miércoles, 22 de agosto de 2018

LA EDUCACIÓN DEL REY: MENDOCINO WESTERN SUBURBANO

La educación del Rey. Director: Santiago Esteves. Protagonistas: Matías Encinas, Germán De Silva, Jorge Prado, Mario Jara, Elena Schnell, Martín Arrojo, Walter Jakob y Marcelo Lacerna. Participación especial de Esteban Lamothe. Guión: Juan Manuel Bordón y Santiago Esteves. 13 Conejos. Argentina/España, 2017. Estreno en la Argentina: 23 de agosto de 2018. 

Todo comienza con un mal final. Al menos, eso es lo que parece tocarle al pibe Reynaldo (el Rey del título, en una notable composición del debutante Matías Encina), cuya primera incursión delictiva termina dejándolo esposado en la casa de Carlos Vargas (enorme Germán De Silva), ex empleado de una empresa de seguridad privada, hábil en el manejo de las armas, con un pasado pesado que no se muestra (aunque se presume) y fluidas conexiones en las sombras. 


Vaya uno a saber por qué, en vez de entregarlo a la Policía, Vargas decide quedarse con Rey y evitarle la gangrena carcelaria que sabe debería tocarle en suerte (o desgracia). Mejor para nosotros, los espectadores, porque así tenemos la posibilidad de asistir a La educación del Rey, reconstrucción de la homónima miniserie televisiva que su director, Santiago Esteves, había finalizado hace un par largo de años. Y lo que sigue, además de ser un sólido homenaje al cine clásico de género, es un contundente retrato social disfrazado de policial negro suburbano y western crepuscular. 


Autóctono cuento iniciático, la relación maestro-alumno viene dada entre un representante de las fuerzas de seguridad y un ladrón en formación. Una tutoría que busca inculcar herramientas de supervivencia y un par de códigos éticos necesarios para moverse en las zonas grises de la clandestinidad. Una cátedra asentada en la marginalidad, porque se mueve con cierta comodidad entre los márgenes de la ley y el delito, la calle y el núcleo familiar, lo justo y lo necesario, la vida y la muerte. Límites difusos que la película aprovecha para empatizar el costado humano de los personajes, sin echar juicios ni declaraciones moralizantes. 


Un relato seco, duro, sin concesiones. De una violencia concentrada y, por eso, poco estridente, pero capaz de exhibir las consecuencias definitorias y definitivas que caen de cada decisión devenida acción. Filmada en la ciudad y la zona desértica cordillerana de Mendoza, el entorno geográfico marca parte del tono lacónico de la historia y define ese traspaso generacional con un romanticismo árido que no excluye el dejo angustioso y nostálgico de todo tiempo que se nos está yendo. 
O que ya se nos fue. Y no nos dimos cuenta. 
Fernando Ariel García

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