Moacir III. Director: Tomás Lipgot. Protagonistas: Moacir dos Santos, Ruy Alonso, Tomás Lipgot, Sergio Pángaro, Noelia López, Dante Mancovsky, Damián Ubeda, Marisa Barcellos y Jenny Giménez, entre otros. Guionistas: Moacir dos Santos, Tomás Lipgot. Música: Moacir dos Santos, André Ricardo. Duermevela / Miração Filmes. Argentina/Brasil, 2017. Estreno en la Argentina: 10 de agosto de 2017.
Conviene aclararlo de entrada: No vi ninguna de las dos partes anteriores de esta trilogía que culmina con Moacir III. Igual, me parece que no hace falta verlas para entender de qué va esta película en particular, para quedar atrapado en este mundo de documental intervenido donde realidad y ficción copulan frenética y pasionalmente hasta parir un mundo tan verosímil como la verdad, habitado por una persona/personaje que, por historia de vida, está más allá del bien y del mal, más acá de la cordura y la locura.
El Moacir del título es Moacir Dos Santos, un cantautor brasileño que la pasó realmente mal. Que por eso, tal vez, sabe tener la sonrisa a flor de piel, la esperanza siempre en alza y los sueños como norte. Obligado a migrar a Buenos Aires en 1982, buscó transformar esa tristeza en un triunfo profesional. No le fue bien con ese intento alquímico. Él y su música terminaron internados en el Hospital Borda, diagnosticados con esquizofrenia paranoide.
Allí, libre dentro de su encierro (¿encerrado dentro de su libertad?) Moacir conoció al cineasta Tomás Lipgot, que le devolvió visibilidad y voz con los documentales Fortaleza (2010) y Moacir (2011), antes de quemar las naves y salir a filmar esta Moacir III en la que Moacir pondrá en marcha su deseo de filmar una película sobre su vida y su obra, como si fuera posible separar una de la otra.
Esta película, además de la película soñada por Moacir, es el documental de la concreción de ese sueño. De ahí, supongo, que la representación idealizada de las fantasías, los miedos y las búsquedas de Moacir, interactúen con los hechos concretos y verificables de su acontecer cotidiano. En todos los casos, la idea del aislamiento sobrevuela de manera persistente, insistente, nunca (del todo) victoriosa. La banda de sonido, reflejo del alma del cantautor, le hace frente y la espanta. Una y otra vez. Y otra…
La gacetilla de prensa dice que Moacir III es un “acto de sanación audiovisual”. Tiene razón. Pero se quedó corta. La sanación no es individual. Lo bueno de todo es que esa sanación resulta un hecho artístico colectivo, del que nosotros (simples espectadores al principio), salimos beneficiados. Si la vida no es más que otro trastorno de la percepción, entonces Moacir es el verdadero nombre de la libertad.
Me voy a buscar las dos películas anteriores.
Fernando Ariel García
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