martes, 9 de octubre de 2018

CHRISTOPHER ROBIN: ¡QUÉ BELLO ES VIVIR!

Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable. Director: Marc Forster. Protagonistas: Ewan McGregor, Hayley Atwell, Bronte Carmichael y Mark Gatiss, entre otros. Voces de Jim Cummings (Winnie the Pooh / Tigger), Brad Garrett (Eeyore), Toby Jones (Búho), Nick Mohammed (Piglet), Peter Capaldi (Conejo), Sophie Okonedo (Kanga) y Wyatt Dean Hall (Roo). Guión: Alex Ross Perry, Tom McCarthy, Allison Schroeder, Greg Brooker y Mark Steven Johnson, basado en personajes y situaciones creados por A.A. Milne y Ernest Shepard. 2DUX² / Walt Disney Pictures. EE.UU., 2018. Estreno en la Argentina: 11 de octubre de 2018. 

No vamos a spoilear nada, porque ya bastante se spoilea la propia película desde los títulos de inicio. Además, ese no es el problema porque Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable (Christopher Robin a secas, en el inglés original) es exacta y milimétricamente lo que uno espera que sea. Un mecanismo de relojería perfecto, que hace de la nostalgia el valor narrativo más importante de la trama; y de esa melancólica añoranza hacia los años perdidos de la infancia una estética apabullante, evocadora y bella, calma y profunda. Lo justo y necesario para que uno se emocione sin llegar a los mocos. Marc Forster hace equilibrio entre la sensibilidad y la sensiblería, con elegancia y buen gusto, como para que salgamos del cine más contentos de lo que entramos. 


Tampoco vamos a decir nada que su sobresaliente protagonista, Ewan McGregor, no haya dicho antes. Christopher Robin es la cruza orgánica y natural entre los libros de Winnie the Pooh y la obra maestra de Frank Capra, ¡Qué bello es vivir! (1946), protagonizada por James Stewart. Una oda romántica que nos sermonea sobre la necesidad de no postergar lo realmente importante (la familia, los amigos) para atender sólo las responsabilidades adultas (el trabajo, por ejemplo). Un desbalance que el grupo de Winnie the Pooh ayudará a equilibrar, en el Bosque de los Cien Acres y en la Londres de posguerra. Algo que será posible porque esta es una fábula que pone a los sueños como motor positivo del mundo y está dispuesta a llegar a lugares impensados con tal de alcanzar su cometido. Hasta hacernos creer que pueda existir un empresario capitalista comprensivo y de buen corazón, si fuera necesario. 


La película tiene el timing justo entre drama y comedia, entre poesía y autoayuda, entre la esperanza y la desesperación, entre lo lúdico y lo didáctico, entre el corazón infantil abierto a las sorpresas y el cerebro adulto atascado por cualquier crisis. A veces, sólo hace falta parar un poco para poder verlo todo, mejor y más claro. No se vayan antes de que termine, porque hay una deliciosa escena entre los créditos finales. 
Fernando Ariel García

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