Aquaman
y el Reino Perdido. Director: James Wan.
Protagonistas:
Jason Momoa (Arthur Curry / Aquaman), Patrick Wilson (Orm Marius /
Amo del Océano), Randall Park (Dr. Stephen Shin), Amber Heard
(Mera), Yahya Abdul-Maleen II (David Kane / Black Manta), Temuera
Morrison (Tom Curry), Nicole Kidman (Atlanna), Dolph Lundgren
(Nereus), Indya Moore (Karshon) y Vincent Regan (Atlas), entre otros.
Guionista:
David Leslie Johnson-McGoldrick, sobre una historia de James Wan,
David Leslie Johnson-McGoldrick, Jason Momoa y Thomas Pa’a Sibbett.
Basado en personajes y situaciones creadas por Mort Weisinger, Paul
Norris, Bob Haney, Nick Cardy, Jack Miller, Ramona Fradon, David
Michelinie, Jim Aparo Peter
David y Esteban Maroto,
entre otros, para DC Comics. DC Studios / Atomic Monster / The Safran
Company. EE.UU., 2023. Estreno en la Argentina: 20 de diciembre de
2023.
Segundo
largometraje en solitario del Rey de los Siete Mares y, por esas
cosas de la (re)programación permanente de las películas
superheroicas, Aquaman y el Reino Perdido (Aquaman and the Lost
Kingdom) tiene el raro privilegio de cerrar la saga del paladín
subacuático y del Universo Extendido de DC en su conjunto. Es
cierto que no hay nada particularmente relacionado con esta doble
condición; y es cierto también que ello no influye en el resultado
final de la aventura.
A
nivel argumento, se me hizo bastante pobre. No porque le falten
vueltas de tuerca a la trama (de hecho, me parece que le sobran un
par), sino porque parece un compendio de situaciones y
características ya vistas en otras licencias. Algunas, de hecho, más
de una vez. En la Aquaman anterior (obvio), pero también en las
sagas de Thor, Conan, James Bond, las pelis de James Cameron y algún
que otro clásico de la ciencia-ficción exprimido hasta el cansancio
en los Sábados de Súper Acción, principalmente aquellos firmados
por Mario Bava y Ray Harryhausen.
Esta
obsesión por las citas, principalmente las sesentistas, permiten el
lucimiento más importante del apartado visual. La identidad retro de
los escenarios, la tecnología, la relación entre los personajes y
la narrativa en general, marcan el pico creativo más alto de la
producción, esmeradísima a la hora de incorporar el imaginario
comiquero del Aquamán (así, con acento en la última a) leído en
las mexicanas de Novaro, principalmente el hipocampo Tormenta, el
pulpo Topo y la saga del asesinato del Aquabebé a manos de Black
Manta.
Manteniendo
el tono de comedia de la primera entrega, la secuela cambia el
registro romántico por el de la buddy movie, razón formal por la
cual el Amo del Océano pasa tanto tiempo en cámara y Mera tan poco.
Navegando entre Julio Verne y H.P. Lovecraft, la película incorpora
el género terrorífico con pautas que apuntan a una cosmogonía
ancestral prehumana, pero que termina diluida en un puñado de
zombies más coléricos que otra cosa. Una Isla Misteriosa sin
sorpresas, unos Swimming Dead sin personalidad.
En
cambio, sí me resultó muy interesante la raíz natural que
desencadena el fenómeno sobrenatural que pretende sostener el
metraje un tanto estirado. El film de terror del que habló el
director James Wan en los medios, se corre de los monstruos y los
demonios con pose de malos muy malos, para detenerse en los efectos
apocalípticos del cambio climático y las causas humanas (y
atlantes) que lo vienen provocando. Si el nuevo universo
cinematográfico de DC se anima a profundizar esta veta, me parece,
las cosas podrían mejorar. Mucho. Así
como no hace falta leer antes la precuela oficial, tampoco es
necesario quedarse
hasta el final. En el chiste intertítulos de cierre, se termina
todo.
Fernando
Ariel García
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