren de que son hermanos) y no con Han Solo, que todavía funciona más como pirata espacial que como héroe de la Alianza. Todo ello, claro, con el agregado de un posible espía entre los rebeldes.
Que la fuerza me perdone, pero no encuentro dónde esta vuelta a construir de una saga desde el momento mismo en que estaba en estado de construcción, implica un verdadero relanzamiento, rejuvenecimiento o refrescada de cara. Sobre todo, cuando se habla más de lo que se actúa, no abundan los sables láser y el Halcón Milenario y los X-Wing no alcanzan la cota de grandilocuencia que, aún con todas las limitaciones de la época, mostraron en aquella enorme sala a oscuras, desde la pantalla de un cine argentino sin pochoclos ni 3D ni aire acondicionado.
Que la fuerza me perdone, pero…
Star Wars Nº 1. Guión: Brian Wood. Arte: Carlos D’Anda. Color: Gabe Eltaeb. Portada: Alex Ross. Editor: Randy Stradley. 32 páginas a todo color. Dark Horse. ISSN: 7-61658-19812-6. EE.UU., enero de 2013.
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