La
comunidad. Guión: Rodolfo Santullo. Arte: Marcos Vergara. Portada: Marcos
Vergara. 96 páginas a todo color. Mojito Colectivo Editorial (Grupo
Belerofonte, Dragón Comics, Estuario y Loco Rabia). ISBN: 978-9974-99-091-3.
Uruguay / Argentina, junio de 2013.
Tiempos
distintos (o la percepción de tiempos distintos), conviviendo de alguna manera
y por algún motivo. La tensión entre dos valores que se nos aparecen como
absolutos; y que podríamos resumir rápidamente en los términos Adentro y
Afuera. Los acuerdos (¿treguas?) tácitos y/o explícitos que pactan estos
espacios, separados y unidos por la naturaleza que, mediante su barrera hecha
de ríos y vegetación salvaje, al mismo tiempo brinda seguridad y genera
peligros. Una serie de líderes adultos y de héroes jóvenes que deberán resolver
sus conflictos personales en un escenario global que, con sus prerrogativas y
normas establecidas, los incluye y supera ampliamente. El riesgo del
anticonformismo en épocas de opresión.
Son sólo
algunas de las premisas que Rodolfo Santullo y Marcos Vergara trabajan en La
comunidad. Premisas que resuenan con los ecos de La aldea, el filme de M. Night
Shyamalan que metaforizó, a su manera, la brutal colisión entre lo primitivo y lo moderno (o, de nuevo, la percepción de lo
primitivo y lo moderno) apoyándose en la construcción psicológica de un
thriller con toques terroríficos. Aclaremos antes de que oscurezca, La
comunidad no es una copia de La aldea (como La aldea no era una copia del libro
Running Out of Time, del que tomó algunos disparadores y una ambientación
similar), sino una reelaboración (¿consciente? ¿inconsciente?) de un tópico
bastante transitado en la ciencia-ficción de identidad híbrida.
Serializada originalmente
en el blog Historietas Reales entre marzo de 2011 y diciembre de 2012 (y felizmente
recopilada en libro por el flamante colectivo rioplatense Mojito), La comunidad
aborda el fin de la niñez después del fin de la inocencia después del
(aparente) fin de todo. Y lo hace echando una metafórica mirada latinoamericana
sobre algunas topografías conocidas: La Supervivencia y el Hambre. Claro que,
en una historia donde la percepción de las cosas hace a las cosas que pasan, se
anota un enorme poroto al elaborar espacios en blanco que determinan el clima
de la narración, el ritmo de la lectura y la distribución de las fichas del
trágico rompecabezas que vamos armando en nuestras cabezas mientras pasamos sus
hipnóticas páginas. El secretismo como mecanismo de control social. El
ejercicio de la fuerza como herramienta generadora de orden. La rebeldía contra
el Poder establecido. La sutil truculencia que genera el canibalismo cuando
aparece abordado por un autor uruguayo.
Lejos
de cualquier utopía comunitaria, La comunidad de Santullo y Vergara se me hace
una exploración distópica sobre los verdaderos alcances de la disolución
social. Olvídense de las teorías sobre asociaciones voluntarias en pos de un
bien común y mayor, de las relaciones igualitarias entre pares, de los
democráticos idearios asambleístas. Lo que aquí aparece en escena es sólo un conjunto
de individuos unidos por el espanto borgeano, reducidos al mínimo escalón de la
cadena alimenticia de alguien (o algo) que está siempre presente sin estar a la
vista. La socialización definitiva del sálvese quién pueda, cómo pueda.
El
horror, diría Kurtz.
Fernando Ariel García
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