lunes, 6 de junio de 2011

LAS GRANDES ENTREVISTAS DE SONASTE MANECO: SANTIAGO VALENZUELA

Extraño y divertido. Comparado con Jonathan Swift, por su despliegue imaginativo y por la extrapolación de los hechos políticos y sociales que se desprenden de sus obras, mecanismos de ficción que también pueden ser leídos como parodias de los mecanismos de ficción. La influencia y peso específico que el mundo de lo onírico ejerce sobre sus personajes, junto con su peculiar utilización de la retórica, hacen del mundo creativo de Santiago Valenzuela, uno de los panoramas más intensos e interesantes que pueda ofrecer el cómic español contemporáneo. Javier Mora Bordel entrevistó en exclusiva al creador del Capitán Torrezno, un microcosmos prácticamente desconocido en la Argentina y que bien puede resumirse en un concepto básico: Giros de tuerca.


¿Cuándo nace tu interés manifiesto por la historieta?
Como en el caso de casi todos los autores, descontando a los pioneros que se inventaron el medio y su lenguaje a medida que trabajaban en él, llegué al tebeo de niño como lector tragón y entusiasta, y el paso de esa condición pasiva a la de autor amateur ni lo recuerdo. Supongo que sería natural e instantáneo. Tengo por ahí carpetas llenas de primeras intentonas que no solían ir más allá de unas pocas páginas, pero que a veces se prolongaban bastante -ya asomaban la hipertrofia y la grandilocuencia-, cosas muy ingenuas y primerizas que ni siquiera llegaban a ser plagios. Después lo dejé un poco más de lado, no recuerdo muy bien cuánto tiempo ni a qué edad ni por qué otros intereses o manías juveniles, pero sí recuerdo que mi descubrimiento final de lo que podían ser los tebeos llegó con la historia del Mayor Fatal de Moebius, que vino en el periódico como capítulo coleccionable de una historia del cómic coordinada por Javier Coma y que fue una especie de revelación. A partir de ahí ya no hubo pausa ni freno. Las variaciones moebianas, ya sí plagios más o menos conscientes, se sucedieron, y con el paso del tiempo fui consiguiendo algo de maña, si no un estilo. Y el humor se introdujo en algún momento, tal vez a partir de leer otras cosas más frescas y actuales como las que salían en El Víbora.


¿Qué autores te influyen sobremanera en este estadio inicial? ¿Y al margen de la historieta?
Moebius, ya digo, puede que fuera el detonante, pero en realidad ya había leído, algo antes, con 14 o 15 años, los álbumes de Valerian cuando éstos se vendían aún en algunos quioscos, y puede que ahí esté la verdadera veta original, o la impresión más duradera. Como para muchos autores de mi generación, si no todos, el verdadero desembarco o descubrimiento verdadero del medio fue a través de las revistas de Toutain y Norma, más los viejos Tótem que se podían conseguir por ahí. Ya no era la época de oro, yo a eso llegué tarde, pero era la época de los saldos, cuando se vendían números retapados del 1984 y el Cimoc, por ejemplo, lo cual se adecuaba bien a la voracidad y las prisas por absorber un mundo nuevo e incitante (y hay que recordar que esas revistas ya eran, de por sí, un poco un cajón de sastre, tenían también algo de recopilación, de acopio y de compendio, pues en las más antiguas se mezclaban las novedades con algunos clásicos, con material que aquí no había llegado en su momento). Sólo algo después descubrí que existía algo portentoso llamado una tienda de cómics, y eso ya cambió toda la forma de comprar y leer. Así que los autores fundacionales, por así decirlo, serían los lógicos: Corben, Moebius, Bilal, Bourgeon, Christin y Mezieres, Crumb, Gallardo y Mediavila. En su momento serían muchos más, pero éstos son los que me han quedado o los que ahora me vienen a la cabeza, los que podría releer con gusto en cualquier momento. A otros autores como Fred, al que no sólo idolatro sino que considero razón suficiente para vivir y para no considerar del todo ociosa la existencia del universo, los descubrí muchísimo más tarde.
Al margen de la historieta no sabría decir qué fue más influyente. El cine formaba una amalgama con los tebeos, películas de aventuras y eso. El western nunca me gustó mucho, ni entonces ni ahora, no sé por qué, quizá cierta alergia a los caballos. La ciencia ficción sí que fue importante, supongo que es una cosa generacional. Y en cuanto a la literatura no fui un lector precoz, todo ese genero juvenil de El señor de los anillos y cosas parecidas no llegué ni a catarlo, y no sé si es de lamentar. Con 14 o 15 años pocas cosas dentro de la literatura podían competir con los tebeos, aunque en el colegio te mandaban leer cosas como Cien años de soledad o The Catcher in the Rye -era un colegio inglés- que sí daban noticia de un mundo desconocido y más vasto, inagotable. Después descubrí unos libritos que tenía por ahí mi padre de un tal Jorge Luis Borges y entonces la literatura ya sentó plaza y con los años ha ido ocupándolo casi todo.


¿Tu interés artístico nace por la historieta o es fruto de otras ramas?
No, no es derivado ni sucedáneo, y de nuevo tengo que referirme a mi generación, que es una generación de lectores, de fans, antes que nada. Un chaval que en mi época dibujaba cómics no quería ser otra cosa que dibujante de cómics, de hecho lo era, aun sin saberlo y sin tomar siquiera el lápiz, desde el momento en que se descubrió lector compulsivo de tebeos. En la infancia, incluso en la adolescencia, que es una edad ya bastante majadera de preparación para la majadería global, estas cosas suceden, simplemente, sin programa ni apenas intención. El ponerse a dibujar una historia es un acto sucesivo, casi obligado tras terminar de leer una que te haya impresionado, una prolongación natural. Es una forma de entusiasmo creativo, lo cual viene a indicar de paso hasta qué punto puede uno fiarse del entusiasmo, cuando no va acompañado por alguna pericia.
¿Es la historieta un género menor? ¿Te sientes un creador menor por ser historietista o es ésta una de las múltiples caras de tu amplio prisma creativo?
Aquí entronco con lo anterior. En un primer momento consideraciones como estas ni te entran en la cabeza, y si uno es lo bastante ingenuo, o inconsciente, o directamente suicida, puede conseguir evitarlas hasta una edad casi proterva. No es mi caso, pero tampoco le doy muchas vueltas. Además ahora los tebeos están de moda, al parecer, así que quien tenga problemas de autoestima ya puede respirar. Y aparte eso del creador menor o mayor es algo que ya ha pasado, para bien o para mal, igual que se está disolviendo muy rápidamente conceptos como los del arte culto y el popular, el high y el low brow, o lo poco de ello que quedaba aún en pie. Para bien, porque uno no tiene que perder el tiempo con jerarquías imbéciles, porque la calidad y el interés no vendrán nunca marcados de origen por una etiqueta sino que se presentan inesperados, donde les viene en gana y por los medios que sea. Y para mal, porque todo ello es consecuencia de un fenómeno aún más general como es la pérdida absoluta del criterio y el subsiguiente triunfo de la sandez y la mercadotecnia.


¿La historieta ha de nutrirse de referencias directas a otras artes para alcanzar cierto estatus y reconocimiento popular?
Supongo que sí, igual que el cine tiene que hablar sesudamente de cosas sesudas y en el fondo obvias e inconsistentes para ser aceptado por los restos en retirada de una crítica poco equipada y apegada a modos pasados, o igual que en el cine y en la literatura el humor será siempre considerado un handicap. Todo esto es un poco una lacra propia del ámbito nuestro, del español y me temo que del hispánico en general, posiblemente también del italiano y el portugués, es decir de todas partes donde el catolicismo ha dejado su simpática huella, y se puede resumir en una sola palabra: Incultura. En el mundo anglosajón hace siglos que no se plantean (o apenas) semejantes polémicas, pero aquí seguimos en esas. De hecho irán a más, porque el buen ejemplo que venía de allá, la ironía y la curiosidad como armas primeras del creador, se va perdiendo poco a poco. El mundo anglosajón va a menos y eso se ve en sus productos culturales, se supone que será por la dictadura absoluta de lo audiovisual, el efecto de los rayos gamma sobre las margaritas y neuronas, así que nosotros, arrastrados por esa deriva, pronto estaremos a su altura sin habernos levantado un palmo. Y ya todo será una cuestión de etiquetas, como en el supermercado: Lo profundo, lo gracioso, lo artístico, lo lírico… La ultraviolencia inane para niños, los seriales de historia-ficción para abueletes terminales a la hora de la siesta, las películas de animación en 3D para toda la familia con pingüinos o morsas haciendo chistecillos sobre la oficina y el jefe o la incipiente celulitis de mamá morsa, etc. Y que nadie se salga del tiesto porque entonces no entra en el catálogo. De hecho ya casi estamos ahí.
En cuanto a la cuestión más concreta de si el cómic y otras artes consideradas populares o menores necesitan de la referencia supuestamente culta para recibir marchamo de calidad o respetabilidad, aquí ya no sabría qué responder. Seguramente sí, pero sólo en pequeñas y escogidas dosis, pues si uno quiere alcanzar ese estatus o ese reconocimiento popular que dices entonces debería amoldarse a los conocimientos previos de ese supuesto público masivo, dispuesto a reconocer o compartir esas referencias, y esos conocimientos previos, o para entendernos, esa cultura general a la que debiera dirigirse, es bastante estrecha, es poca y coyuntural, así que trabajando con eso en mente uno sólo añadiría viruta a la viruta, bodrios a los bodrios. Así que, resumiendo, pienso que es otra de las cosas que más vale ni plantearse. Uno debe poner en juego las capacidades y el bagaje que acarree: Si es un narrador sin demasiado background, sin demasiado conocimiento de lo que se ha hecho antes, entonces por fuerza se dedicará a contar de nuevo y a destiempo cosas que ya se contaron hace mucho y en general mejor y más atinadamente, pero como su caso es el de la inmensa mayoría de sus lectores, obtendrá un éxito inmediato y mundial por haber descubierto América en pleno siglo veintiuno. Si tiene alguna cultura y alguna humildad, en cambio, tratará de manejarse en la medida de sus posibilidades, que nunca son muchas, con el legado literario o artístico que ha heredado y del que es continuador, lo quiera y lo sepa o no, e inmediatamente será tildado de pedante, de ambicioso, de raro y de tarado.


