Me cuento
entre aquellos porteños que encuentran en Montevideo algo así como una versión
a escala humana de Buenos Aires. No porque sean parecidas (aunque comparten
cierto aire y cierto río), sino porque en la Banda Oriental se puede disfrutar
de todos los beneficios de una gran ciudad sin las descontroladas ansiedades ni
los ritmos alocados que la vida moderna descarga sin compasión sobre los
habitantes de las urbes apuradas y contemporáneas. Y aunque la situación
parezca no dar para ello, mucho de este aire distendido (que no despreocupado),
de esta sabia elección de vida, se respira en Dengue, la aventura de ribetes
apocalíptico-sanitarios que Rodolfo Santullo y Matías Bergara ambientaron en
una Montevideo futurista pero no tanto.
¿Policial condimentado con toques fantacientíficos? ¿Premonitoria ciencia-ficción narrada con recursos de la novela negra? Sí, Dengue es todo eso, pero también es mucho más. Claro ejemplo de costumbrismo híbrido, el color local es el elemento central que da entidad e identidad a este relato que camina las veredas del thriller de anticipación, sin perder nunca la mencionada escala humana en cuanto a las creíbles posibilidades de respuesta existentes en este rincón del mundo. Ello la emparenta con El Eternauta mucho más que la reconocible (y muy bien explotada) ambientación montevideana o el recurso de los trajes aislantes que deben vestir los protagonistas si es que quieren sobrevivir al aire libre.
Intuyo que Santullo, uno de los dos mejores guionistas latinoamericanos en actividad, tomó estas decisiones de manera consciente al elucubrar esta fantasía rioplatense que se anima a encarar lo universal desde la mirada de lo propio, construyendo así una épica barrial que sólo podría (sólo puede) suceder en este sur del mundo. Principalmente, porque nuestro imaginario está marcado por la hibridación entre la Biblia y el calefón, la mutación derivada de la cópula entre los blancos y los negros que terminaron pariendo estos grises. Los límites difusos entre la ley y el crimen, entre lo justo y lo injusto, entre lo correcto y lo incorrecto. Límites que aparecen determinados por la posición ética y moral que cada uno tome. Una cuestión de principios que requiere mucho cinismo escéptico, mucha ironía y humor negro, si es que uno está dispuesto a mantener sus convicciones en un entorno que intentará destruirnos por eso.
Dengue parte de una premisa científica tan plausible como improbable. La mutación de hombres mosquito a partir de una epidemia invasora de aedes aegypti que forzó a modificar hábitos y costumbres, hasta naturalizarlos bajo los nuevos parámetros de encierro perpetuo. Lo más fascinante, sin embargo, es esa idea de la conspiración como ecuación económica, la implementación salvaje del darwinismo social donde el más apto para la supervivencia termina siendo, siempre, el sistema capitalista. Tras los recursos humorísticos que linkean la obra con otros referentes de la actual cultura audiovisual globalizada, Santullo y Bergara hablan de cosas más densas, cuya incumbencia sobre nuestra percepción de la realidad está en perpetuo debate, sobre todo en estas épocas de ocultamiento como práctica sistemática de control social. ¿Dónde descansa la verdad, si es que hay una sola? ¿Cuál debe ser el rol de los medios masivos de comunicación? Y si todo queda reducido a una cuestión de negocios, ¿qué hacer cuándo el Estado y las corporaciones se unen contra nosotros?
Fernando Ariel
García
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