Un traidor entre nosotros. Directora: Susanna White. Protagonistas: Ewan McGregor, Stellan Skarsgård, Damian Lewis, Naomie Harris, Alicia von Rittberg, Grigoriy Dobrygin, Jeremy Northam, Mark Stanley y Pawel Szajda, entre otros. Guionista: Hossein Amini, basado en la novela Our Kind of Traitor, de John le Carré. Productores ejecutivos: John le Carré y otros. StudioCanal / Film4 / Anton Capital Entertainment / Amazon Prime Instant Video / Ink Factory / Potboiler Productions. Reino Unido, 2016. Estreno en la Argentina: 6 de octubre de 2016.
Toda ficción conlleva un pacto implícito entre las partes. Yo creo lo que vos me contás, siempre y cuando lo que me estés contando mantenga los parámetros de credibilidad interna para que la cosa sea coherente y no se desbande. Si el pacto se cumple, la historia funciona. Si no, no. Al menos, esto es lo que me pasa a mí cada vez que voy al cine, prendo la tele, abro un libro o una revista. Después, el resultado final me gustará más o menos, pero no me siento tomado por boludo, digamos.
Con Un traidor entre nosotros (Our Kind of Traitor) me pasó algo raro. La frontera que delimita el pacto implícito se me hizo tan, tan finita que, por momentos me resultó imposible el creerme las motivaciones de algunos personajes para hacer lo que estaban haciendo en pantalla, aunque antes lo hubieran hecho en el libro homónimo de John Le Carré sin ningún problema aparente.
De la nada, un atildado profesor de Poética (Ewan McGregor) y el mayor lavador de dinero de la mafia rusa (Stellan Skarsgård), forjan una lealtad sincera e indestructible, sin importar el tipo de monstruosidades que cada uno pueda haber hecho. Son dos mundos distintos que coinciden (sin colisionar) en un tiempo interno marcado por la misma urgencia, salvar a sus familias del naufragio. De ahí, entre la necesidad, la cooperación, el cinismo y un deseo de Justicia envenenado por el gusto de la Venganza, partirá el juego de inteligencias entre espías profesionales y ocasionales para negociar una lista de bancarios y políticos que haría quedar a los Panamá Papers como un cuentito infantil.
La premisa, tan azarosa como deudora de Hitchcock, está clara desde el principio. ¿Qué lleva a una persona común y corriente a ponerse en medio de una escalada global que involucra al crimen organizado, los servicios secretos británicos, la corrupción política y la crisis financiera global, asumiendo peligros mortales para él mismo y para la mujer que ama? La respuesta, contundente y sin segundas intenciones, pasa por cuestiones referidas a la conciencia y la moral, por elegir hacer lo que cree que debe hacerse porque es lo correcto. Y punto.
Acepto que Le Carré y, por ende, sus personajes, tengan esa visión tan altruista y desinteresada del ser humano; y depositen toda su confianza en la dignidad de los nadies que somos mayoría en el mundo. Pero se trata de una visión tan absoluta que deviene cuestión de fe. Y como toda cuestión de fe, no tolera la duda ni la contradicción. Y en esa fortaleza radica su mayor debilidad, ya que si no se comulga con ese credo, la lógica interna del relato se cae a pedazos, desnudando ante nuestros ojos la seguidilla de clichés y tópicos del género, una ligera incomodidad que no supera el confort de lo conocido.
Fernando Ariel García
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