La mezcolanza de estilos, géneros y fórmulas pictóricas y literarias es un rasgo característico en todas tus obras. ¿Te divierte subvertir las fórmulas artísticas en forma de viñeta? ¿Lo consideras un ejercicio de rebeldía ecléctica?
Yo la verdad no veo que haya tanta mezcolanza. Es halagador escucharlo, pero al cabo de los años la sensación que uno tiene al observar su trabajo es sobre todo de monotonía. Me gustaría ser mucho más ecléctico y rebelde, me encantaría serlo tanto como tú dices, pero sinceramente no creo que lo sea. Y no lo digo por decir, sino porque mil veces he intentado variar en algunos aspectos, sobre todo gráficos, a veces por lo que me parecían exigencias de la misma historia que me traía entre manos, otras por simple aburrimiento y necesidad de airearse, y no he podido. Lo he intentado de verdad, pero a la hora de tomar el lápiz, a la hora de entintar sobre todo, las rutinas se imponen por sí solas, es algo fatal o fruto de los años, uno se acomoda en ciertos gestos, ciertas maneras de hacer. La única excusa que tengo es que casi siempre tengo que vérmelas con muchas páginas, sólo me manejo bien en el largo recorrido, y esto, por sí solo, impone una carga de trabajo que obliga a esas mismas rutinas y amaneramientos gráficos. Que seguramente no es excusa porque muchas veces ganaría tiempo si fuera capaz de vencer ciertos melindres, no cerrar siempre el dibujo ni agobiar los fondos, atreverse a un trazo más suelto en ciertas fases de la historia, y aun siendo consciente de ello no soy capaz. O no soy capaz al dibujar historieta, concretamente, cuando cambio el lápiz por un pincel y trabajo sin boceto me salen cosas muy diferentes, aunque luego nunca salgan a la luz porque tampoco como ilustración podrían entenderse, son garabatos y pinturajas que hago de vez en cuando, por rachas, cuando me hastío absolutamente del cómic, sobre todo retratos, caras en diversos estados de torsión y deformidad. Seguramente es una válvula de escape neurótica.
A lo que te refieres con lo de la mezcolanza de estilos supongo que es a los collages y los grabados antiguos de El lado amargo, o a las ilustraciones que a veces meto como fondos, en ése y otros libros. No lo hago por voluntad de rebeldía, al menos conscientemente, sino porque creo que es lo menos que se puede hacer, si uno trabaja en un medio que tan obviamente invita a ello, un medio que consiste, básicamente, en una hoja en blanco, dispuesta a recibir todas las variaciones que la palabra y el trazo pueden conseguir, que son infinitas. Pero repito que a mí me cuesta mucho atender a esa invitación, en parte por el tipo de historia que hago, sobre todo en el caso del Capitán Torrezno, que exige cierta continuidad, cierta estabilidad visual, y en parte por mis limitaciones.


Literariamente se observa cierto gusto por la digresión. Pictóricamente en el detalle. ¿Podemos hablar de cierto horror vacui?
Con digresión imagino que te refieres a andarse por las ramas, a la incapacidad de ser concreto y escueto. Es algo que no puedo evitar y que será consecuencia de la inseguridad. Yo tengo que acumular para conseguir lo que quiero. Usando un símil escultórico, igual que hay quien parte de una gran masa para ir sustrayendo y afinando, yo trabajo siempre a base de añadir, de superponer, hasta que alcanzo la forma deseada, y de ahí la abundancia de texto. Los guiones me salen siempre largos no por casualidad ni capricho sino porque así es como consigo plasmar lo que quiero, por acumulación y reiteración, lo mío no es la síntesis ni el fogonazo clarividente, sino el detalle, la disposición lenta de piedra tras piedra hasta lograr el ambiente que busco, el caso psicológico o argumental concreto. Bueno o malo, es lo que hay, la única forma que sé de hacer las cosas.
Y lo que digo de la inseguridad se entenderá mejor refiriéndolo al aspecto gráfico, lo que comentas tú del horror vacui. Ahí sí que es evidente que la acumulación y el barroquismo no son sino una forma un tanto patética de disimular las carencias técnicas mediante una especie de fuego de saturación que maree al lector y lo distraiga del foco principal de atención, del primer plano o los personajes principales que, abandonados a su propia suerte sobre un fondo blanco, se delatarían enseguida como defectuosos y un poco sujetos por alfileres en su anatomía, sus gestos y expresiones. Cada cual se enfrenta como puede con sus carencias, y las carencias están allí y son tan evidentes que casi no merece la pena hablar de ellas, aunque no se suelen mencionar. Yo formo parte de una generación, no española sino mundial, que supone, en el plano técnico, un bajón más que sensible en los aspectos técnicos, en el simple oficio de la historieta y el dibujo. Esto se puede explicar de mil maneras, pero en general más que a explicarse tiende a disimularse, hablando del cambio de contexto, de libertad creativa, de expresividad, del bendito naif, pero lo que está en el fondo es mucho más sencillo aunque no tan halagador. Sea porque no nos han enseñado, porque hemos crecido en un medio sin amparo y formación gremial, porque estamos intoxicados de rock and roll o porque la meritocracia ha naufragado mucho antes de llegar a nacer, lo cierto es que no hemos aprendido a dibujar, o lo hemos hecho a duras penas y por nuestra propia cuenta, es decir mal, apenas. Frente a esta realidad uno puede convertir su incapacidad en bandera y hacer gala de ella, del descuido y la indigencia gráfica, o puede disimularla con amaneramientos seudo artísticos y seudo rompedores, o con un frenético apego al detalle y al trabajo, como en mi caso.


Hablando en plata, ¿cuáles son las posibilidades expresivas del medio? ¿Ha alcanzado ya su cénit? ¿Qué posibilidades experimentales quedan por discernir?
No creo que haya alcanzado ni una mínima parte de sus posibilidades y su cenit está por llegar porque si no, no hablaríamos de un medio vivo sino de un museo, una colección arqueológica. No creo que pueda decirse eso ni de la poesía ni de la pintura, con que mucho más absurdo sería pensarlo de un invento que, quitando una larga o larguísima prehistoria no oficial, tiene poco más de un siglo de vida, como el cine. Pero es que además la historieta yo creo que es especialmente propicia para eso, su capacidad de crecer y transmutarse me parece que es infinita, y lo digo sinceramente, no llevado por ningún entusiasmo ni por afán de reivindicarme ya que, como he dicho, no me veo como un autor especialmente renovador ni maniático de la innovación sino casi lo contrario. La historieta es, por definición, un encuentro de lenguajes, un cruce de caminos, y lo es en mucha mayor medida, por ejemplo, que el cine, que está mucho más sujeto a tiranías tan severas como la del realismo, la de un tempo rígido, o la misma materialidad de los objetos y escenarios. La historieta está en cambio libre de todo eso, es una disponibilidad total porque amalgama democráticamente, por así decirlo, la imagen y el texto, usa el texto y las imágenes sin ningún condicionante previo pues unas y otras provienen de la nada, de la imaginación del autor. Si a eso le añadimos que, al contrario de lo que sucede en el cine, el autor no tiene por qué dar cuentas a nadie ni que lidiar con decenas o cientos de intermediarios y colaboradores, entonces ya resulta casi escandaloso el plantearse estas cosas de los límites expresivos y las posibilidades del medio. El problema es, naturalmente, que por ser el medio más disponible y maleable, por eso mismo debiera ser también el más riguroso, un medio en el que sus autores ejerzan la autocrítica más severa, pues infinitas posibilidades suponen inmediatamente infinitas posibilidades de caer en la tontería y la mamarrachada, el alarde inane, la bromita privada. Pero ese es otro asunto y compete a cada cual a la hora de ponerse a trabajar.


¿Jarabe se concibió con una voluntad manifiesta por transgredir el medio?
No creo que fuera así, por lo menos en mi caso, ya que por aquel entonces ni siquiera puede decirse que conociera el medio, en realidad, ni tampoco sus reglas. Pero sí había algo que es propio del underground, supongo, que antes que una postura o una decisión o incluso una actitud es, me parece, algo más importante, algo más vago pero más interesante y que sólo podría describir como curiosidad, de nuevo, o espíritu lúdico, o incluso un cierto tipo de irresponsabilidad que tiene que ver con la ingenuidad juvenil de la que antes hablaba: Una especie de seguridad pasmosa en lo que se hace, posibilitada por la ignorancia, un querer comerse el mundo sin saber ni por dónde empezar, pero tan lleno de disfrute que al final, por alguna forma mágica de simpatía o empatía, acaba por transmitirse también en alguna medida al lector, salvando las mil imperfecciones técnicas. Y esa disponibilidad o curiosidad se reflejaba en ese fanzine en concreto, que no dejaba de ser un cajón de sastre donde entraba de todo y donde la conciencia de grupo era nula, y que no diría yo ahora que fuese especialmente atrevido o transgresor, aunque la verdad es que tengo que ponerme a hacer memoria. Éramos todos estudiantes de Bellas Artes, aparte, con lo cual un poco de tontería seudo artística también se colaría por medio. Hablando ya por mí mismo, diría que a lo largo de las cien páginas o así que hice para el fanzine se ve alguna evolución hacia lo narrativo o si se quiere hacia formas más clásicas. Las primeras historias oscilaban entre el predominio de lo visual -fotomontajes, grandes planchas de un dibujo muy suelto y negro con apenas una frase o dos debajo- y cierto retorcimiento de la estructura de la página (la primera de todas ellas era una historia muda de viñetas pequeñísimas alrededor de las cuales se movía serpenteando un texto medio dadaísta que no sé si nadie llegaría a leerse, porque nada tenía que ver con las imágenes y lo mismo aparecía volteado que cabeza abajo); pero luego, a medida que fueron surgiendo algunos personajes fijos, lo experimental se redujo bastante y pasó a ocupar más bien los márgenes de la historia, todas esas escenografías barrocas que sirven de asiento a las viñetas en las historias de esta época que aparecen en Los años oscuros y Sociedad limitadísima.
¿Cómo nace dicho fanzine? ¿Quiénes lo conforman?
Por el fanzine pasó bastante gente, aunque ya digo que no había ningún proyecto común ni nada parecido, aparte de que cualquier tentación de manifiesto me parece que ya resultaba anacrónica, eran años bastante duros para el medio y para los noveles, bastante teníamos con sacarlo a la luz y moverlo malamente, porque nunca pasó de tener una distribución marginal. Primero sacamos dos números a un formato enano, folio doblado por la mitad y grapa en medio, y no creo que tuvieran más de 100 o 200 ejemplares de tirada, auténticas aunque involuntarias piezas de coleccionista o de museo que no sé ya ni dónde tendré guardados, si es que tengo alguno. Luego ya reunimos algo de dinero y lo llevamos a una imprenta y sacamos una tirada de 1000 ejemplares, cuatro números más. Con el tiempo fueron quedando los más tenaces o los más pelmas de entre los colaboradores, que éramos básicamente cuatro: Iván Solbes, que ahora es un ilustrador consagrado; David Ortega, con quien saqué el año pasado el libro Nietos del Rock and Roll, y Wiro Berriatúa, que entre muchas otras ocurrencias se inventó el personaje de Roque, el hijo bastardo de Godzilla, del que hice yo una variación o versión más o menos chusca en uno de los números y que pasó luego al álbum Sociedad Limitadísima.
Nace Torrezno, tu personaje más reconocido, en sus páginas. ¿Desde cuándo has concebido dicho personaje?
El Capitán aparecía, creo, en el tercer número del fanzine, quiero decir en el tercero de los de tamaño revista, porque en los dos pequeñajos anteriores el personaje que nació fue Néstor, en una primera versión de la historia El fugitivo que luego redibujé para El lado amargo, o más bien para presentarla a un concurso, varios años antes. El Capitán surgió como parte de la fauna que poblaba el bar Denver, que era donde sucedían todas esas historias, al principio como una presencia bastante secundaria a la sombra de Néstor, pero poco a poco se fue haciendo con el cotarro, tal vez porque era más sencillo de dibujar o más expresivo, o porque tenía un carácter más maleable y alegre que el de su buddy, menos sardónico y cargante.


