Nueva York en los ’30. El reinado del New Deal propuesto por
Roosevelt con la idea de superar los nefastos efectos de la Gran Depresión.
Momentos donde la preocupación presidencial pasaba por mejorar la situación
social de la población más afectada, que no casualmente había sido la más
pobre. Época de acciones que buscaban motorizar nuevamente la economía,
dinamizar el mercado del trabajo y dejar atrás la ola de quiebras, despidos,
cierres y desempleo creciente. Dicen los que saben que no hay pruebas concretas
que demuestren la efectividad de estas políticas contra la crisis, que los
EE.UU. lograron superar después de (y gracias a) la Segunda Guerra mundial.
Pero si algo está probado es que estos años fueron los años dorados de la
Aventura.
Pulp Fiction le llamaban (mucho antes de que Tarantino se
apropiara del nombre). Rústica ficción evasiva de amplio consumo popular, dónde
el qué mandaba sobre el cómo y los por qué que estructuran cualquier tipo de
narración. Literatura, cómic, cine, radio, periodismo sensacionalista. Argumentos
simples, directos y arrebatados, más grandes que la vida. Figuras arquetípicas
con la capacidad de levantarse sobre ese gris horizonte para derramar un puñado
de emoción, de intriga, de suspenso, de terror, de romance, de la evasión necesaria para seguir
soportando la hazaña de vivir un día más en un presente sin futuro, mientras
las energías se iban consumiendo en la construcción de un mito: Nueva York en
los ’30. Una hermosa época para vivir, el lugar ideal para estar si uno es
explorador, arqueólogo, detective y aventurero.
¿Habrán pensado esto Alfredo Castelli y Giancarlo Alessandrini al decidir festejar los 30 años de vida de Martin Mystère con una aventura especial, ambientada en los años ’30? No lo sé. Y, la verdad, no importa mucho. Sí importa el resultado. Y en este sentido, el resultado es maravilloso. Fina y atrapante relectura emotiva de los iconos característicos que poblaron (y pueblan desde entonces) el imaginario popular del mundo entero. Times Square, la Quinta Avenida, el Empire State, la prepotencia visual de los rascacielos, las despampanantes rubias (tan tontas como lindas) que dan identidad a un mundo en blanco y negro, habitado por los grises que el claroscuro de Alessandrini sabe conjugar en cada línea, con cada pleno. La sensación de que algo grande (muy grande) está pasando.
El ejemplar incluye la primera aventura de Martin Mystère tal como
había sido pensada por Castelli y Alessandrini, con 32 páginas menos, el título
inicial de I grandi misteri di Doc Robinson, Detective dell’Ignoto, la
ambientación londinense y hasta los “errores” originales que fueran corregidos
en subsiguientes entregas
Y es que en verdad está pasando algo muy grande. La historieta es una ingeniosa variación sobre el primer encuentro de Martin Mystère con su amigo y compañero Java, el último Neandertal vivo; y del origen del archienemigo por antonomasia de la saga, el malvado Sergej Orloff, con los condimentos necesarios para poner (o no) una bomba atómica al alcance de Hitler. Pero más allá del discurso argumental, la trama de Castelli logra entablar un diálogo reverencial con la faz mítica de una realidad hecha sueño: La mafia, Nero Wolfe, Ellery Queen y Philo Vance, el fotoperiodismo de Charles C. Ebbets, Dick Tracy, las leyendas urbanas, los Horizontes perdidos de Frank Cappa, La guerra de los mundos (la de Wells y la de Welles), La Sombra y Doc Savage, El halcón maltés, El mundo perdido de Conan Doyle, Tarzán, el Dr. Cíclope y Boris Karloff, el Mickey Mouse de Floyd Gottfredson, la Marilyn Monroe de Con faldas y a lo loco. Y King Kong... ¿Qué más se le puede pedir a un cómic? ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Festejo redondo, opíparo y pantagruélico. Una de esas pocas ocasiones que justifican la existencia y perdurabilidad de personajes y situaciones condenados a la eternidad repetitiva que exige la industria. Una instancia que nos reconcilia con la historieta de género, masiva e industrial. Feliz cumpleaños, Martin Mystère.
Y gracias por la invitación.
Fernando Ariel García
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