viernes, 26 de junio de 2009

IN MEMORIAM: GUILLERMO GUERRERO (1923-2009)

Cuando tenía cerca de los 10 años (o sea, hace treinta largos), en la esquina de Córdoba y Anchorena había una peluquería. Yo iba seguido a esa peluquería. Cuando me tocaba cortarme el pelo (cada tanto); y cuando mi abuelo se cortaba el pelo (todas las semanas). Y me gustaba ir a esa peluquería por un motivo muy simple. Para amenizar la espera de quienes aguardaban el turno de sentarse frente a las tijeras y/o navajas del profesional, había en el centro del salón una mesa repleta de diarios y revistas. Pero no sólo las de interés general (en ese momento, Gente y Siete Días) y las deportivas (El Gráfico, Goles y Corsa), sino las de historietas. No sé cómo llegaban hasta allí, pero muchas de las Novaro que no me compraban en el kiosco, al igual que viejos números de la familia Patoruzú y las apaisadas de García Ferré, esperaban religiosamente a que mis manos ansiosas se abalanzaran sobre sus páginas bastante baqueteadas.

Portada del primer número de Lúpin

En esa mesa encontré mi primera Lúpin. Devoré las historietas rápidamente, quedando extasiado ante las piruetas aéreas del dueño de la revista y me reí (bastante, supongo, porque creo recordar la mirada casi fulminante de mi abuelo llamándome a guardar la compostura) con el gángster Al Feñique y el pugilista Mosca Kid. Pero lo que más me sorprendió de Lúpin fueron sus famosos planos. El de esa revista, estoy seguro, tenía algo que ver con un barco a vela. Estoy seguro porque, treinta largos años después, sigo reviviendo la exitación que sentí al decidir que tenía que robarme esa revista, para poder así construir esa maravillosa pieza de la maquetería con mis propias manos.
Resumiendo. Esa misma tarde descubrí la inutilidad de mi persona para con las tareas manuales. E inicié una larga relación de amistad y cariño con Lúpin primero; y Pinlu después. No voy a decir que la coleccionaba, pero sí que disfrutaba de su lectura muuuuy de vez en cuando. Las historietas, al igual que las de la familia Patoruzú, eran viejas y repetidas. Pero aún así tenían algo especial. Probablemente, eso tan especial lo pusiera mi mirada, que reconocía en esas viñetas de aventuras y humor blanco para toda la familia aquellos dorados años de mi niñez, en donde todo era nuevo y valioso; y la lectura de una historieta (o el armado de un barco a vela) significaban un pasaporte a la aventura del descubrimiento interior.

Guillermo Guerrero (1923-2009)
Lo primero que hice ayer, 25 de junio, al enterarme de que había muerto Guillermo Guerrero, uno de los últimos referentes históricos que le quedaban a la historieta argentina, creador de Lúpin y de la mayoría de los personajes que en ella habitan, fue ir corriendo al kiosko y comprarme la última Pinlu, la Nº 25, la que anuncia en portada que estamos “en el año del cincuentenario de Lúpin”. No voy a decir que me reí al leerla, porque no lo hice. No porque estuviera embargado por la tristeza, sino porque ya no me causan gracia las cosas que sí lo hacían treinta largos años atrás. Pero lo que sí apareció íntegra e inmutable fue esa placentera sensación de relajada alegría y tranquilidad que da el moverse por terrenos conocidos.
Gracias, Maestro. No le digo que todos los días, pero cada tanto, en vez de asomarme al kiosko, voy a mirar para arriba, a ver si lo encuentro haciendo esas arriesgadas piruetas a bordo de su biplano.
Y pueda así devolverle alguna de las tantas sonrisas que me dio.
Fernando Ariel García
ACTUALIZACION (29/06/09)
Un gran amigo de la casa, Gerardo Canelo, nos envió una biografía de Guillermo Guerrero (más una página artística muy pocas vista), publicada por vez primera en la revista Atelier, en diciembre de 1957, para que la compartamos con todos nuestros lectores. Gracias.


Humoristas argentinos
Guillermo Guerrero -Guerrerito, para sus amigos que son muchos- es porteño y comenzó a tomar de una pequeña mamadera un año después del 26 de julio de 1923. A los quince años (¡y después hablan de Francois Sagan!) se inauguró como dibujante cumpliendo las funciones de ayudante de Lino Palacio. Como no era corto de condiciones, en 1940 publica su primera historieta en el vespertino La Razón. Con la razón y el lápiz en la mano, colaboró en El Hogar, Mundo Deportivo, El Laborista, Figuritas, Don Fulgencio... y en la mayoría de las revistas humorísticas que fueron apareciendo ya que su ingenio daba para mucho (las que no dieorn para mucho, fueron las revistas que, religiosamente, dejaron de aparecer). En 1947 ingresa en Rico Tipo donde desarrolla una notable acción de hormiga que lo hace todo. Colabora, también, para Antena, La Revista Dislocada y Petitera. Un día le hicieron un reportaje por TV y se asustó mucho. Su hobby preferido es coleccionar discos de Gardel (¡porteño tenía que ser el muchacho!) y pilotear aviones en serio con aterrizajes normales. Su máxima aspiración sería conducir el primer cohete a la luna y poder hacerle a Ianiro una caricatura sangrienta cómo la que éste le hizo...

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