No es un hecho aislado. A lo largo de toda tu obra, desde Sociedad limitadísima hasta las Aventuras del capitán Torrezno, pasando por El lado amargo, encontramos una unidad temática aplastante reforzada por la presencia de los mismos personajes a lo largo de dichas obras. ¿Por qué este afán de conjunto? ¿Qué pretendes erigir?
No sé si esta manía de meter personajes de un libro en otros obedece a un afán concreto, o si es simple consecuencia de la monotonía antes comentada. Quiero creer que es una cuestión de coherencia, ya que todos esos personajes conforman un todo que se ordenaría alrededor de la presencia misteriosa de don Sinforoso, el borracho tal vez omnipotente que maneja los hilos de todo, en mi nombre o ya por su cuenta. Dentro de ese conjunto mayor habría subconjuntos más restringidos, cada uno de ellos con sus connotaciones propias: El Micromundo, donde Torrezno, como personaje expansivo y feliciano, encuentra el necesario campo de acción para su extroversión y sus energías, hasta entonces desaprovechadas en tugurios de barrio; un escenario en cierto modo épico, pero épico en el único sentido que el carácter del personaje y la época que le (que nos) ha tocado vivir le imponen, una épica de segunda mano, falsa y paródica, literalmente minúscula. Luego hay personajes, como Néstor, que oscilan entre ese subconjunto épico y a la vez ridículo y otro, más realista o costumbrista, más negro y humorístico, que podemos llamar la realidad, una realidad en la que se inscriben por entero Julián y Julio César, que son como las dos caras de un mismo despiste o un mismo malestar existencial, uno agrio e insoportable, el otro casi inocentón en su desastrada bohemia. Y el personaje bisagra entre los distintos mundos o conjuntos sería por fuerza José Hilario Viñeiredo, creador al menos nominal de ese Micromundo que se esconde en el sótano de su casa, y que como tal está quizá condenado a no pertenecer ni a uno ni a otro y a permanecer en un limbo eterno.
Así que lo que intento erigir con toda esta serie de entrecruzamientos y paralelismos y referencias mutuas, como tantos han intentado antes e intentarán después con mayor o menor fortuna, es por supuesto el mundo. Un mundo propio y autónomo pero también conectado hasta el tuétano con el mundo más o menos común que es la realidad. El artista, o el pintamonas si se quiere, el borracho de sí mismo que se pone a cincelar su Obra o su justificación encorvado sobre su mesa o dialoga mediante un cuadernillo con un universo que por lo general le ignora, como ignora a todos, siempre intentará levantar una pequeña réplica de la realidad a su propia escala y para su propio uso, y el cual sea ese uso, si la celebración o la revancha, el grito de socorro o la masturbación, eso ya dependerá de su propia catadura moral y de su cuadro clínico. Pero que lo hará, que levantará una réplica o un refugio a su gusto, eso es seguro, y el primero de todos el que se las dé de vitalista y de casual y de estar allí de paso, ese que se reivindica partidario de la vida y no del arte, del mundo y no del libro, ese el primero porque, salta a la vista, de donde nos llega su voz es del libro, o del lienzo, o de la cámara, y no del mundo, y si tanto quiere vivir viviría y se dejaría de hablar de la vida.
¿Procuras que tu obra en otros campos también esté relacionada entre sí?
Bueno, no es que haya muchos otros campos, en realidad. Ilustración hago siempre que me lo piden, pero nunca he llegado a ser un verdadero profesional con su agenda completa y sus contactos, tampoco es que lo haya buscado. Y aparte de eso ya apenas pinto nada, aparte de esos ejercicios de liberación mencionados que vienen por rachas y que tendrán con mis tebeos la relación del estilo, más o menos, aparte de que casi todo eso es material absolutamente inédito y me temo que siempre lo será, difícil hablar de obra en esas condiciones. También es inédito lo que escribo con intención literaria, quiero decir sin ningún apoyo visual, no destinado a ser completado con imágenes, que es mucho, aunque aquí si que querría creer que alguna vez pueda salir a la luz, en ello estoy. Pero ahí ya no sé si hay mucha continuidad con lo demás. La habrá por fuerza, en cuanto obedece a los mismos intereses y aspiraciones, pero la temática es bastante distinta, y la diferencia tiene que ver con lo que considero las posibilidades de cada medio y de las que hablaba antes. Lo que hago en la historieta no creo que tenga absolutamente ningún sentido fuera de ella, y lo que escribo como un cuento o una novela tampoco tendría sentido como historieta. La literatura es el lugar natal e ideal de la reflexión, o de la introspección, si se quiere, de la contemplación subjetiva del mundo, y la historieta no puede competir con esa prolijidad, esa capacidad de analizar o de auscultarse que tiene la pura palabra, los siglos de decantación que han hecho de ella expresión a la vez abstracta y concreta del pensamiento. Ahora mismo parece que sucede todo lo contrario, que en la historieta prima la experiencia personal, lo vital o sentimental, el testimonio, pero personalmente eso no me interesa mucho, lo veo un poco fuera de lugar, consecuencia más de la época, de la reivindicación autoral o del ansia por lograr un eco por ti mencionada, del prurito de falsa “adultez” que afecta a medios tradicionalmente menospreciados o más bien acomplejados, que a una necesidad interior. Resumiendo mucho, con la injusticia que todo resumen conlleva, diría que en mi opinión la historieta es el terreno más propicio para la inventiva, la imaginación (la fantasía, en fin, aunque este es un término devaluado por el abuso de estereotipos cargantes, la extraña superpoblación de hadas y elfos que nos aqueja, consecuencia del colonialismo cultural) y, por otra parte, del humor, de un humor muy concreto, más brusco o cortante que irónico, más lapidario que el literario y más relacionado con la palabra que el gag o el humor de situación del cine. Casi todo lo demás me parece que se logra mejor por otros medios. Aunque, como digo, esto es injusto, pues todo se puede hacer de todas las maneras. Lo que pasa es que para hacer algunas cosas hace falta un talento inmenso.


¿En qué otros proyectos fanzineros participaste posteriormente tras las páginas de Jarabe? ¿Nos puedes hablar de El regreso de los ultramarinos?
Este otro fanzine, el único que monté tras Jarabe, no era en realidad un tebeo ni tenía mucho que ver con la historieta. Aparte de algunos chistes, y de que surgieran bocadillos aquí y allá, creo que en sus diez números sólo apareció una historia digamos ortodoxa, y en realidad no era tal, porque era un collage, un trabajo de piratería o irreverencia que luego publiqué en el fanzine Cretino, muchos años después: Era una historia de Las crónicas del sin nombre, de Mora y García, con los textos cambiados y algún personaje invitado que asomaba por alguna viñeta. Es decir, era una coña. Todo el fanzine era así, anormal y libérrimo, y algunos números quedaron bastante graciosos, otros se quedaron más en la broma coyuntural. Aquí el equipo lo formábamos sólo dos personas, mi menda y Sergio Martínez Luna, que ahora se dedica a deconstruir la cultura del postcapitalismo desde la revista Estudios visuales.
La verdad es que era un fanzine bastante estrambótico. El grueso del contenido era una especie de filípica continuada contra todo y nada, un desbarre entre humorístico y nihilista contra los tontos de la tele y los de la política, contra las modas y los lugares comunes, contra el puñetero país que nos tocó en suerte y contra una época que era ya ésta en la que estamos, un epílogo triste e innecesario de la modernidad o de la ilustración, un desguace o unas rebajas de enero globales ante las que, en aquel momento al menos, nos parecía que sólo cabía la carcajada medio asqueada, la astracanada y la incoherencia, la pedantería chorra. Pero luego, alrededor de este núcleo o intención central, estos escritos o atentados varios (firmados por gente como Julián Zurraspa o El editorialista, entre otros seudónimos), también hacía acto de presencia la torreznura, el mundo de los bares de Madrid y su fauna de perdedores nada hermosos, con lo cual había ahí una conexión con todas las historias que paralelamente iba dibujando para Jarabe. Lo que más me divertía hacer era la contraportada, en la que venían siempre una serie de cartas o cromos con los personajes que habían aparecido en el número, los ambientes que les eran propicios y los estados de ánimo que les aquejaban o nos provocaban a nosotros, era como una variación sobre esas cartas de coches con las que se jugaba cuando yo era chaval, con las categorías de cilindros y potencia o velocidad sustituidas por las de autoestima, cosmopolitismo o paz interior bruta, pero a la vez también una baraja de póker con la posibilidad de formar parejas y tríos y repokeres y hasta escaleras de color, juntando por ejemplo las cartas de un trío de torreznos con la del Denver y la de la Ebriedad, o la del Horrorizado con la del Infeliz-feliz y la de la Incordura, el Frenopático, etc, etc. En cada número se dejaba caer algo sobre las instrucciones del juego, aunque creo que nunca llegué a tenerlas muy claras.


¿Qué aportaba el fanzine? ¿Crees que el blog es su heredero en cuanto formato?
Pues lo que dices del blog es interesante, porque durante algún tiempo, muchos años después de que saliera el último número, (que sería hacia el año 1996 o 97, no recuerdo) y ya inmersos en el mundo virtual, hablamos de volver a sacar la revista, esta vez on line, titulándola tal vez El regreso del regreso de los ultramarinos, pero la cosa se quedó en nada. Tengo por ahí mil cosas que hice para números futuros, y además este fanzine era, por definición, un sitio donde cabía todo, una mezcla entre diario nada íntimo y tablón de anuncios, lo maquetaba yo con un viejo mac de pantalla enana y en blanco y negro que tenía mi padre en los noventa, y lo cierto es que el grueso de los contenidos lo improvisaba sobre la marcha, así que por ese lado igual si preludiaba lo que vendría a ser el blog.
¿Has colaborado en numerosas revistas especializadas en el medio Tos, Humo, Cretino y Dos veces breve? ¿Qué ha aportado cada una a tu estilo?
No creo que haya habido gran variación, ya que en ninguna de estas revistas se exigía nada concreto ni había una línea editorial definida, y si me pidieron colaborar era porque querían que hiciese lo que venía y luego he seguido haciendo. Si acaso en el caso de Humo hubo el requisito especial del formato cuadrado, lo que tal vez redundó en una voluntad más clara de jugar con la estructura de la página.


