Mi papá es un gato. Director: Barry Sonnenfeld. Protagonistas: Kevin Spacey, Jennifer Garner, Christipher Walken, Robbie Amell y Cheryl Hines, entre otros. Guionistas: Gwyn Lurie, Matt Allen, Caleb Wilson, Dan Antoniazzi, Ben Shiffrin. EuropaCorp/Fundamental Films. Francia, 2016. Estreno en la Argentina: 25 de agosto de 2016.
Hay películas que a uno no dejan de sorprenderlo, sumando vueltas de tuerca que permanentemente nos sacan de eje, evitando que podamos inferir qué está por venir porque, simplemente, nunca dejan de estar delante nuestro. Otras películas no tienen ese temple y, quizá por exceso de metraje, quizá por confiarse demasiado en sus logros, permiten que sobre el final uno adivine a dónde nos están llevando, eliminando parte del elemento sorpresa que todo buen cierre debe saber capitalizar. Y hay un tercer tipo de películas, las evidentes, que transparentan su desenlace en el mismo momento en que empieza a rodar la trama.
Fuera de toda sistematización está Mi papá es un gato (Nine Lives), tan obvia que uno ya sabe cómo va a empezar y terminar desde antes de entrar al cine. Rehecho de otras cientos de películas con el mismo tema y disparadores intercambiables, sin lugar para el asombro, el estupor o el desconcierto, va de la A la Z sin saltarse ninguna letra, sin desviarse del trayecto ya probado y aprobado hasta el cansancio. Queda claro que esta producción francesa hablada en inglés (o película yanqui costeada por capitales europeos), ni le agrega ni le quita nada al discurso industrial del séptimo arte.
Trabajo impecable de todos los involucrados, cuyas performances reafirman por qué son verdaderos profesionales del medio, el filme existe y se sostiene en la gran pantalla gracias al talento y al oficio de Barry Sonnenfeld, Kevin Spacey y Christopher Walken, capaces de sacarle agua a cualquier piedra, incluso a las sanitarias que ponemos en el tachito de las necesidades de las mascotas. Y responsables de insuflarle hálito de vida a este empresario poderoso, megamillonario y buena persona, obsesivo con el trabajo y descuidado con su familia, que reordenará sus valores tras intercambiar cuerpo y mente con un gato muy especial.
De todas formas, por detrás del tsunami de lugares comunes que amontona la película, nos llega también el reflejo de ciertos (des)manejos que podemos cometer diariamente si confundimos lo urgente con lo importante. Vi el filme en una privada de prensa a la que pudimos ir acompañados de nuestros hijos. Y escuchar las risas de los chicos (y, en particular, la risa de mi hija) me hizo volver a recapacitar sobre cuánta verdad puede guardar una verdad de perogrullo como la que da sustento a Mi papá es un gato. Pasar un buen rato con nuestros hijos es una de las pocas cosas que realmente importan en esta vida. Aunque sea viendo una película tan olvidable como esta.
Fernando Ariel García
No hay comentarios:
Publicar un comentario