Blue Jasmine. Director: Woody Allen. Protagonistas: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Peter Sarsgaard, Sally Hawkins y Bobby Cannavale, entre otros. Vestuario exclusivo de Cate Blancehett: Karl Lagerfeld. Guionista: Woody Allen. Perdido Productions. EE.UU., 2013.
Era tan pobre, que no tenía más que dinero. Estos versos que Joaquín Sabina supo escribirle a Cristina Onassis le caen como anillo (Bulgari) al dedo a esta desbarrancada Jasmine que Woody Allen abre con delicado bisturí. Porque, me parece que hay que decirlo, toda la empatía conmovedora que edifica (precisa y preciosamente) una Cate Blanchett arropada por la trágica condición humana, está en función de la metódica crueldad ejercida por el guionista-director sobre el destino de su persona-personaje.
Lejos de la perspeciva entre bufona y romántica de A roma con amor y Medianoche en París, en Blue Jasmine (2013) Allen retoma el descarnado registro dramático de algunas de sus películas más logradas y emblemáticas, como Crímenes y pecados o Match Point. Documentando, en el proceso, el auge y la caída de un arquetipo femenino al que ya se ha asomado en otras oportunidades. El de la mujer de la Alta Sociedad neoyorquina, dueña de todos los privilegios que Manhattan y los Hamptons tienen para ofrecer a quien pueda pagarlos onerosamente. Y esta Jasmine (Blanchett) ha venido cubriendo todos sus caprichos de pobre niña rica con el dinero mal avenido de su marido (Alec Baldwin).
Y digo ha venido porque, a través de los saltos temporales que irán armando el rompecabezas de la frágil psicología de Jasmine, la protagonista irá rodando desde los fastuosos brillos de la Quinta Avenida hasta caer de bruces con la cotidianeidad transpirada y bulliciosa de una San Francisco fotografiada como los dioses. De mostrar (y demostrar) cómo uno puede boicotearse sin parar, eligiendo permanecer ciego a la realidad que no para de abofetearnos, se encargará el resto del metraje, pródigo también en la construcción de nuevas oportunidades para la vida y para el amor.
Especie de cuento de hadas al revés, en donde una humillada Cenicienta deberá cambiar el castillo por la calle, Blue Jasmine echa una mirada simplista sobre los conflictos de clase que la actual crisis global se esfuerza en potenciar todavía más. Los ricos no son tan infelices ni superficiales como pareciera demostrar Jasmine; ni los trabajadores encuentran la plena realización humana a pesar de las carencias que los persiguen, como podría atestiguar Ginger (Sally Hawkins), hermana de Jasmine encargada de brindarle la contención y el refugio que su hábitat glamoroso le retiró junto con las tarjetas de crédito, las joyas y el penthouse con vista al Central Park.
Aún con sus altibajos (a esta altura, uno ¿debería hacerse a la idea de que lo mejor de Allen ya pasó?), Blue Jasmine es una película atrapante, que hace honor al cine entendido como arte capaz de llenar el alma de los espectadores, provocándoles preguntas, generándoles pensamientos críticos sobre la experiencia de lo que implica ser humano en los fragmentados tiempos que corren. Como en toda película de Woody Allen, lo que prima es opinión del autor sobre las cosas y las gentes que suceden en la pantalla. Y como en toda película de Woody Allen, uno se ve forzado a tomarlo o dejarlo tal cómo es, tal cuál está. Y yo lo tomo, porque sigo creyendo que el cine de Woody Allen hace bien.
Fernando Ariel García
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