¿Con cuales autores de entre tus contemporáneos mantienes más contacto? ¿Desearías que en España se hubiera gestado un movimiento más uniforme en torno a la historieta?
Alguna vez veo a dibujantes de Madrid, tampoco mucho porque no es que haya demasiadas ocasiones en las que coincidir. Yo llegué a esto del cómic bastante despistado, sin apenas noción de lo que estaba haciendo la gente por ahí, así que no he compartido muchas trayectorias, y además no he trabajado nunca en una revista ni nada de eso. Miguel Brieva creo que iba a mi mismo curso en la facultad de Bellas Artes en Madrid, aunque nunca nos tratamos mucho, nunca compartimos aula y creo que él por entonces estaba en otras cosas, bastante alejadas de la historieta. Luego he tratado bastante a Luis Durán, y en lo posible intento mantener el contacto a distancia con Roger Peláez, una de esas raras, rarísimas personas que le alegran a uno la vida con su trabajo, sus recomendaciones, su simple presencia. No conozco personalmente, en cambio, al autor que creo es el más brillante de toda mi generación, Paco Alcázar.
Y luego, aunque en este caso ya no se puede decir que seamos contemporáneos, está Osvaldo Cibils, un autor, dibujante, historietista de la revista uruguaya Guambia, artista conceptual y lo que haga falta, al que conocí en un viaje a Montevideo organizado por el Injuve y del que aquí, me temo, casi nadie sabe nada. Lo cual me parece, más que una injusticia, una aberración del orden natural de las cosas, pues en mi concreta y limitada experiencia como lector pocos se le aproximan en riqueza e interés, en puro talento desbordado, y sinceramente creo que nadie, ni aquí ni en ninguna parte, lo supera. Más que de afinidad -qué más querría- habría que hablar de simple y rendida admiración.


¿Te sientes un autor a contra corriente en el actual panorama de la historieta española?
Bueno, sí que me harta un poco esa cosa de autor para minorías exigentes, porque yo no trabajo con esa intención, nadie en sus cabales lo haría, ya que trabajar para un público implica de entrada generosidad y apertura, nunca restricción ni voluntad de hacer capillita o logia masónica de iniciados. Otra cosa es que se consiga, que haya con qué conseguirlo, pero esa nunca puede ser la intención. Puede ser la conclusión amarga, si acaso, el fruto de la resignación, resignarse a ser un autor de culto, pero nadie quiere serlo de entrada, igual que nadie quiere ser un autor “menor”, si uno saca algo a la luz espera desde luego la mayor difusión posible. Y otra cosa muy otra, claro, es que uno decida luego adaptarse o rebajarse a lo que resultan ser condiciones adversas. Si uno hace algo que cree que vale la pena y, defraudado por la poca respuesta, decide darle un giro, hacerlo más digerible, cortarle aristas y en suma descafeinarlo o aguarlo en busca de un éxito que se le escapa y cree que merece, entonces yo creo que se está engañando a sí mismo y a todo posible lector, y se está comportando como un tendero o decorador de escaparates, y dudo mucho que consiga nada interesante.
En mi caso en concreto supongo que me fastidia la insistencia en lo de la cultura y la bendita erudición. Porque todo lo que hablábamos antes del bagaje y la referencia cultural no deja de ser algo anecdótico, y si nos paramos a hablar de ello es sólo por la época más o menos de transición en que se encuentra el medio, sobre todo aquí pero un poco también en todas partes; es sólo debido a esos intentos, a mi entender equivocados, de lograr para la historieta la tan añorada mayoría de edad, por lo que surgen temas como este de la referencia supuestamente culta. Porque a fin de cuentas, ¿qué importancia puede tener una alusión, un homenaje? Mis libros están llenos de ellos, pero ni se me pasa por la cabeza que el valor de lo que hago dependa de ello; los meto -y a veces los meto a pares- por divertirme, por bromear con los cuatro amigos que me leen, por reforzar algún ambiente, por lo que sea, pero sin esperar jamás nada especial de su uso. Sería absurdo pensar que un relato funcionara por tan fácil y manido procedimiento como es el de referirse a o apoyarse en otras cosas más o menos prestigiosas, y estaría directamente al borde de la enfermedad mental si encontrara algún placer en abrumar al lector con cuatro lecturas mal asimiladas y tres nociones culturales trasnochadas, por pavonearme ante él de forma tan lamentable. Pero como vivimos ya casi en la plena locura colectiva, como parece asumido que todo el mundo está tan hambriento de cualquier forma de reconocimiento o ensalzamiento que hasta la más patética de las vanidades debe ser tolerada y hasta fomentada, como se da por sentado que todos, del primero al último, tenemos tan baja, tan nula autoestima que sólo aspiramos a ser admirados, pues casi ni me extraña que alguien lo piense, como se deduce de algún comentario que a veces me llega por ahí.


¿Hay más oficio que voluntad artística de transgredir artísticamente en la historieta española? ¿Es difícil o imposible lograr un equilibrio entre ventas y afán creador?
No creo que haya mucha voluntad de transgredir, pero tampoco creo que haya mucho oficio, tal y como he dicho antes. Y no me extraña, porque es muy difícil adquirir ese oficio, esa maestría o capacidad, cuando lo que uno hace apenas es un oficio, quiero decir una profesión, un sustento, un sueldo. Así es difícil tener continuidad y profundidad, si todo se desarrolla en un ambiente de afcionados o semi-diletantes con un público escaso y en general demasiado acomodaticio y tolerante. Para trabajar, para desarrollar una idea y llevarla a cabo hace falta tiempo, y ese tiempo no puede salir sólo de los ratos libres que uno le saca a la oficina, a la ilustración o a la familia, pienso.
Lo de la voluntad de innovar o romper ya es otro tema, y no afecta sólo a un medio como el de la historieta, en verdad bastante tradicional y tendente a la parálisis como cualquier medio de raigambre popular, dirigido en origen exclusivamente a los niños, que como se sabe son el público más conservador que pueda haber. No creo que haya mucha voluntad de transgredir tampoco en el cine actual, ni en la literatura, por no hablar de cosas ya monolíticas como los videojuegos, un invento esencialmente abrasivo y esclerótico que ahora, por el hecho de que da dinero, hay que considerar al parecer como una forma más de expresión creativa. O por no hablar de las enésimas regurgitaciones repetitivas del rock y sus derivados, que quizá sea lo más parecido que hay a la historieta, por el tipo de creadores y el público al que se dirige, y que sufre por ello de las mismas lacras.
El equilibrio entre ventas y creatividad no creo que sea problema, ni que lo haya sido nunca, aunque entran otras consideraciones que no son muy objetivas. Está claro que aquí, en España, por las razones que sean (de nuevo los complejos y de nuevo el colonialismo), vende más el producto foráneo. Pero los guiones de Alan Moore por ejemplo no creo que sean muy sencillos, ni que estén especialmente masticados y precocinados para adaptarlos a un público masivo, y sin embargo son un éxito de ventas casi siempre. Repito que eso de pensar a priori en el público, romperse la cabeza pensando en lo que aceptará y lo que no, hasta qué punto tolerará esta u otra extravagancia o densidad, me parece no sólo contraproducente sino errado por principio. Porque pienso que ni siquiera un autor de best-sellers puede fiarse de esa mecánica calculadora y mezquina, creo que incluso en el caso de esos libros pesadísimos de sectas y cofradías y conspiraciones seudo históricas obra más la casualidad que otra cosa, dejando ya de lado la mercadotecnia aplastante que también explica bastante su éxito. Sucede que existe ese público, simplemente, y que hay autores que, formados en un gusto similar, están dispuestos y deseosos de alimentarlo y disfrutan haciéndolo, pariendo esos bodrios a pares. Lo malo es que luego, encima, como nadie se conforma con lo que tiene, aunque tenga mucho, se empeñan además de ser millonarios en ser reconocidos, lo cual ya resulta un poco cargante.
Ahora de todas formas estamos en un momento de transición bastante equívoco. Pues por un lado parece que la cosa de alguna manera despega -el éxito de Arrugas, por ejemplo, sus cifras de ventas, eran directamente impensables hace diez años- y por otro lado está la crisis, que amenaza con cargárselo todo. Ya veremos qué pasa, el modelo, el ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas para empezar a salir del subdesarrollo está ahí, veremos si alguien decide aplicarse el cuento.


¿Son los concursos la única vía para el autor novel? ¿Qué supuso en este sentido ganar el premio INJUVE en 2002?
Bueno, yo es que nunca gané ese premio, sólo obtuve una vez un tercer premio y en otras dos ediciones creo que sendos accesit, lo digo por no cargarme laureles ajenos. En mi caso los concursos supusieron, aparte de una vía de acceso al medio, una forma de subsistencia porque no había ninguna otra para sacarle algo de partido a lo de hacer tebeos, o al menos yo no la veía. Tampoco es un camino de largo recorrido ni nada de lo que se pueda vivir, pero sí que serviría de algo, suponía al menos hacerse un nombre, un pequeño currículo, dirigido no a las editoriales sino al mencionado certamen del INJUVE, que evidentemente tenía en cuenta esas cosas. La clave de este último estaba, no en que tuviera una repercusión extraordinaria en el medio o fuera de él, sino en que llegado un momento decidió prolongar su actividad de fomento introduciendo unas ayudas a la edición para que los autores premiados pudieran salir a la luz de alguna forma.


¿Supuso tu salto definitivo como profesional?
Supuso la publicación, ni más ni menos, por ese programa de ediciones conjuntas o parcialmente subvencionadas. Es decir, la posibilidad de que el primer álbum del Torrezno saliera al ring a batirse con la tenaz indiferencia de las masas lectoras. Una vez ahí fuera ya tuvo que valerse por sí mismo, y más o menos se ha defendido, hasta ahora. Aunque hablar de profesionalidad, teniendo en cuenta las tiradas y en general el tamaño de la industria y del público en este país, está por desgracia fuera de lugar.


