Mocha Dick. La leyenda de la ballena blanca. Guión: Francisco Ortega. Dibujos: Gonzalo Martínez. Portada: Gonzalo Martínez. 144 páginas en blanco y negro. Norma. ISBN: 978-956-300-345-1. Argentina, marzo de 2013.
Debo haber leído Moby Dick unas cuatro veces. Y cada vez que acometí la experiencia de su lectura me encontré con un libro profundamente distinto. En parte, porque lo hice en diferentes etapas de mi vida. Y en parte, también, porque se trataba efectivamente de libros distintos. El debut debe de haber sido con la versión violentamente resumida de la Colección Robin Hood o la Biblioteca Billiken, con el énfasis puesto en la adrenalina de la cacería, el fanatismo ciego de Ahab y la arrolladora fuerza bruta de la ballena blanca. Después le siguieron otras ediciones, algo más respetuosas del original, pródigas también en la descripción (y el análisis) entre enciclopédico y antropológico de la cultura (y la industria) ballenera; y de la vida de los marineros a bordo de los barcos. Así, hasta llegar al texto integral, pletórico de cuestionamientos místicos, éticos, religiosos, políticos y hasta biológicos.
Todo esto, desde lo más simple hasta lo más complejo, desde lo más superficial hasta lo más profundo, aparece abordado y reflejado en Mocha Dick. La leyenda de la ballena blanca, impresionante fresco de Francisco Ortega y Gonzalo Martínez, aparecido originalmente en Chile en diciembre de 2012 y publicado recientemente en la Argentina, haciendo justicia a una obra de tamaña envergadura. Y si cada página de esta historieta termina leyéndose en paralelo al Moby Dick es porque los autores nos cuentan la historia que dio origen y sustento a la obra y al mito de Moby Dick, recuperando la ascendencia mapuche que Jeremiah N. Reynolds no supo/pudo/quiso reflejar del todo en su corto relato Mocha Dick, The White Whale of the Pacific (1839); influencia decisiva para la novela fundacional que Herman Melville (ballenero además de escritor) publicó en 1851.
Ortega y Martínez anudan una trama que refleja un verdadero cambio epocal, entre 1820 y 1821, cerrado circularmente por un desenlace ambientado en 1889. Y lo hacen articulando hechos reales y comprobados, como el hundimiento del ballenero Essex en 1820 por los cabezazos de un furioso y gigantesco cachalote del océano Pacífico, que podría (o no) haberse tratado de Mocha Dick, el cachalote albino que fuera avistado a fines del siglo XIX en las cercanías de la isla Mocha, al sur de Chile; que no casualmente resultó ser un sitio sagrado para los mapuches, cuyos mitos y leyendas incorpora orgánicamente el cómic al hacer notar que la ballena Mocha es la encargada de recoger el alma de los guerreros humanos y una acérrima defensora de las crías de su especie. Y lo hacen, además, rindiendo un sentido homenaje a Mampato, el clásico e imperecedero personaje del noveno arte chileno.
Con escalas en Nantucket (EE.UU.), el sur de Chile y Buenos Aires, los autores dejan de lado cualquier tipo de texto discursivo para fomentar la capacidad humanamente transformadora de la Aventura. Y quienes la transitarán en carne propia, contándosela a aquellos lectores que se animen a acompañarlos, son seres humanos en estado de transición a una etapa superior de conocimientos, de experiencias, de vida. Caleb Hienam, hijo de un empresario ballenero; Aliro Leftraru, marinero descendiente del pueblo mapuche; Duncan Sheffield, naturalista escocés; y Joe, marinero con un importante secreto a cuestas, no saldrán indemnes de su paso por la estela de Mocha Dick.
Historieta de raigambre clásica, afincada en la tradición del folletín popular, Mocha Dick se permite reflexionar acerca de las implicancias morales del Mal en tanto concepto abstracto y pulsión concreta. Poniendo en evidencia el conflicto inherente a la simbólica dualidad humana, el instinto y la razón, el corazón y la mente, la fe y la ciencia, mostrando la obsesión autodestructiva que late en las posiciones más extremas. Y la capacidad de modificarlo todo, generando mejores condiciones de vida, si tan sólo eligiéramos mantenernos dentro del equilibrio universal de la Naturaleza.
Fernando Ariel García
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