martes, 25 de febrero de 2014

SUPERMAN VS. MUHAMMAD ALI: LA PELEA DEL SIGLO

Superman vs. Muhammad Ali (All New Collector’s Edition Vol. VII Nº C-56). Historia original: Denny O’Neil. Adaptación: Neal Adams. Dibujos: Neal Adams. Tintas: Dick Giordano y Terry Austin. Color: Cory Adams. Portada: Neal Adams, sobre diseño de Joe Kubert (no acreditado). Editor: Julius Schwartz. 72 páginas a todo color. DC Comics. EE.UU., abril de 1978.
Superman vs. Muhammad Ali Deluxe Edition. Argumento y guión: Denny O’Neil y Neal Adams. Dibujos: Neal Adams. Tintas: Dick Giordano y Terry Austin. Color: L.R. Colourer y Moose Baumann. Portada: Neal Adams, sobre diseño de Joe Kubert (no acreditado). Editor: Bob Harras. 96 páginas a todo color. ISBN: 9-781401-22841-5. EE.UU., noviembre de 2010.

Hace exactos cincuenta años, una leyenda empezaba a tomar su forma y tamaño definitivos. Un día como hoy, un negro bocón, arrogante y soberbio, agrandado por la medalla de oro que había obtenido en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, se autoproclamaba (y con razón) como “el mejor boxeador del mundo”. Acababa de consagrarse campeón mundial en la categoría de los pesos pesados, habiéndole ganado al favorito; y estaba decidido a cambiar el apellido de esclavo que portaba su familia por un nombre libre, tomado de la religión musulmana que abrazaba con fervor. Atrás quedaba Cassius Marcellus Clay. Nacía a un mundo que le quedaba chico Muhammad Ali, El Amado de Dios según la lengua de su fe.


Al calzarse la corona, hizo del ring su escenario y su púlpito. Se instituyó (¿sin quererlo?) en símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros. Llevado como estandarte por el propio Malcolm X, reconocido por Andy Warhol como una de las encarnaciones del pop y requerido por los Beatles para una polémica foto, Ali fue la voz de los sin voz. A quienes hizo oír por todo el mundo haciendo gala de su irreverencia, elevando la provocación profesional a la categoría de arte. Figura de influencia social inconmensurable, fue la primera personalidad pública de semejante calibre en oponerse abiertamente a la guerra de Vietnam, negándose a participar en la misma alegando objeción de conciencia. Perdió cuatro años de su carrera por ello, pero ganó por KO la pelea contra el ciego nacionalismo estadounidense. Y en el pico de su fama, se dio el gusto de romperle la jeta al máximo embajador cultural de la supremacía blanca, el mismísimo Superman.


La primera vez que vi esa soberbia página del Hombre de Acero en camilla, la cara hinchada y los ojos en compota por la paliza que le diera Ali, era un adolescente en vacaciones. Corría 1978 y estábamos con mi familia en Ostende, una playa bonaerense que todavía no llegaba a la categoría de suburbio de Pinamar. Había un solo lugar en donde aprovisionarse de las vituallas necesarias para la supervivencia. A ese almacén, mercado y kiosco, territorio abandonado de la mano del Dios de las historietas, no llegaban ni las revistas de Columba. Internet no existía ni en los pensamientos más alocados y premonitorios; y el diario del día se recibía cerca de las cinco de la tarde. En algún momento, víctimas de la abstinencia, con mi hermano empezamos a hojear las pocas revistas de interés general que allí juntaban polvo. Y del interior de un ejemplar de El Gráfico salió la luz redentora: Superman peleaba (¡y perdía!) con Muhammad Ali. La nota no decía mucho más, pero las ilustraciones dejaban ver que los dibujos eran de Neal Adams. Y eso alcanzó (y sobró) para volarnos la cabeza.


Un año más tarde (creo), la edición mexicana de Novaro llegó a la Argentina. En ese momento, no me importaba que la traducción fuera mala y ni siquiera sabía que habían arruinado la majestuosa doble portada eliminando media imagen para reemplazarla por un aviso pedorro de Bugs Bunny para Kool-Aid, un refresco en polvo que ni siquiera se comercializaba por aquí. La historieta de Denny O’Neil y Adams era más de lo que había elucubrado mi cabecita enfebrecida. La armada alienígena que amenazaba la Tierra le permitió a Adams dibujar la mejor película de ciencia-ficción que habían visto mis ojos. Una épica de proporciones colosales que empañaba los pocos efectos especiales que podía poner en escena un tanque como La guerra de las galaxias. Los asaltos de boxeo en el espacio exterior generaban más adrenalina que las peleas en blanco y negro que daba el televisor. Si un cómic supo aprovechar como nunca antes (y nunca después) las posibilidades narrativas y el impacto visual que permite el tamaño XXL que los yanquis llaman Treasury, fue este, es este. Y sólo por este trabajo, Adams tiene más que ganado (y merecido) el sitial de honor que ocupa en la industria.

Don King y Muhammad Ali, con el cómic en la mano

Después, con los años, vinieron las lecturas superadoras del mero espectáculo. La percepción del abordaje (tímido pero presente) de las principales luchas encaradas por Ali fuera de las viñetas: La Libertad, la Justicia, la Fraternidad, la Igualdad entre negros y blancos, rompiendo los estereotipos intencionadamente construidos e instalados. Todos conceptos ya tratados por O’Neil y Adams en su mítica andadura al frente de Green Lantern-Green Arrow, momento fulgurante en que la historieta norteamericana se había permitido ser progresista en serio. Injustamente descatalogada durante demasiado tiempo, recientemente recuperada en un libro que no alcanza a recuperar la envergadura del original, Superman vs. Muhammad Ali sigue siendo aquella aventura irrepetible para un momento irrepetible. Pero con un final mentiroso. Esa última viñeta a doble página falta a la verdad. Aún hoy, golpeado por el avance del Parkinson, Muhammad Ali es más grande que Superman. Mucho más grande. Por eso, al cumplirse cincuenta años de su primera corona, levantamos la copa para recordar y saludar al Hombre amado por los pueblos, sus pueblos.
Salve, Campeón. Gloria y loor. Honra sin par.
Fernando Ariel García

1 comentario:

  1. me sorprende que no haya comentarios previos Fernando... No conocía la edición,muchas gracias por tu ensayo. Tocayo ( mi nombre Luis fernando Garcia)

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