Desde entonces hasta el 2007 hablamos de años de bonanza en cuanto a la edición: Los seis primeros volúmenes de Torrezno, Sociedad limitadísima, El lado amargo, El gabinete del doctor Salgari… Posteriormente hasta este mismo año no vuelves a publicar. ¿Por qué este silencio?
No he dejado de trabajar, pero han entrado otros factores. Por un lado los álbumes del Torrezno me llevan mucho tiempo -los otros también, pero éstos más- y siempre ha habido un desfase entre el trabajo y la publicación, desfase que hasta el último tomo de la primera parte de la serie se disimulaba porque, para cuando salía cada tomo, tenía ya siempre avanzado el siguiente. Pero ese colchón de seguridad se me acabó al llegar a ese punto, y entonces tuve que empezar de cero. La cosa se agravó porque durante un tiempo me empeñé en regresar con dos tomos a la vez, y eso suponía más tiempo de preparación. Finalmente vi que la cosa se iba a retrasar demasiado, y decidí sacar sólo el primero mientras acababa el segundo, aunque siga viéndolos como partes de un díptico. Y luego he estado enfangado con mil cosas, aparte de todo esto, y por eso me ha llevado más tiempo, las primeras cincuenta páginas de Plaza elíptica están acabadas desde hace dos o incluso tres años, pero he tenido que interrumpirme luego muchas veces. Y también he perdido y sigo perdiendo una cantidad de tiempo infinita, absurda, en idear y preparar el escenario en el que sucede el próximo tomo, una especie de edificio circular y regularmente segmentado que me está volviendo loco a base de elipses y estructuras tubulares, porque me falta el mínimo de conocimientos de geometría. Es casi grotesco pero una vez ahí metido ya no podía echarme atrás.


¿Cuáles son los límites del micromundo de Torrezno? ¿Es una amalgama perfecta de elementos culturales?
Esto es largo o difícil de contestar. El micromundo es por un lado el marco de la historia, su escenario físico, un escenario irónico como corresponde al género paródico de la acción y los personajes. En casa tengo un mapa bastante detallado que empecé a dibujar hace ya unos años y en el que todavía voy añadiendo cosas y cambiándolas de sitio, parece ya un palimpsesto a base de tachaduras y añadidos con mil nombres jocosos de países y pueblos. En este aspecto sí que es una amalgama, por más que en la historia apenas ha aparecido ni una mínima parte de los elementos que lo conforman, una amalgama geográfica e histórica y por ende, como dices, cultural. Se funden las latitudes pero también las épocas, las tierras soleadas del sur del sótano, que baña la luz del ventanuco, son una especie de creciente fértil donde conviven lo bíblico con los guiños al peplum y una estética entre medieval y renacentista, mientras que las remotas profundidades norteñas de este mismo sótano frío y húmedo son criadero de tribus esteparias apenas civilizadas, y vienen a representar todo lo asiático o foráneo, todos los elementos exóticos de nuestro acervo occidental.
Hasta aquí lo que sería el micromundo como escenario tangible, marco de la acción. Pero, como se ha dicho, su esencia es irónica o paródica y eso supone un segundo nivel de lectura que espero se vaya haciendo más explícito. En ese sentido, es una proyección más que una amalgama, un compendio de las ideas que acerca de la historia y la geografía, de la realidad en que habita, pueda tener un viejo funcionario o el secreto chamán borrachazo que tras él opera en la sombra, o el dibujante que un buen día les dio vida sin saber muy bien en lo que se metía. Esto que digo se entenderá mejor si consideramos la figura de José Hilario Viñeiredo, el viejo funcionario que es el creador o digamos el demiurgo de este mundo en miniatura, porque el verdadero responsable, el que despierta la chispa de la vida en lo que hasta entonces no dejaba de ser un pasatiempo privado y estéril, es obviamente otro. Pero siendo los designios de este otro inescrutables, creo que es al viejo funcionario al que hay que preguntar para descubrir la clave. ¿Qué es para él el micromundo? Pues es, de entrada, al menos antes de que la cosa se le vaya de las manos, precisamente un refugio. Un refugio y una réplica, como decía antes que era cualquier trabajo artístico, cualquier artefacto narrativo al menos, aunque creo que lo mismo se podría decir de todas las artes. Así pues, en este segundo plano o nivel de lectura, el micromundo sería una especie de metáfora de la ficción, o de la imaginación que reordena años y lugares, o de la memoria que está en la base de la imaginación y la surte de referencias y nombres, formas que se repiten. En suma, de la creación, de la Creación con mayúsculas si se quiere, con toda su posible grandeza o pureza y con sus más que evidentes bajezas, sus plagios inconfesables y su esencial monotonía, su reiteración y su redundancia, su inocente egoísmo.
Ahora bien, el objetivo final de este mundo propio y mínimo y sin peso que todo artista o artesano levanta, su destino final no es, por otra parte, sino regresar al mundo, regresar por la puerta grande y reintegrarse en él, que es lo que se dice tener éxito, tener eco. Que no es eso tan tonto de ser admirado sino simple, sencilla y humildemente eso mismo, regresar al mundo y reintegrarse en él. No recibir parabienes o ser alabado o ser absuelto de la soledad y las miles de horas de trabajo, sino ver que lo que uno ha hecho pasa a formar parte del mundo, una parte siempre nimia o pequeña pero efectiva, real. Ser partícipe. Y esto, que es el objetivo invariable de toda obra o trabajo artístico, esto que por supuesto debería estar velado y darse de rondón, en silencio, que debe suceder y no decirse, o, mejor dicho, esto que estando siempre de entrada como intención sólo se manifestará, si hay suerte y uno atina, como consecuencia y como resultado… esto mismo querría yo que fuese también parte de la historia, por rizar el rizo y dar el do de pecho en esta época posmoderna o terminal donde toda veladura debe rasgarse y todo sobreentendido hacerse explícito, y por eso la conclusión de la historia del micromundo, el momento en que éste colisione finalmente con la realidad o irrumpa en ella llenando las calles de Madrid de tortugas de combate y aturdidos predicadores de la fe en José Hilario nuestro Señor será también su irónica culminación como metáfora (Lo cual, dicho sea de paso y por acabar de rematar el símil, igual es una patética confesión de impotencia y una muestra más de inseguridad: Como no confío mucho en la bendita posteridad y en que mis criaturitas encuentren acomodo en ella, me apresuro a arrojarlas al mundo, o me fabrico un tercer mundo dudoso y mediado donde ganar la partida con trampas, pase lo que pase; un poco como lo de la montaña y el profeta).


¿Y la realidad? ¿Hasta que punto se subvierte?
Pues hasta el punto en que lo permiten las capacidades de uno. La montaña, desde luego, no va al profeta, por seguir con la broma, y por más que él decida ir a ella tampoco la cambiará de sitio, pero bueno, al menos puede que allí encuentre acólitos y que entre todos le cambien el nombre al monte, o al mundo, o a Dios, o lo escriban en otro alfabeto nuevo y floreado, y eso es también el mundo, la forma en que gira y lo habitamos, la única en que lo modificamos. Ya hablando en serio, y volviendo una vez más a la metáfora de antes de la réplica y el refugio: en la misma medida uno se aleja del mundo para recrearlo, el mundo va detrás de uno exigiéndole comentario, glosa, interpretación, y por eso cualquier invento literario o artístico, hasta el mayor engendro solipsista y autoreferencial que uno se empeñe en levantarle delante como barrera o retruécano acabará por ser reflejo de él. Hasta la fantasía más exacerbada llevará en sí un realismo social, una psicología en boga, las cuatro sandeces seudo filosóficas que están en el aire de su época.
El micromundo, como acabo de decir, es una idea del mundo, como la que todos llevamos en la cabeza, una construcción psicológica, y tal vez no sea ocioso recordar que nuestra época es seguramente la primera en que el mundo se ve como algo cerrado y acabado: por un lado ya no quedan zonas en blanco en los mapas -tampoco en el mío, de nuevo el horror vacui- y por otro nunca como hasta ahora había tenido cada hijo de vecino una idea, una visión de él y de las distintas épocas que precedieron a la nuestra, por más que esta idea o visión no sea al cabo sino un batiburrillo de lecturas o más frecuentemente de películas infames, un magma confuso de corazas de bronce y falditas plisadas del peplum, de gorros de húsar y catedrales con jorobado incluido, de espadas de samurai y cruces gamadas. Así que la metáfora, o el chiste si se quiere, es de ida y vuelta. Por un lado expresa el fenómeno de la creación, con sus miserias y sus impotencias y también tal vez con su alegría, pero al mismo tiempo expresa la realidad misma, puesto que ésta, en el fondo, no es menos caótica y caprichosa, tampoco ella es otra cosa que una amalgama en que cunden la repetición y la redundancia más desesperantes, y aquí se podría citar la famosa frase de Marx sobre la Historia, que tras manifestarse como tragedia suele repetirse como parodia. La realidad también es repetitiva, nimia y pedestre, también ella es obra de aficionados -por suerte-, mejor ni imaginar lo que hubiera sido en manos de un “profesional” judeocristiano de barba blanca y nombre impronunciable: Habría terminado hace milenios con una traca o juicio final tremebundo y sanguinario. Me viene a la cabeza otra cita, y la suelto ya que estamos con las frases más o menos célebres. Es de Joseph Brodsky, de un discurso suyo a estudiantes de no sé qué universidad, y venía a decir algo así: “En el mundo ya hay redundancia de sobra, no dejéis que se adueñe también del arte.” Lo cual viene también bastante a propósito de todo lo que venimos hablando del medio y sus posibilidades, el oficio y la innovación. Si te vas a dedicar a escribir o a tocar la guitarra o al macramé de vanguardia, o en fin a dibujar historietas, intenta por favor no dar demasiado el coñazo.


¿Torrezno, persigue ser un héroe o se conforma con serlo por accidente?
Torrezno es un botarate, no pilla de la misa la media. Es una tabula rasa, siempre perfectamente disponible, con sus remilgos y sus quejas pero disponible, siempre dispuesto a apuntarse a un bombardeo.
¿Por qué su contrapunto coloquial en el habla?
Supongo que es una forma de aligerar el relato, o un subterfugio por el cual intento que el lector, y yo mismo, tengamos siempre presente el carácter paródico tantas veces señalado, está allí para sujetarnos siempre que amenazamos con despegar del suelo y pensar que las disputas territoriales o teológicas de una tropa de liliputienses cerriles puedan tener una trascendencia cósmica. Otro reflejo autoprotector, seguramente.
¿Homenaje a la épica y al relato de aventuras de corte fantástico semejante al Manuscrito hallado en Zaragoza?
No recuerdo mucho de ese libro, creo que me leí sólo un extracto, la parte más fantástica, porque no era muy extenso y luego he visto por ahí ediciones bastante voluminosas. Pero ahí había bastante de terror, bastante truculencia mezclado con guiños medio rijosos. La historia del Torrezno es bastante más aventurera que fantástica, pienso yo, o lo fantástico es sólo una premisa primera, un marco dado -la existencia de un micromundo donde todo sucede de nuevo- para una serie de correrías e intrigas que en sí son bastante clásicas. Vamos, que hay escasa presencia de lo sobrenatural, quitando ese big bang originario que fue el nacimiento a la vida de las dos figurillas talladas por el viejo funcionario. Más que lo sobrenatural querría que estuviese detrás, siempre actuando y dirigiendo el relato, el misterio, que igual viene a ser lo mismo.
En Plaza Elíptica, por el contrario, se ahonda en la reflexión teológica. ¿Ha llegado el momento de una etapa más intimista?
No creo, al menos no está así planteado. Lo que pasa es que con este libro se abría un nuevo arco argumental -exactamente igual que el anterior, aviso- y me parecía que era obligada una cierta recapitulación. Y el mejor modo de empezar a recapitular creí que era dar una nueva visión de la cosmogonía de estos liliputienses, jugar con el cambio de punto de vista. En Horizontes lejanos vimos el inicio del mundo en vivo y en directo, por así decirlo, en carne viva y sin mediación ninguna. Ahora, en este segundo paso, vemos ya en lo que se ha convertido eso con el paso del tiempo, el poso legendario o mítico que los descendientes le han añadido. Pero la coña gnóstica estaba ahí desde el principio, ahora he querido hacerla más explícita.


