jueves, 30 de marzo de 2017

NUNCA DIGAS SU NOMBRE: SABER CURARSE EN OLVIDO

Nunca digas su nombre. Director: Stacy Title. Protagonistas: Douglas Smith, Lucien Laviscount, Cressida Bonas, Doug Jones, Michael Trucco, Jenna Kanell, Carrie-Anne Moss y Faye Dunaway, entre otros. Guionista: Jonathan Penner, basado en el relato The Bridge to Body Island (incluido en el libro The President's Vampire: Strange-but-True Tales of the United States of America), de Robert Damon Schneck. Intrepid Pictures / Los Angeles Media Fund. EE.UU., 2017. Estreno en la Argentina: 6 de abril de 2017. 

Debajo de todo, aparentemente, hay una historia real. Al menos, así lo cuenta Robert Damon Schneck, investigador de las fenomenologías de lo extraño y una de las principales firmas de la revista especializada Fortean Times. En 1990, tres estudiantes de Wisconsin se pusieron a jugar con una tabla Ouija y fueron contactados por el fantasma de un asesino serial inmortal que respondía al nombre de The Bye Bye Man. El poder de este albino ciego nacido hacía más de 100 años en Nueva Orleans, sería de carácter psíquico. Todo aquel que conociera su nombre no podría dejar de pensar en él. Todo aquel que pensara en él, terminaría convocándolo. Y todo aquel que lo convocara sería asesinado y luego masticado por el perro infernal que siempre acompaña al Bye Bye Man, preanunciando su llegada. 


Lo más interesante del caso es que, después de hablar con algunos de los protagonistas e investigar los sucesos históricos que habrían desencadenado todo, Schneck llegó a la conclusión de que no podía confirmar y/o negar la veracidad de lo acontecido (se ve que no habló con Harlock). Lo más loco del caso es que, con semejante materia prima, Nunca digas su nombre (The Bye Bye Man) termine siendo una pobre película de terror que cansa más de lo que asusta. Preocupado por cumplimentar el decálogo genérico impuesto por la industria, sin caer en el típico regodeo sanguinolento, el director Stacy Title logra su cometido formal pero a un precio muy alto. Cuando genera tensión, Nunca digas su nombre lo logra con armas narrativas apoyadas en la creación de una atmósfera sostenida en el tiempo, dejando de lado el susto o el golpe de efecto, pero con una historia ramplona, lineal, previsible, superficial. 


De manera increíble, la película le presta minuciosa atención a la exhibición de los detalles que, en su conjunto, van dando forma a la mitología circundante del Bye Bye Man del título original, pero nunca (nunca) le explica a sus espectadores el por qué son tan importantes y recurrentes. ¿Qué o quién es el Bye Bye Man? ¿Qué papel juega el perro infernal que lo acompaña? ¿Qué relación hay entre las monedas y el tren? ¿Por qué deberían importarnos aquellas cosas que nos presentan como importantes? 
No lo pienses. No lo nombres. Así reza el leitmotiv de la película. Deberíamos hacerle caso. Por ahí, zafamos de la secuela. 
Fernando Ariel García

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