miércoles, 10 de agosto de 2016

MI AMIGO EL DRAGÓN: ES ORO LA AMISTAD QUE NO SE COMPRA NI VENDE


Mi amigo el dragón. Director: David Lowery. Protagonistas: Bryce Dallas Howard, Robert Redford, Oakes Fegley, Oona Laurence, Wes Bentley, Karl Urban y John Kassir (voz del dragón Elliot), entre otros. Guionistas: David Lowery, Toby Halbrooks, Malcolm Marmorstein, basado en la película homónima escrita por Seton I. Miller y S.S. Field. Walt Disney Productions. EE.UU., 2016. Estreno en la Argentina: 11 de agosto de 2016.

De pibe, nunca me cayeron bien las películas (televisivas y/o cinematográficas) no animadas de Disney. Sacando lo que tuviera que ver con el Zorro, todo lo demás en donde hubiera personas en lugar de dibujos, me llevaba inexorablemente al peor aburrimiento conocido. Me parecían tontas y lentas, ralentadas aún más por esa maldita costumbre del Tío Walt de poner a cantar y a bailar a la gente en el medio de cualquier secuencia. 


El hastío más importante me lo transmitió Mi amigo el dragón (1977), en donde un rechonchito dragón animado rondaba alrededor de Mickey Rooney y Shelley Winters, entre otros actores haciendo de pescadores más o menos sufridos. Debo haberla visto en el viejo Los Ángeles antes de intentar borrarla de mi memoria, porque el único recuerdo que tengo es el del embole que me pegué en el cine.


Y un montón de años después, he vuelto a una sala para ver Mi amigo el dragón (Pete’s Dragon, 2016) a cargo del director David Lowery, crédito indie que acá logra un más que interesante equilibrio entre la mirada artística que uno asocia al cine de autor, con el acabado industrial que necesita un proyecto de esta escala. Una película Disney que es todo lo tradicional y conservadora que debe ser, pero que lo pone en términos narrativos de manera elegante y sentimental, permitiéndose toques de bucólica melancolía, crudeza poética y sensiblería tan efectiva como innecesaria. Todo ello porque el nudo central está puesto en la relación construida y mantenida entre un niño huérfano y un dragón gigante, milimétricamente diseñado para vender peluches al por mayor. 


Más que una remake de aquel olvidado (y olvidable) filme de 1977, Mi amigo el dragón es una completa reelaboración de su premisa básica. Como en la nueva versión de El Libro de la Selva, el destinatario aquí es el grupo familiar completo; y de ahí que un tono mucho más realista y oscuro se apodere de buena parte del metraje. Fábula de corte ecologista bastante obvio, hace eje en el choque de opuestos (Hombre-Naturaleza; mito-realidad; adulto-niño) para capitalizar narrativamente las chispas que saltan de la pantalla. Sin segmentos musicales que interrumpan el discurso cinematográfico, asistimos a la eterna, inoxidable y redentora historia de un chico y su mascota, unidos por la más sincera forma de la amistad. 


Después de todo, el fin de la inocencia no tiene por qué ser el final. 
Fernando Ariel García

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