¿Fue, en su momento, Sociedad limitadísima, una válvula de escape para alejarte del universo de Torrezno? ¿Qué diferencian al resto de tus obras?
Las historias que forman el libro en realidad son bastante antiguas, serán del tiempo en que dibujaba el primer tomo del Torrezno, y ahí todavía no necesitaba ninguna válvula de escape. Por eso tienen casi todas ese formato de cuatro páginas, que solía ser el máximo que aceptaban en los concursos, porque para mandarlas a concursos las hice en primer lugar. Luego sí, posteriormente, ya en el mismo año de su publicación o poco antes, hice las páginas intermedias y el episodio final más largo. No creo que se alejen demasiado del resto de mi temática ni de mis intenciones, salvo que aquí quizá la voluntad humorística es más expresa, o que es un humor más desatado y libre, con la mínima reflexión.
Volviendo al tema anterior de la eterna recurrencia de los mismos personajes, y al lugar que ocupan en ese todo que quisiera coherente, Germán y Leandro habitarían un universo de algún modo paralelo al del bar Denver, pero no esencialmente distinto ni disociado de él, la prueba es que siempre que puedo se los agrego sin pensármelo dos veces, como ya ha sucedido en la saga del Torrezno y en El Gabinete del doctor Salgari, aunque sea lateralmente y de carambola. Y su caso igual es el que mejor explica por qué tiro siempre del mismo repertorio cuando se trata de introducir a alguien más en escena: es que cuando necesito a algún mamarracho que aparezca para descabalarlo todo ellos surgen de forma inmediata e irresistible. Leandro en concreto es como una presencia mediúmnica, está siempre ahí detrás, esperando el momento en que sea precisa una macarrada o una subnormalidad supina para darle un giro estrambótico a la acción: es un elemento puramente destructivo, es la felicidad del caos que aspira continuamente a romper la baraja del relato. Es el personaje con el que más disfruto, en cuanto aparece me olvido de todo y me dejo llevar, me río yo mismo a carcajadas apenas aboceto su jeto de roedor y sus botitas de rockerillo trasnochado y apunto las cuatro palabras que serán el esqueleto de lo que diga.


¿Parodia de lo policial?
Si acaso de forma irónica, ya a que ellos dos son, por encima de todo, dos delincuentes en potencia, y si apenas lo son en acto es por su inutilidad intrínseca, su metódico meter la pata hasta la ingle por donde quiera que pasan. No están ni dentro ni fuera de la Ley, si acaso escarbando debajo de ella a ver si encuentran un tesoro o medio bocadillo enterrado, en el caso de Leandro.
Las referencias a la hora de dibujar a estos dos farsantes, el fondo que está ahí detrás me imagino que será claramente el mundo de los tebeos de Bruguera, en concreto el de todo tipo de agentes secretos y demás adalides chapuceros, y más en concreto aún el de Mortadelo y Filemón. Que por cierto, me pareció advertir en una de las películas un calco bastante bestia del final de una de las historias de Germán y Leandro, o de varios finales mezclados: había un plano de los dos yéndose remando en una barca después de que un satélite abriera con su rayo calórico un mar artificial en plena meseta que era ya un poco sospechoso por la coincidencia, pero bueno.
¿Podemos afirmar que en El lado amargo enfatizas la vertiente surreal de tu obra?

Yo lo veo como lo más realista. Es la única historia de todas las que he hecho que podemos inscribir por completo en la realidad, creo, con la salvedad de alguna exageración fantástica. Pero no hay nada de propiamente fantástico en ese periplo urbano por las ruinas del estado de bienestar, a ratos es casi costumbrista. Lo aparentemente fantástico casi siempre es sólo hiperbólico, exageraciones salidas de madre para aumentar el contraste o acentuar el dibujo de una situación, una tesis, una opinión. Y los saltos de tiempo y de lugar sirven sólo a la intención del discurso.
O quizá si es un poco surrealista en el sentido original del término, que era si no recuerdo mal algo así como la verdadera realidad que está detrás de la realidad, detrás de la Historia y de la psicología y la estética oficial, detrás de la convención y la fachada que lo son todo pues han llegado a sustituir al mundo, a esa realidad más profunda que sería la surrealidad. No lo sé, surrealismo es un término tan devaluado, es una palabra que hoy se usa siempre con la coletilla previa y enfática de “totalmente” o “completamente”, y que ha acabado por ser algo así como el sinónimo de estrambótico o absurdo, raro o fuera de lugar, simplemente eso. Un buen ejemplo de lo que ha sido del discurso de las vanguardias, por tanto, una muestra de su triste destino: convertirse en cliché, en un adorno cursi para la conversación, un simple atrezzo verbal inofensivo con el que decorar la misma monótona, miope y adocenada visión burguesa de las cosas, hoy más inamovible o acentuada que nunca.


¿Estamos ante el tan necesario manifiesto vanguardista que le hace falta a la historieta? ¿Es quizás la obra en la que más te vuelcas en la estética pictórica en pos de liberar la conciencia del lector?
Tendría que echarle un vistazo porque me intriga un poco eso de lo pictórico, no me sabía capaz de esos alardes. Sí que salían unas cuantas páginas dobles que eran más ilustración que historieta, y en algunas de las historias los fondos se desmadran bastante, pero tampoco va mucho más allá la cosa. Igual da más sensación de variedad por el origen un poco heterogéneo del material, que provenía en parte de los concursos, una vez más (todas las historias de 4 páginas), en parte de los tiempos de Jarabe y en parte del fanzine de los Ultramarinos. Luego hubo bastante elaboración (la historia de El fugitivo estaba en origen protagonizada por Néstor, hubo que intercambiar calvas; las ilustraciones las volví a dibujar en parte o por completo, los collages adquirieron un sentido más concreto, etc.) y en general creo que quedó todo bastante cerrado y orgánico, pues las muchas páginas intermedias de nuevo cuño hacen de las historias previas y sueltas una suerte de “momentos” o digamos parábolas que se inscriben dentro de la caracterización más amplia del personaje, sucesivos extractos de un “evangelio” que sólo en el libro encuentra forma acabada y definitiva.
Tampoco, por eso mismo, me lo planteé como un manifiesto sino que salió así. Y no puedo decir que me diera una sensación desconocida de libertad creadora, pero sí que disfruté con ese clima de cambio y variación casi trepidante dentro de la monotonía depresiva del personaje y sus berrinches. Pero disfruté casi más, ya digo, al ver hasta qué punto todo se ajustaba y relacionaba para conseguir esa visión tan concreta y a la vez tan abierta de él. En ese sentido igual sí tiene algo de manifiesto: en que proclama el derecho o incluso el deber de ir siempre un paso más adelante, de dar siempre una nueva vuelta de tuerca al relato y a sus ramificaciones, desechando cualquier idea preconcebida de lo que se puede y no se puede hacer.


¿Qué motivó el retorno de los ultramarinos y sus “panfletos anarquizantes”?
Pues una razón bien sencilla. Es que el fanzine El regreso de los ultramarinos era, en verdad, el panfletillo que escribían y sacaban a la luz entre Julio César, Julián y De Cult, el can intelectual, más algún otro al que no sé si se menciona de pasada en la historia como Lou Miére, especialista en cine. Quiero decir que eran ellos, en verdad, los responsables de casi todos los artículos del fanzine, pues esos eran los seudónimos con que firmaba yo las cosas que metía allí (el de Lou no, que ese era de Sergio). Algunos de estos personajes, como Zurraspa, puede que ya hubieran aparecido en alguna historieta mía, o al menos creo que los había dibujado ya, tenían una presencia, pero en concreto Julio César Cienfuegos nació allí como simple voz, como el energúmeno que escribía los editoriales de este opúsculo sin difusión ninguna que pese a ello se permitía desafiar a la familia y al municipio y el sindicato vertical de la Iglesia Romana, incluso a sus pobres y sufridos colaboradores, a los cuales introducía a desgana y entre sarcasmos, como dando a entender al -inexistente- lector que una vez leído su articulillo podían ahorrarse el resto de las 16 páginas fotocopiadas. Es el único caso en que un personaje me ha surgido primero como voz, o como firma (y firmaba como “El editorialista de esta publicación”, tras un último exabrupto dirigido a nadie, al mundo en general) y sólo después ha tomado figura, mal genio y figura, en historias dibujadas bastante después. Pero es exactamente el mismo personaje, fatuo y soberbio y en el fondo lastimoso, no se sabe a qué se dedica pero su gran orgullo son esos editoriales que perpetra sin freno, y de hecho muchas de las cosas que suelta y declama en El lado amargo están cogidas directa y casi literalmente de los editoriales de cada número, que era lo que más me divertía escribir, la parte con la que más disfrutaba aparte de los mencionados cromos o cartas de la contra. Así pues, El regreso de los ultramarinos es el origen absoluto de El lado amargo, no retorna porque nunca se fue. Y no es un añadido casual, es la parte más propia y verídica del personaje, es puro realismo.


