La danza de la realidad. Director: Alejandro Jodorowsky. Protagonistas: Alejandro Jodorowsky, Brontis Jodorowsky, Axel Jodorowsky, Adán Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovits, Bastián Bodenhöffer, Andrés Cox, Sergio Vargas, Alisarine Ducolomb y Cristóbal Jodorowsky, entre otros. Participación especial de Gastón Pauls. Guión: Alejandro Jodorowsky, basado en su libro La danza de la realidad: (Psicomagia y psicochamanismo). Música: Adán Jodorowsky. Caméra One / Le Soleil Films. Francia / México / Chile, 2013.
Exploración consciente del inconsciente. Expresión irracional de la razón (y viceversa). Desenfrenada cópula entre la realidad y la imaginación, destinada a parir una metaficción abierta a múltiples y sincrónicas lecturas. Redentora búsqueda de aquel niño interior que anunció la llegada de este adulto traidor y traicionado. Todo ello reducido a valores simbólicos, a imágenes absurdas y recargadas de magia y misterio. Algunas inolvidables, otras olvidables y un par que intentaremos lograr olvidar. Con esfuerzo y sin chances de éxito.
Por ahí anda La danza de la realidad (2013), primer filme de Alejandro Jodorowsky después de más de dos décadas abocadas a los libros y las historietas, al chamanismo y el tarot, al hallazgo de un estadío superior del (re)conocimiento gnóstico. Especie de autobiografía imaginaria, la película aborda una versión de la infancia de Jodorowsky (adaptada de la primera mitad del libro homónimo), en donde el hijo Brontis interpreta al abuelo paterno Jaime, borrando las fronteras temporales de la propia sangre en una puesta deliberadamente artificiosa, más ligada al juego circense que al drama teatral. Fellinesca en su naturaleza subjetiva.
El mismo Jodorowsky nos llevará de paseo por su Tocopilla natal, o por la Tocopilla que recuerda, construida en base a certezas y memorias intervenidas por los años. Una ciudad costera del norte de Chile, desértica y alienada, desmembrada (física e idealmente) por la explotación minera. Este delirio surrealista, melancólico y apesadumbrado, feliz y rabioso, terminará transformado en una historia de superación personal, de metamorfosis interior y de encuentros familiares. Forzada, en parte, por el exilio impuesto y la ausencia autoimpuesta de su padre. Y forjada, en gran medida, por el sometimiento de la educación machista e inflexible que baja de la mano del hombre; y la liberación líquida y sensorial que sube del seno materno.
Tensionada entre la fe y el escepticismo, entre la verdad histórica y la interesada mirada socio-política, la película baila al ritmo de una imaginería violenta en extremo, descarnadamente poética, anclada en un plano de vigilia donde lo onírico y lo tangible se envenenan sin remedio, proponiendo una apertura mental que no siempre logra despegar del radio de nuestra mirada. Bella y cruel, irredente y ardorosa, asquerosa y desmesurada, grotesca en su apabullante estética de la fealdad. Imprevisible y (por momentos) algo aburrida, La danza de la realidad es un estragado barco que fluye por las nerviosas aguas del ego, siguiendo de memoria esa ruta ilusoria hacia el poder curativo de la imaginación.
Fernando Ariel García
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