El
costumbrismo y el fútbol se llevan bien. Como género, el costumbrismo opina sin
pontificar, mostrando los usos populares, exaltando tipologías y actitudes,
exhibiendo sin pudor aquella sumatoria de valores que alcanzan para definir y
entender, al menos superficialmente, a la divisoria de clases sociales. Suele
alimentarse de la sátira, del humor, del melodrama. Es instintivo y pasional,
como la relación que une al ser humano con la pelota de fútbol. De ahí que el
tono escogido para narrar una pequeña gran historia como La despedida (2012)
sea el naturalmente apropiado.
Comedia romántica de ribetes trágicos, con situaciones pintorescas y cotidianas, el filme de Juan Manuel D’Emilio maneja más que bien la escala barrial de los personajes, tres inseparables amigos de vuelo rasante y ambiciones medidas, cuyas anécdotas personales y motivaciones colectivas vienen enredadas desde la infancia y van a entrelazarse aún más en lo que dure el metraje. Anclada en la cultura futbolera, la historia busca la emoción cómplice del espectador, apelando para ello al universo de la práctica amateur, donde el amor a la camiseta, el sentimiento de pertenencia al potrero es la marca de identidad del juego, lejos (muy lejos) de la faz comercial adosada al deporte de alto rendimiento.
José (Carlos
Issa) tiene depositado en el fútbol el único sentido de su vida, saturada por
el hastío laboral y la rutina íntima de su matrimonio con Andrea (Natalia
Lobo), un amor de pareja que (se intuye) viene siendo jaqueado por un deseo no
compartido de paternidad y la falta de futuro que amenaza con transformar su
existencia gris en una negrura total. La sentencia médica que obligará a José a
alejarse de las canchas, pondrá en marcha el largo viaje que lo llevará a
despedirse de su pasión. Un viaje (real y simbólico) en el que revisitará su
pasado y recuperará la alegría del presente, redefiniendo los lazos que lo unen
con Andrea y sus dos amigos, Rossi (Héctor Díaz) y Fede (el ex jugador de
fútbol Fernando “Rifle” Pandolfi).
Teniendo en
cuenta que gran parte de la película (la más importante, la de la
transformación interna) sucede literalmente en la ruta, en el camino hacia la
última estación futbolera, La despedida comete un pecado insalvable, que es le
de la previsibilidad. Sabiendo cómo va a terminar desde que empieza a rodar la
primera escena, las instancias del viaje se suceden sin sorpresa, dando paso a
todas las situaciones imaginables: La risa, la nostalgia, la bronca, el engaño,
la deuda con el pasado, el amor, la amistad.
Road Movie futbolera con resultado cantado, a La despedida le faltó la gambeta del minuto final, la que el goleador sabe sacar de la galera para darlo vuelta todo, ahogando a la hinchada con el silencio expectante que antecede al gol.
¿El resto del partido?
Bien, gracias.
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