¿Son los distintos cuentos que conforman El gabinete del doctor Salgari pequeños y diversos viajes interiores? ¿Es quizás tu obra más experimental en cuanto técnica de historieta? Pongo por ejemplo, Le llamaban Trinidad.
Aquí me remito a una pregunta anterior que en parte quedó sin contestar, lo que decías de la mezcolanza de estilos y géneros y la subversión de fórmulas como forma de rebeldía ecléctica. Sin un propósito muy definido, el libro, a partir de las historias iniciales más cortas, se fue haciendo una identidad, y ésta resultó ser algo así como un catálogo de los géneros pasada por la termomix del humor y, más adelante, de la neurosis y el psicoanálisis silvestre como aglutinante ideológico. En el epílogo, creo recordar, hay una referencia humorística a la “violencia de géneros”, y de eso se trataba, de reunir épocas y modos, desde la narración bíblica a la introspectiva, desde lo heroico a su disección o vivisección teórica, desde la cita pedantesca e inverosímil -siempre improvisada, cuando no inventada- a lo chocarrero y costumbrista. Esto, que fue surgiendo por sí solo (quizá tenía en mente el cómic de Daniel Torres, El Octavo Día, y pretendía darle una vuelta de tuerca o acabar de desquiciar el concepto) se fue luego anudando de forma más o menos natural a medida que las historias se hacían más largas, y para cuando llegué a las últimas me encontré con que tendían a repetirse situaciones y lugares -de nuevo la monotonía inevitable-, y entonces ya deliberadamente me puse a insertar a los personajes de unas en las otras, como mínimos reflejos especulares, y finalmente, en la última historia, casi calqué directamente el inicio de la primera, para juntar en un mismo movimiento al profeta tiralevitas que huye de los vengadores de la sangre con el Ajax Pino que persigue a Ulises.
Luego lo redondeé todo de forma humorística con la ayuda de dos textos, insertándolo por un lado, con el prólogo, en el universo de Julián y Julio César y todo el resto de personajes que aparecen en la primera ilustración del libro, los asistentes a la sesión de espiritismo en la cual cada invitado supuró de su mente cual ectoplasma literario cada una de las historias, y por otro, mediante el largo epílogo, añadiéndole mil cosas que eran obviamente forzadas y ajenas, calzadas sobre la marcha, no un resumen ni una explicación sino una especie de rechifla sobre la búsqueda crítica del subtexto y la obsesión del “mensaje”, perpetrado por un oscuro analista empeñado en interpretar lo ininterpretable y en desentrañar oscuridades que no eran tales. Por último, junto a esta larga perorata, dibujé una especie de epílogo visual a cada episodio, que aparece a la vuelta del final de cada uno de ellos y que sería tanto su resumen libre como el anuncio de su posible continuación, que en efecto tengo por ahí escrita a la espera de que algún lustro de estos pueda ponerme con ello. Esta continuación la tenía pensada como la última vuelta de tuerca de la mezcla de géneros, una vuelta de tuerca que supondría para empezar la disolución de la idea misma de género y hasta de las mínimas premisas narrativas de argumento, desarrollo o incluso personaje, pues la idea era que el relato, conducido por el demonio de la negación que sería su Virgilio particular en el purgatorio de toda posible prolongación argumental, fuera la continuación no ya de una sino de todas las historias a la vez, entrelazadas y retorcidas. Y descabezadas, sobre todo, pues el reto estaría en rematar cada una de ellas con el personaje de otra, en practicar sistemáticamente un injerto en apariencia imposible pero en el fondo viable por la mencionada monotonía, por el cual las culpas y cuentas pendientes de cada protagonista recaerían sobre el protagonista de otra de las historias, con el previsible cacao resultante. Cacao acentuado, además, por el hecho de que esta vez también harían acto de presencia en cada historia, sufriéndola, sus responsables originales, es decir los seis o siete participantes en la velada espiritista (y de ahí que en una de esas ilustraciones preparatorias o anunciadoras mencionadas, si se fija uno, aparezcan Leandro y Germán, una vez más incoherentes e inesperados, irresistibles, conduciendo una diligencia tirada por huskys siberianos en el Valle de la muerte del inviernazo postnuclear).
Gráficamente, por otra parte, este es el mejor ejemplo de lo que te decía antes sobre la experimentación y las propias capacidades. Como dices, Le llamaban Trinidad posiblemente sea lo más experimental que he hecho en cuanto técnica de la historieta, pero si te fijas se trata de una experimentación bastante limitada a lo que es la estructura de la página, intentando amoldar lo que en cada una se contaba a la disposición de las viñetas: cuando lo que se narra es el andar desnortado de dos personajes perdidos en el desierto que acaban siguiendo sus propios pasos aparece una disposición circular en aspa, como un molinillo; cuando se alude más o menos veladamente a una mujer que sería el objetivo secreto de la búsqueda, ésta se deja entrever esquemáticamente en la misma armazón de la página, con su ombligo haciendo las veces de sol en una viñeta central y un arroyo manando de sus partes pudendas, etc. Esto para explicar, de nuevo, que me cuesta bastante dejarme llevar, y cuando uso trucos de estos por lo general el resto de los aspectos de la historia conservan bastante rigidez narrativa y gráfica, seguramente demasiada, no sé.
Y el mejor ejemplo de lo que te decía antes de querer cambiar y no poder está en la que a mi entender es la mejor de las historias del libro, Yo paseé con una zombie. En esta historia me planteé seriamente utilizar un estilo más suelto, de hecho en los estados iniciales del proyecto creo que barajé la posibilidad de que todos los personajes, a excepción del protagonista y narrador, estuvieran dibujados de forma tal que, más que demacrados o sufrientes o hambrientos, parecieran medio muertos o incluso putrefactos, recién exhumados de la fosa, y eliminar así cualquier prurito de verosimilitud respecto al personaje de la muerta viviente, agudizar de alguna manera la paradoja de su muerte en vida o vida en la muerte insertándola en una ciudad y un país y una época de muertos vivientes. Pero llegado a la hora de empezar a dibujar, lo acabé dejando de lado como siempre, y me salieron las caras y gestos de costumbre. En este caso, en concreto, por otra razón que también suele ser habitual y a la que ya me he referido: la sobreabundancia de texto. El guión, a base de acumular chistes y sordideces varias, se me fue de madre bastante, pero por otro lado no quería cortarlo, pues estaba creciendo por sí mismo y me pareció que ofrecía una visión humorística y delirante de la posguerra española, algo no tan habitual de ver por ahí, por lo menos en el medio de la historieta. Para darle a todo ese texto el espacio en que respirar, para ofrecerlo aireado y, sobre todo, como iba diciendo, para poder permitirme esos alardes gráficos que tenía en mente, tendría que haberle dedicado páginas y más páginas, y eso estaba fuera de las posibilidades tanto de la revista en que se publicó como del tiempo que podía dedicarle, de modo que hubo que llegar a una solución de compromiso. Lo cual podrá parecer una traición a algún fundamentalista del tebeo, imagino, algo poco serio, esto de obligar al dibujo al atosigamiento, condenarlo a sobrevivir casi en los márgenes de la narración, pero a mí no me parece tan grave, ni veo por qué haya que plantearse si eso es un tebeo o una narración ilustrada. A mí personalmente todo eso me da igual, estas cuestiones medio teóricas y apriorísticas sobre lo que es historieta y lo que no las veo tan estériles como el ponerse a considerar si una película donde sólo haya diálogo es cine o teatro, o si una novela reflexiva e introspectiva merece ese nombre o debe conformarse con el de diario íntimo. Lo que no me da igual es el resultado, y ya digo que me parece la mejor historia del libro.


¿Es tu afán la búsqueda de un lector participativo comprometido con la obra?
Es mi afán y el de todos, aunque parece que algunos entienden eso de manera un poco enfermiza, más por el lado de una participación sentimental o generacional que por el de la colaboración inteligente. Es decir más por un lado infantil de identificación, que yo no busco en absoluto y que me parece casi ajeno a la historieta. Y no me refiero a que uno no se meta en la historia, eso es básico y es quizá el centro o esencia de la narración, o por lo menos de la ficción, sino a una cosa un poco pueril de, cómo decirlo, buscar compañía generacional o psicológica, algo por otra parte cada vez más fácil pues todo dios es cada vez más parecido, la monotonía de temperamentos o vivencias es ya abrumadora, como no podía ser menos teniendo en cuenta el mundo en que vivimos (y por tanto también es cada vez más monótona la producción artística que abunda en esas vivencias, por eso no es extraño que tengan éxito las infancias iraníes y los periplos coreanos o afganos como base del relato, eso al menos se sale un poco de lo absolutamente trillado).
Yo no busco esa identificación, para empezar porque el tipo de relato casi lo excluye. ¿Quién se va a identificar, a estas alturas, con el Capitán Torrezno? Sí me gustaría, en cambio, provocar cierta comprensión cuando Julián o Julio César se ponen a perorar sobre el futuro distópico al que vamos abocados, o cierta solidaridad de pensamiento, cierta comunión en la indignación, siempre de forma irónica pues en toda enmienda a la totalidad como la que ellos hacen hay un elemento neurótico-depresivo que conviene no perder de vista, un grado de energumenismo por el que no hay que dejarse arrastrar.
De todas formas siempre es equívoco hablar de las intenciones de un autor y de lo que espera conseguir con su trabajo. Hay que considerar la burbuja en la que vive cualquier creador, a mínimo que halle un poco de eco –o incluso sin encontrar ningún eco, aunque para eso ya hay que ser un auténtico titán de la fatuidad y el autoengaño–, la serie de malentendidos interesados entre los que se mueve. Hace un tiempo leí una entrevista a Lou Reed en la que el periodista, maliciosamente, le soltaba de pronto si se veía como candidato al Nobel. Y el bueno del señor Reed, ni corto ni perezoso, se puso a explicar que si se trataba de premiar a un cantautor rock americano y judío desde luego Dylan estaba mejor situado, que gozaría sin duda de la predilección de la Academia, llegado el hipotético caso, etc… pero que, por otra parte, si lo que se le preguntaba era si se creía merecedor, él, –atención– personalmente consideraba que sí tenía Obra suficiente para optar al galardón. Así que el señor Reed, autor de algunas muy estimables canciones que han pasado al acervo popular y con las que personalmente he disfrutado, pero a fin de cuentas un letrista a veces medio brillante y otras gracioso pero en general más que olvidable, se ve tranquilamente optando al parnaso de los elegidos de las musas, a un premio que, se supone al menos, serviría para distinguir a aquellos que han abierto nuevos horizontes a la palabra y a la literatura. Esto para explicar de algún modo el tipo de empanada mental en el que uno acaba por moverse si no anda con cuidado, y aunque el ejemplo sea extremo es bastante extrapolable, cambiando la escala, a casi todo el mundo. Y todo ello no sucede por casualidad, como no son casuales los odios cainitas entre literatos o entre pintores, los desprecios y la adulación interesada, las camarillas y los eremitismos, el terror paranoico al plagio y el uso paralelo y constante que se hace de él… No es que el autor o el creador sean individuos particularmente odiosos, ni mucho menos, es algo que va dentro del proceso, un problema de inversión y reparto de dividendos espirituales, todo ello bastante pequeño y mezquino pero finalmente humano y comprensible, mientras deje algún campo libre a lo que de verdad importa.


