miércoles, 3 de abril de 2019

CEMENTERIO DE ANIMALES: A VECES, ES MEJOR DEJAR LAS COSAS DONDE ESTÁN

Cementerio de animales. Directores: Kevin Kölsch y Dennis Widmyer. Protagonistas: Jason Clarke, Amy Seimetz, Jeté Laurence, Hugo y Lucas Lavoie y John Lithgow, entre otros. Guión: Jeff Buhler y Matt Greenberg, basado en la novela homónima de Stephen King. Paramount Pictures / di Bonaventura Pictures / A Room 101, Inc. Production. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 4 de abril de 2019. 

Leí la novela de Stephen King cuando salió editada en castellano; y vi su primera adaptación fílmica cuando se estrenó en cines. Nunca más abrí el libro, pero volví a ver la película (un par de veces) en la tele. Hace ya mucho. Así que no voy a decir que llegué virgen a esta nueva versión cinematográfica de Cementerio de animales (Pet Sematary), pero no tenía tan frescos los detalles que visten y jalonan la trama. 


Aunque sí entré al cine con una gran diferencia; y los que sepan de qué va todo, entenderán más y mejor. Ahora soy padre; y como una parte importante del drama humano que se juega en la pantalla tiene que ver con la posibilidad de perder un hijo, el terror real se me presentó de manera insoportable, inaceptable ante la empatía provocada por lo que estaba transitando la familia protagonista y, en especial, el padre de esa estructura feliz y esperanzada en alcanzar una mejor calidad de vida en su nueva casa campestre, con un par de secretos ocultos en el patio del fondo. 


Todo el primer tramo, donde los traumas individuales de los personajes se ven sacudidos por la injerencia de lo natural y lo sobrenatural en sus vidas cotidianas, me parece lo mejor del film. El debate de creencias y, sobre todo, la instalación del miedo como algo concreto y absoluto, está muy bien logrado y resuelto. Los anodinos (y al mismo tiempo, preciosos) instantes que van construyendo esa relación filial, tan común y tan única, hacen que la sombra de la ausencia pese emocionalmente con la leve hondura de una mortaja, incomodando con un dolor que no se puede explicar en palabras, porque no existen las palabras que permitan definir lo insondable de ese abismo. 


Ahora bien (o mal), cuando lo sobrenatural ya marca el paso definitivo del film, la angustia desaparece como elemento catártico del público; y Cementerio de animales deja de meter miedo para empezar a buscar el susto fácil de la platea. Recurriendo a los trucos más remanidos que el cine de género tiene para ofrecer. Al exteriorizar las pesadillas latentes en el corazón de los protagonistas, el film pasa a ser pura impostura, un juego de máscaras anticlimático que prescinde de la emoción. Donde antes había un cuerpo vivo y en evolución constante, ahora queda un cadáver rígido y en proceso de descomposición. Una película muerta, justo en una película que debería transitar la línea que une y separa la vida de la muerte. 


Si, como pareciera plantear el film, a veces es mejor dejar las cosas donde están, entonces no vendría mal aprender a dejar los libros en los estantes de las bibliotecas. 
Fernando Ariel García

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