¿Cómo definirías tu estilo? ¿El humor irreverente y la sátira son los ejes de tu obra?
El humor me parece indispensable, y no sólo a la hora de escribir. Se puede vivir sin nada pero no sin humor, y por eso dentro de poco ya directamente no se podrá vivir, ese es el futuro al que los cuatro palurdos con el cerebro lleno de serrín o de terror que nos dirigen nos tienen abocados, un paraíso de tenderos que hacen cuentas sobre la repisa de la mercería, el cine o la literatura. El humor es el distintivo y la prueba de lo adulto, además, la única resistencia posible contra el infantilismo cerril que se nos quiere imponer por todos los medios, la maldita ilusión de que el mundo gira exclusivamente alrededor de cada uno y que todo se nos debe por derecho de nacimiento. Y el humor, por eso mismo, la sátira, son una forma de rebeldía, o de contestación, de resistencia, la forma en cualquier caso que le compete al creador, ya que para otras formas más directas o eficaces está se supone el periodismo, aunque esto ya casi dé risa decirlo.
Aparte de eso, ya he dicho que la historieta me parece uno de los medios más propicios para el humorismo, si no su vehículo por excelencia, y ello por las razones antes expuestas. Por su libertad o disponibilidad, para empezar, y por su carácter de objeto no mediado, en el que difícilmente pueden meter la zarpa censores y sondeadotes de opinión y de tendencias y demás soplagaitas en nómina. Basta ver lo que ocurrió aquí durante los primeros ochenta, sin ir más lejos. ¿Qué hay, en esa época, en el cine, supuesto mascarón de proa de toda esa creatividad hasta entonces coartada, de toda la subversión que llamaba a la puerta, de la alegría o el frenesí de vivir que esperaban a derramarse como del cuerno de la abundancia, que se pueda comparar con historietas como Fuga de la modelo? Y ya no es sólo el humor, es una cuestión de mera atención, de ser capaz de abrir los ojos y ver lo que pasa, porque si pensamos en esas otras películas de corte marginal de la misma época, esos bodrios que mezclaban no se sabe qué épica de las drogas y el pandillerismo con la sociología y el existencialismo de mesa camilla, la cosa ya es sangrante. ¿Cuál de esos engendros le llega a la suela de los zapatos a las aventuras de El niñato, no digamos ya en humor, sino en inventiva, en captar el sabor de la calle, en puro y delirante realismo?


¿Cuál es tu método habitual de trabajo? ¿Sigues alguna pauta regular? ¿Cómo nace tu idea? ¿Es primero un esbozo literario o un boceto en imágenes?
En el caso del Torrezno es difícil decirlo, ya que tengo el guión más o menos ya listo o siquiera abocetado a grandes rasgos en todo su desarrollo, desde hace tiempo, y por eso no se puede decir que empiece nunca un nuevo tomo, simplemente sigo, paso a nuevos apuntes que se refieren a ese momento de la historia y los pulo hasta darles forma, traigo cosas que estaban más adelante para compensar alguna línea narrativa que pueda hacerse pesada, y en general trato de mantenerlas todas paralelas, hacerlas avanzar conjuntamente. Aparte de eso, lo que tengo es un guión abocetado, muy extenso ya pero sólo eso, un bastidor sobre el que trabajar, y continuamente estoy añadiendo nuevas cosas, detalles y paralelismos, remates, chistes. Tantas añado que, de un tiempo a esta parte, ya he renunciado a dibujarlas todas, y las más explicativas o pedagógicas, digamos, todas las que se refieren a la historia del micromundo y a su geografía, sus religiones y costumbres y sus razas animales autóctonas, tengo pensado sacarlas como una especie de complemento teórico a la serie, una suerte de enciclopedia sesuda y descojonada en varios tomos que irán apareciendo conforme avance la cosa y que se agruparán por temas como es norma: Una Geografía, con los muchos mapas y paisajes que voy haciendo para orientarme, incluyendo el mapamundi total; una Historia con su método y sus listas de Claros Varones; una Estética y una Antropología del micro-hombre, naturalmente también una Summa Teológica, etc. Aquí es donde tendrán cabida detalles como el de la aparente distorsión temporal, o el problema del Decrecimiento, el por qué son tan pequeños los liliputienses comparados con sus Padres originales. Y otras cosas mucho más detallistas auténticamente desmadradas como la organización socio-política de los Técnicos, esa especie de etnia alquimista y fanática del Número que puebla las tuberías e intersticios del muro y algunos otros estratos del micromundo aún por descubrir, y que forma otra bisagra argumental con la realidad. En el siguiente tomo los susodichos cobran ya bastante protagonismo, después de aparecer hasta ahora siempre en píldoras, y por ese mismo afán absurdo de coherencia que me ha llevado a perder meses diseñando ascensores y esclusas marinas he acabado haciendo una especie de historia política y social de la Tecnocracia de unas 200 páginas, que al igual que los mil bocetos ingenieriles no puede tener cabida en la historia, aunque desde luego forme parte de ella, pero sí en esa enciclopedia paralela.
Así que, según eso, y llegados a este punto del desarrollo de la serie, la idea surgiría casi siempre de la escritura, por la sobreabundancia que tengo de apuntes. Pero en un nivel más profundo y espontáneo, creo que en todo lo que hago el primer desencadenante es siempre una imagen. Aunque esa imagen sea sólo un escenario, una torre de Babel, una ciudad con forma de cabeza a la que se entra por la boca, un iglú de piedra que flota sobre las aguas, unas tortugas con castillo de proa. Mi imaginación es primero y ante todo visual, aunque luego me guste enredar las cosas y dar libre curso a la cháchara. O es visual como germen, y literaria como resultado, porque igual la clave de todo lo que hago es que, dibuje lo que dibuje, eso acaba convirtiéndose en escenario, en habitación digamos, para una historia, y esto se ve muy claramente en el Torrezno. Un cubo de fregona es invitación para crear un modo de vida, una bombilla que cuelga del techo exige su leyenda y su Ícaro, etc. Es una cosa un poco obsesiva por habitar y vivificar, por poblar los agujeros de un queso gruyere que es el mundo y por dar vida incluso a las piedras, como en el caso de Le llamaban Trinidad. Pero ya digo que donde se ve más claramente todo esto es en las historias del Torrezno, tanto es así que lo que acabo de decir podría ser una definición de la saga, su apretada sinopsis.
Una vez hecho esto, una vez pulido el guión, que es sin duda la fase más agradecida porque todo está en mente y no compromete a nada (sólo superada, quizá, por esa primerísima explosión visual mencionada, ese boceto rápido en un margen o a la vuelta de una hoja donde aparece el ladrillo o la maceta que serán ciudades y que rápidamente exigen páginas y más páginas de desarrollo) llega la verdadera hora del Método. En la historieta hay mucho método, por desgracia, sobre todo si uno pretende hacer un tipo determinado de historieta donde cuando aparece un velero tiene que parecer un velero, un casco un casco, una muralla una muralla. Y este es concretamente ese tipo de historieta, sobre todo porque aquí las murallas y los cascos y los barcos lo son y además no lo son. O para expresarlo más gráficamente: Si la gracia del asunto es que en un cubo de fregona ha crecido de forma natural una ciudad, adaptándose a su estructura y a los detalles de su forma, entonces por un lado deberá parecer una ciudad, sí, pero también, con más motivo aún, deberá verse que es una fregona, porque si no qué sentido tendría. Así que en mi caso la fantasía me lleva inevitablemente al realismo. Con el dibujo aún disfruto bastante, en algunas fases, el entintado me aburre casi siempre y la última fase puramente mecánica del escaneado, la limpieza de las páginas y el ajuste de grises y en general el retoque con el ordenador, del que abuso por una manía perfeccionista absolutamente triste y desencaminada, a la postre inútil, ésta ya me desespera y me agota.


¿En qué medios publicas actualmente? ¿Se puede vivir en este país de la historieta?
Definitivamente no, si uno no publica en las dos o tres (¿pero habrá tres?) revistas o periódicos que sabemos, es decir si no está dotado para el humor gráfico y la corta distancia, en eso apenas ha habido cambio desde el colapso de los años noventa. Ahora, sin embargo, han aparecido tímidos brotes que demuestran que las cosas podrían ser de otro modo, y de nuevo me refiero al caso de Paco Roca. Pero es demasiado pronto para decir nada, ya se verá. En mi caso no me hago ninguna ilusión, a estas alturas.
Y a estas alturas concretas tampoco trabajo para ningún medio, aunque siempre que me llaman de El País me pongo con ello. El mundo de la ilustración parece bastante parado y yo apenas soy un intruso en él, apenas he asomado la cabeza.


Tus proyectos de futuro…
Tengo mil proyectos para la historieta, pero todos ellos están aparcados. Mejor dicho, todos son ya bastante antiguos, y tal vez esa continuación de El Gabinete… que te decía y con la que me puse al poco de sacar el álbum sea lo más reciente, la última cosa en la que me he metido como proyecto más o menos serio. Desde entonces, en estos últimos 3 o 4 años, ya no fantaseo más porque he llegado a un punto en que la saga del Torrezno empieza a superarme, y he visto que si quiero que avance ya no puedo dispersarme, en eso he tenido que ser tajante. No quiero decir que deje de hacer cualquier otra cosa, pero sí restringir, por el momento y hasta que ocurra algún milagro, todo lo que hago en historieta al Torrezno, exclusivamente a él y a sus aventuras. Es que el peso de lo que me falta por contar, las ramificaciones casi infinitas de la historia, ya me abruman. Y me deprime pensar que no voy a poder contarlo todo, hay escenas y secuencias enteras que me amarga pensar que no saldrán a la luz por pura imposibilidad física. Ya tengo pensados varios trucos para quitarme cosas de encima, como la ya mencionada enciclopedia, donde entrarán todas las cosas más discursivas y teóricas, junto con alguna historia paralela que venga a cuento y pueda desgajarse sin violencia del cuerpo central, y tengo siempre la intención, hasta ahora nunca consumada, de abreviar algunas cosas o darlas de modo más directo y sintético, pero aun así lo que me queda todavía por dibujar es muchísimo, prefiero no decir cuánto porque sonaría a chiste.

2 comentarios:

  1. Gloriosa entrevista! Santiago Valenzuela es un autor a reivindicar, mejor aún, un autor de lectura obligatoria. Sus cómics siempre me han parecido para un público muy amplio por los referentes que maneja. Las aventuras del Capitán Torrezno son una auténtica saga llena de épica, emoción y gente de bar.

    Repito, a leerlo ya!

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  2. Totalmente de acuerdo, de lo más personal e interesante del comic español, casi un milagro y absolutamente exportable al mercado francés o belga con una adecuada traducción.

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